Reseñas literarias:
Del libro de Xabier Sánchez Erauskin
“La cuenta de los pasos”
Dibujos Satur Idarreta
Vosa. 1988.
CADENAS
En sus manos estás. Hacen, deshacen
y te rompen el pecho en mil pedazos.
En sus manos estás como un juguete,
figurilla ridícula de barro.
En sus manos estás. Te zarandean,
te atormentan con fútiles mandatos,
se ceban en tus cuencas desoladas,
en la muda respuesta de tus brazos.
En sus manos estás y la injusticia
te tortura, te quema sin descanso,
porque sabes que tú eres una cifra,
una ficha tan sólo en sus tinglados.
En sus manos estás, y en los recuentos,
documentos de súplica, descargos,
peticiones, saludas y permisos,
te rebajan, te humillan palmo a palmo.
En sus manos estás. La incertidumbre,
el mazazo mortal de lo arbitrario
es parte de tu vida y de tus horas,
dependencia patética de esclavo.
En sus manos estás. Eso es la cárcel.
Saberte sometido, bajo el mando
de quien piensa por ti, de quien decide
tu descenso a un infierno de lacayos.
LA LIBERTAD
La libertad es dura cuando no ves los montes,
cuando los días pesan en el profundo pozo
de los recuentos grises, paseos en el patio,
rejas en la ventana.
La libertad naufraga cada día que nace,
cada día que muere, cada hermano que llega,
cada cruel madrugada que estrellas tu cabeza
contra la puerta inmóvil.
La libertad se agosta en niebla y lejanías
cuando la ves cegada en tu cuerpo cansado,
un cuerpo que reclama la vida y el cariño
y sólo ves un muro.
La libertad, a veces, es un dolor profundo,
una llaga sangrante, un pecado secreto,
la nostalgia furtiva de un cielo que no alumbra,
paraíso perdido.
La libertad te azota como un látigo oscuro,
te obsesiona, te clava su divisa de hierro,
y te trae el regusto de los dulces amargos,
la acidez en los labios.
La libertad, la sueñas en los días de plomo,
la idealizas, la esperas, la mimas, la deseas,
la lloras, la trabajas, la maldices, la sufres,
pero tú sigues dentro.
RESISTIR
No hay que tirar la toalla
que la lucha está aquí dentro.
Saber que espera un mañana
y prepararlo en silencio.
No resignarse al destino
ni al fatalismo. Romperlo.
No acariciar los barrotes,
que no hay que jugar con ellos
ni acostumbrarse; por contra,
provocar el descontento,
el rotundo inconformismo
y el vital desasosiego
del que sigue en la estacada,
del que no se siente muerto,
del que lucha día a día
por tener a raya al cuerpo,
un cuerpo de acero y duro
para ensayar el intento
de una fuga y otra fuga,
porque en el espacio yermo
de una prisión, no hay cabida
para el torpe desaliento.
Rebelarse en la dureza
de ese footing mañanero
en el que el sudor corona
tu zancada en el cemento.
Apretarse las clavijas
de un horario estricto y seco
con los libros alineados,
la pluma, los folios prestos.
Saber que tiene un sentido
el lento paso del tiempo,
porque el hoy tiene un mañana
y el mañana será nuestro.