Repasando la historia:
Máté Zalka, General Lukács (1896-1937)
Luchador incansable, el líder de la 12ª Brigada Internacional combate en el bando de la República en Albacete, Madrid y Huesca, donde muere el 11 de junio durante un reconocimiento rutinario del frente.
“La 12ª Brigada está firme y defenderá vuestra capital como si fuera verdaderamente su pueblo natal”. Con estas palabras se presenta Máté Zalka, de nombre real Béla Frankl, y -más conocido en España con el sobrenombre de General Lukács- a los madrileños, en un saludo transmitido a través de las páginas del periódico ‘El Socialista’, el 22 de noviembre de 1936.
Nacido en 1896 en Biliki, una pequeña villa del antiguo imperio austrohúngaro, en el seno de una familia de la baja burguesía, Zalka ingresa en el Ejército húngaro y participa en la Primera Guerra Mundial como oficial del mismo. Durante el conflicto es enviado al Frente italiano de Doberdo y luego trasladado a Rusia, donde cae herido y es hecho prisionero en junio de 1916. Es internado en el campo de prisioneros de Crasnoyarsk, en Siberia, pero en el otoño de 1919 logra escapar de allí, y al poco tiempo, forma un grupo de partisanos y se une al Ejército Rojo, con el cual la casualidad le lleva a participar en la liberación del mismo campo donde previamente él mismo había sido prisionero. Tras la guerra civil rusa, se une al Partido Comunista soviético y pronto se convierte en uno de los propagandistas más destacados de la primera etapa revolucionaria, llegando incluso a crear el Partido Comunista húngaro y combatir en China.
Su idilio con la Unión Soviética es tal que hace de este país su segunda casa. Allí, además de desarrollar tanto su faceta política como la literaria -es autor de varios libros- consigue asentarse y fundar un hogar, hasta que su vocación de luchador contra el fascismo le trae a España, nada más tener noticia del alzamiento.
En la URSS deja a su mujer, una rusa con la que se había casado cuando aún no se desenvolvía con fluidez en el idioma de los zares y una hija, Tálotchka, de la que se siente muy orgulloso. Sus compañeros de lucha en España recuerdan que se refería a ellas como “mi retaguardia”, y que en su cartera nunca faltaba una foto de ambas, que no dudaba en mostrar a todo el que quisiera verlas.
Como la mayoría de los brigadistas internacionales que vienen a España, Zalka es enviado en un primer momento a Albacete y de allí parte el 10 de noviembre de 1936 con dirección a Madrid para apoyar a los republicanos que resisten las ofensivas nacionales. En la capital tiene una destacada actuación en los combates de Ciudad Universitaria, y gracias a su enérgico carácter consigue compenetrar de una manera efectiva a la confusa masa de internacionales que, inscritos en las Brigadas, se baten en el frente madrileño. La suya está compuesta de tres batallones: Thaelmann, Marty y Garibaldi, y se encuadra dentro de la 14ª División, dirigida por el anarquista Cipriano Mera. En todo momento le acompaña su ayudante, el comisario político Gustav Regler, un intelectual alemán crítico con el nacionalsocialismo.
Participa también en la Batalla de Guadalajara, donde destaca por su valor y, en palabras de su amigo Koltsov, corresponsal del periódico soviético Pravda, por su carácter “desviacionista hacia lo exótico”, carácter del cual hace gala en numerosas ocasiones, una de ellas cuando, en pleno bombardeo, se dedica a salvar las tablas de una iglesia románica destruida por la batalla.
En junio de 1937, Lukács emprende el camino hacia Huesca, ciudad que los republicanos pretenden cercar y luego ocupar. El general planea con todo cuidado la ofensiva, pero sus ataques se estrellan una y otra vez contra la férrea resistencia nacional, lo que le lleva a replantearse el plan de operaciones. Pero no va a tener ocasión de poner sus ideas en práctica. El día 11 de ese mismo mes Lukács, junto a su compañero Regler, se dirige en coche, un Packard descapotable color verde, a inspeccionar las líneas republicanas del frente. Este será su último viaje.
Sobre su muerte: Joaquín Garda Morato, jefe del Grupo Azul -escuadrilla de aviones nacionales fascistas- afirma que fue él mismo quien disparó desde su avión al coche de Lukács. En su relato cuenta que después de varias horas de lucha contra los aviones republicanos, “noté algo en la carretera, un magnífico automóvil pintado de negro reluciente. Piqué a toda velocidad, ametrallándolo (…). Una hora más tarde, con gran sorpresa por parte nuestra, cesó la ofensiva roja. La radio nos dio la explicación: el general rojo Lukács había sido muerto al ser ametrallado por un aparato de caza nacional: mi propio aparato”.
A su muerte, Lukács es honrado como un héroe: Elöre, un periódico del frente, le dedica toda su primera página, y en Valencia se convoca un solemne funeral por el general caído.
También en el aspecto puramente militar era una figura popular y admirada por sus hombres, no sólo por su valor sino también por su talento literario, el cual no tuvo demasiado tiempo para desarrollar, pero que ha quedado plasmado en sus obras, por ejemplo en ‘Doberdo’, novela publicada en el año 1924, en la que relata sus experiencias de la Gran Guerra y la Revolución Rusa, y que se caracteriza por la espontaneidad y la forma directa que imprime a sus relatos.