Torturas:
Recuperando documentos
Testimonio de desaparición y torturas a Pepe Balmón Castell
Preso político del PCE(r).
Carabanchel 24-5-84
Fui detenido el jueves 3 de mayo de 1984 a las 3,30 de la tarde en el barrio de Belbiche (Barcelona), cuando iba por la calle.
Un numeroso grupo de policías de paisano se abalanzaron sobre mí entre voces de alto y disparos de pistola, que, por suerte, no me alcanzaron. Ante tal panorama permanecí quieto sin oponer ninguna resistencia y, por supuesto, sin mayor nerviosismo puesto que era una situación perfectamente asumida por mí -como comunista consecuente-.
Inmediatamente se me echaron encima, me esposaron, me cachearon y desvalijaron, me envolvieron la cabeza en una zamarra -que ya no me quitaron en día y medio- y me introdujeron en el asiento de atrás de un turismo, colocándose un policía a cada lado. Me obligaron a meter la cabeza entre los dos asientos delanteros y empezó la fiesta, quiero decir mi infierno, porque empezaron a golpearme en la espalda, los costados, la cabeza, a apretarme los testículos y a cortarme la respiración. Así durante dos o tres horas que duró el traslado a lo que creo que era el monte.
Una vez allí me bajaron y descalzaron, fui cogido por varios y mientras unos me golpeaban con piedras, según creo, en la planta de los pies, otros me sujetaron y me colocaron una bolsa de plástico encima de la zamarra que ya me asfixiaba, hasta casi hacerme perder el conocimiento, operación que se repitió varias veces cuando me recuperaba un poco. En los descansos, con los pies destrozados, era obligado a andar por el suelo.
Al cabo de un largo tiempo fui introducido de nuevo en el coche, de la misma forma anterior y trasladado a otro sitio que resulta ser algo parecido a un furgón acondicionado para el caso, o sea, una sala de tortura ambulante. Me sentaron en un sillón y continuaron su trabajo. Ahora alternaban los golpes en la planta de los pies con las descargas de la picana por todo el cuerpo y así hasta lo que yo calculo que serían las 3 o las 4 de la madrugada.
Entonces me envolvieron las muñecas con trapos, me colocaron de nuevo las esposas y me colgaron en la barra. Así colgado, me golpeaban en la planta de los pies y me aplicaban corrientes en las manos, pies, espalda, etc. hasta llegar materialmente a mi asfixia… Así varias veces hasta que debieron decidir que no resistiría más sesiones.
No se olvidaron ni un momento de mi, porque no dejaron de aplicarme la picana, a ciertos espacios de tiempo, por todo el cuerpo, hasta por la mañana en que se produjo el relevo de nuevos policías.
Estos hicieron intención de colgarme de nuevo en la barra pero mi respiración era de asfixia y no lo hicieron, realmente yo creo que me hubiera quedado allí. Así que siguieron con la misma técnica, aunque me abrieron un poco la entrada de aire. También me encontraron los puntos más doloridos de las costillas y allí me apretaban con los dedos o me golpeaban.
Tirado en el suelo del furgón estuve asfixiándome casi todo el día. Vinieron nuevos policías, me hicieron todo tipo de amenazas verbales, con traer a mis hijos y esposa enferma, con prolongar mi estancia en el furgón por días o meses, etc. ya que mi detención era desconocida. Me empezaron a hacer sonar el «grillo» alrededor y me hicieron descubrir de cintura para arriba, cosa que después comprendí, sólo se trataba de un reconocimiento visual a la luz de un mechero o algo parecido.
Entonces me comunicaron que me iban a llevar a otro sitio más estable donde de verdad me iban a ablandar, puesto que todavía estaba muy «verde» y que lo de Almería era un juego de niños comparado con lo que me iba a suceder a mí.
Creí percibir consultas entre ellos y me trasladaron del furgón a un coche que se detuvo tras un buen rato. Me llevaron por pasillos, un ascensor y se detuvieron…
De improviso me quitaron la zamarra que envolvía mi cabeza y me encontré en un despacho, deslumbrado, aturdido y, por que no decirlo, aterrorizado, a la espera de nuevos horrores, ante tres policías con cara sonriente e incluso afable. Cuando volví la cabeza, los que me habían tenido durante día y medio habían desaparecido tras la puerta, sin dejar rastro ni de sus voces por las que hubiera podido reconocer a alguno en el resto de los días de «antiterrorista».
Entonces comprendí que estaba en la comisaría, y así me lo dijeran. No obstante, aún se me intentaba dar el ingreso en comisaría con un nombre que no era el mío, cosa que me negaba a firmar a pesar de mi situación, pues era tanto como aceptar la inexistencia de mi detención indefinidamente.
Inmediatamente me llevaron a un cuarto donde comenzó un largo interrogatorio que duraría los ocho días restantes pero ya, sin violencia física, con descanso, con comida y agua e incluso con algún café o tabaco.
Al contrario desde entonces, mañana y tarde, recibí cuidados médicos para dejarme presentable o, como yo decía, sin los «argumentos” que tenía marcados desde los dedos de los pies hasta la cabeza llena de chichones. Aunque sin conseguirlo del todo pues, hoy, a los veintitantos días de los hechos que relato, todavía tengo algunos morados y las costillas flotantes, algo así como bailantes.
Sin embargo, lo menos importante de mi detención es la tortura, esto estaba claro hasta para los niños de pecho, pues aunque el Sr. Barrionuevo diga que no se tortura, eso como chiste, aunque macabro, no está mal.
Yo no trato lo que es público y notorio por miles de casos, incluidos muertos, entre los que se encuentra hasta un policía.
Sobre todo quiero denunciar la forma en que los psoistas quieren acabar con la tortura, incluyendo claro está al propio torturado si es preciso.
Lo que quiero denunciar, es la práctica del secuestro como forma de detención, porque de ahí a la «desaparición» hay sólo un paso. Yo he «aparecido» un día y medio después de ser detenido, pero ¿qué hubiera ocurrido si hay un «exceso de celo» y me quedo en una descarga de picana?. No cabe duda de que la policía no me hubiera presentado sino que hubiera ido a parar a una cuneta o a una fosa clandestina. Tampoco cabe duda de que cuando se hubiera denunciado mi desaparición, la misma prensa se hubiera cuidado de decir que había sido eliminado por mis propios camaradas en un «ajuste de cuentas».
Esto que digo no es ficción, porque ahí están ya los casos de Pertur, Lasa y Zabala en Euskadi. Y ésto es aún más fácil cuando se trata de antifascistas que están en la clandestinidad como son los miembros de mi partido, el PCE(r) o de los GRAPO o ETA, Terra Lliure, etc.
Los psoistas y demás «demócratas» están dispuestos, según dicen, a acabar con la tortura en las comisarías, por la vía de torturas en lugares desconocidos, clandestinos y secuestros ilegales y por la vía de eliminar las pruebas ante posibles denuncias mediante la cura intensiva. Pero ¿quién garantiza que van a quedarse ahí cuando siguen al pie de la letra la consigna de Fraga y van a la eliminación física de toda oposición política real?.
Sólo la denuncia pública y la movilización popular pueden poner freno a que se abra descaradamente en España la época de los «desaparecidos”. Que nadie se escandalice, puesto que ésta es una práctica elevada al rango de costumbre por las más rancias democracias, como El Salvador, Honduras, Guatemala, Argentina, Turquía, Chile, etc. en cuyas fuentes beben nuestros «paternales” gobernantes. Y si no al tiempo, que la cosa ya ha empezado.