Memoria histórica imprescindible:
-Cuando España usaba armas químicas
España utilizó enormes cantidades de armas químicas en su guerra contra el Rif y su líder revolucionario Abd-el-Krim.
En 1919 se prohibió a Alemania, y por ende al resto de países, el uso de armamento químico tras usarse de brutal manera, con horrorosas consecuencias, en la Primera Guerra Mundial. En 1925 fue el Protocolo de Ginebra quien dio a esta prohibición categoría de ley. Pero España, Francia, Gran Bretaña y Alemania hicieron caso omiso a esta prohibición, y fue precisamente España, la que primero las usó a toneladas contra sus enemigos políticos, en este caso los rifeños.
En la primavera de ese mismo 1925, España bombardeó desde tierra y aire con armas químicas, no sólo los destacamentos y los puestos guerrilleros de Abd-el-Krim, sino a la población en general de varios puntos del Rif.
El Ejército fascista español empleó iperita (gas mostaza), fosgeno, cloropicrina y cianuro de hidrógeno. Ya se conocían entonces muy bien sus efectos: muerte por irritación o ahogamiento, efectos secundarios que acababan en terribles cánceres, envenenamiento de cosechas, pastos y manantiales…
Estos gases químicos o sus elementos para fabricarlos le fueron suministrados a la España de Alfonso XIII y Primo de Rivera por parte francesa desde 1921 y, sobre y ante todo, por Alemania desde 1924.
En Melilla, en los destacamentos militares, se venían rellenando proyectiles con carga química desde junio de 1922, pero debido a su casi nula funcionalidad (necesitan de carcasa especial que España aún no había fabricado), no fueron usados compulsivamente hasta tres años después. Pero ya en agosto de 1922 se hicieron las primeras pruebas contra poblaciones rifeñas.
En 1920 Gran Bretaña las usó en Irak e India y consultando a sus instructores.
España desde ese final de 1922 empezó a perfeccionar su guerra química: carcasas útiles, calidad de los gases (más mortalidad), mejor empleo (como el calor del día disipaba su efecto, se bombardeaba aéreamente a las noches –a partir de 1923-), lanzamientos selectivos al principio (contra las kabilas resistentes –en 1924-) y generalizados en el transcurso de la guerra.
De hecho, en el desembarco de Alhucemas el 8 de septiembre de 1925, se emplearon contra los guerrilleros, la población en general, las casas, los animales de crianza… Cientos de rifeños, guerrilleros o población del Rif en general murió por esta modalidad de guerra sucia total. Miles quedaron con secuelas y cientos de miles han transmitido genética mutada, enferma o alterada por los componentes de dichas armas químicas a sus descendientes.
Los bombarderos Goliath lanzaron el sim (veneno). Llegó la asfixia y la ceguera. Quemaduras que supuraban. La muerte química o ahansir (cáncer). Hoy, el Rif es la zona de todo Marruecos con más casos de cáncer entre sus habitantes, del orden de 2,7 a 1 con el resto de Marruecos.
-Vender el avión nazi como ‘derribo a los rojos’
Vitoria, septiembre de 1936.
Leon Ekkehard Hefter era un joven con ideas nacionalsocialistas. Se afilia a las juventudes del Partido Nazi Alemán, se hace piloto y va subiendo escalones. Recibe méritos por su carrera.
El 28 de septiembre de 1936, en Vitoria, las autoridades fascistas rinden un acto de homenaje a la Legión Cóndor, de la que Leon Ekkehard es flamante componente. Se celebran desfile, manifestación y cena de altos cargos. El 29, una escuadrilla de biplanos Heinkel, rendían homenaje nazi a las fuerzas vivas vitorianas. Uno de los aviones se estrelló en la Plaza España, la más céntrica y concurrida de la ciudad. Mueren dos vecinos, Antonio Peral Maza, de 29 años y padre de dos hijas, y Vicente Julio López de Lacalle Erauskin, de 20 años, vecinos de Vitoria, y el subteniente Ekkehard, piloto de dicha aeronave.
Aunque en Vitoria en 1936 y según un buen conocedor de aquella provinciana ciudad como era Emilio Pérez de San Román, los falangistas autóctonos se contaban con los dedos de la mano: “El dentista Páramo los reunía en su casa. Eran hijos de militares o jóvenes que habían estudiado en Valladolid. Luego José Antonio (Primo de Rivera) envió al santanderino Ramón Castaño. Los rojos se juntaban en la peluquería de Aniceto Ibáñez “Cateto”. El 19 de julio todos los vecinos quedaron espantados al ver a “Cateto” uniformado de falangista y con un pistolón a la cintura. En la calle Santo Domingo hubo otro falangista, que era peor que el demonio. (…) El 27 de septiembre (los fascistas) toman Toledo y El Pensamiento Alavés, de los Oriol, edita una edición especial.”.
Los hechos de días siguientes estaban cantados.
*Lo primero, ocultar la cruz gamada
La noticia del avión nazi caído corrió como la pólvora por una ciudad pequeña, 40.000 habitantes. Muchos oyeron el estruendo de las explosiones. Félix Pangua contó: «Llegué de los primeros. Conseguí acercarme metiéndome entre la gente dando codazos y empujando. El avión estaba roto por la mitad; las alas y la parte delantera eran como una gran bola de fuego, ni siquiera la gente se asustaba del ruido de las pequeñas explosiones porque el avión estaba cargado de balas y sonaban como esos petardos gordos de las fiestas. La cola se quedó apoyada encima de la barandilla que tienen los bancos de piedra». «Unos funcionarios municipales salieron por la puerta del Ayuntamiento con una lata de pintura y unas brochas. Cubrieron precipitadamente de color rojo una cruz gamada que tenía pintada el avión en el fuselaje, dentro de un círculo negro, pero lo hicieron tan deprisa y tan mal que se traslucía la cruz debajo del rojo. Supongo que pretendían hacerlo pasar por un avión rojo o republicano. Los militares nos decían que nos marchásemos a nuestras casas porque los rojos volverían para bombardear».
El diario fascista ABC, que se editaba en Sevilla, traía la foto del avión de Vitoria estrellado por el nazi Ekkehard. Decía, en una especie de foto-noticia, que el avión era de los rojos y que había sido derribado por la defensa antiaérea fascista. Mentían, igual que 84 años después.
-Juana Mir, la periodista que el franquismo silenció en el paredón
La historiadora Ascensión Badiola publica una novela basada en la historia real de esta reportera, condenada a muerte en 1937 por sus artículos contra el bombardeo de Gernika y Durango. No hay ninguna foto que permita conocer su rostro.
Todo ocurrió muy rápido. En cuestión de semanas, la vida de Juana Mir estalló en mil pedazos. Se callaron sus pensamientos, se silenciaron sus artículos y se borró su voz. Todo eso ocurrió a fuerza de disparos en el paredón del cementerio de Derio, en Bizkaia, lugar elegido por los franquistas para asesinarla. Luego tiraron su cuerpo a una fosa común. Creían que ya no habría más que silencio y olvido, pero un libro escrito por la historiadora Ascensión Badiola acaba de tumbar definitivamente ese macabro plan.
Nacida en 1893 en Pamplona, Juana Mir es hoy un nombre sin rostro: no hay ni una sola imagen que ponga cara a esta periodista, una de las pocas en la prensa de la República española. No hay fotos, pero sí una sentencia que sobrevivió al tiempo y que fue localizada por Badiola: la condena a muerte dictada por la dictadura franquista, que se cumplió aquel maldito 5 de agosto de 1937.
A lo largo de las 140 páginas que conforman La decisión de Juana Mir (Editorial Txertoa), la historiadora vasca –autora de otros trabajos relacionados con la represión franquista– llega precisamente a ese día en el que todo terminó. Antes de alcanzar ese momento atroz, la novela muestra a «una mujer coherente con lo que piensa» en medio de una «una historia muy fuerte y motivadora»
Mir –cuyo padre, también periodista, se había desempeñado en diferentes periódicos– trabajó en el diario bilbaíno La Tarde. «A partir de 1936 fue la titular de la columna La mujer escribe, desde la que denunció la crueldad del Ejército fascista.
El 6 de julio detuvieron a la periodista y la encerraron en la cárcel de Larrinaga, paso previo a la condena de muerte anunciada que sufrieron otras tantas víctimas de la dictadura. Para Mir, al igual que para otros presos del régimen, aquello significó el comienzo del fin.
Aquella periodista «no era republicana, sino que provenía de una familia de derechas», subraya la autora. Ni siquiera así sus asesinos le perdonaron la vida. En un consejo de guerra celebrado el 20 de julio de 1937, fue señalada como «propagandista» de la «causa rojo-separatista». Su «delito» fue escribir artículos en los que se explayaba sobre la guerra y sus efectos aterradores, como los producidos por los bombardeos ordenados por el franquismo contra las poblaciones indefensas de Gernika y Durango que habían tenido lugar unos meses antes.
«Le castigaron con pena de muerte por cinco artículos que se mencionan en el consejo de guerra y que he añadido al final de la novela. Uno de ellos habla simplemente de la crueldad de esos bombardeos y la colaboración de la aviación alemana, algo sobre la que se hablaba en ese momento pero que Franco negaba».
En su sentencia, el consejo de guerra franquista le condenó a muerte por «infamias y calumnias contra el glorioso ejército nacional». Tenía 44 años. «Juana Mir García fue fusilada en el cementerio de Derio, junto al también periodista del periódico El Liberal, Melchor Jaureguizar Hospitaleche, que escribía bajo el seudónimo de Gogor y otros 13 fusilados más…