Recuperando materiales históricos:
POLÉMICA CON EL ENEMIGO
De: AYUDA nº 37 09/01/1937
El día 23 de diciembre se dio tierra en el Cementerio de Chamartín al que fue comisario político de la Brigada Campesino, Pablo de la Torriente Brau. Gran talento, gran corazón, luchador revolucionario de toda la vida. Torriente vino a España a rendir su vida por el bien de sus hermanos de clase y de ideal. La historia de la literatura, la historia de la política, le rendirán con el tiempo su merecido homenaje. España le cuenta ya entre sus héroes principales.
El siguiente artículo póstumo es un bello testimonio de lo que fue la pluma de este vigoroso y original escritor cubano.
El 4 de octubre polemicé con el enemigo. Difícilmente podría olvidar aquello.
La tribuna fue un parapeto sobre una roca. El escenario fue la noche prelunar, densa aún y peligrosa. Mi contrario, un cura guerrillero. El público, los milicianos de la Revolución española, y los fascistas insultadores, requetés, falangistas, guardia civiles y militares traidores. Los aplausos, ráfagas de las ametralladoras. ¿Quién podría olvidar todo esto?
Nosotros llegamos al parapeto al anochecido. La luna saldría más tarde, ya en menguante; pero la noche era honda, maciza, casi impenetrable.
Aquél sitio era el que había recibido un nuevo nombre en la geografía del lugar. Se llamaba “La Peña del Alemán”, en honor de un compañero comunista alemán que el 4 de agosto se había batido allí como un héroe por defender la posición, dominadora de un pequeño valle. Al alemán, los milicianos con su dificultad por recordar su nombre extranjero, lo recordaban sólo con el recuerdo. Alguno, vagamente, creía saber que se llamaba Hans. Algún día yo lo sabré.
Frente a nuestra posición, también en la geografía había tomado un nuevo nombre. Allá estaban los fascistas, dominados por nosotros desde algunos puntos, sobre otras colinas rocosas, a una distancia de 350 a 500 metros. Ellos le llamaban a su avanzadilla “El parapeto de la Muerte”. Nosotros lo sabíamos por los hombres que se habían pasado a nuestras filas.
En la guerra cabe la astucia, pero no la hipocresía. Por eso, tan pronto como la oscuridad lo permitía, los hombres sacaban la cabeza fuera de los parapetos y comenzaban a insultarse unos a otros.
Era un combate en el que el ingenio tomaba una parte principal. Y florecía, junto a la brillante salida de un estudiante, la ruda barbaridad de un campesino. Los nuestros, ciertamente, llevaban la mejor parte.
-¡Rojillos! – gritaban ellos -, ¿Habéis comido hoy? ¿Habéis fumado?
-¡Sí, fascista! ¡Nos sobró pollo, hombre! Ven a por él- contestaba uno nuestro.
-¡Eh, rojillos! ¿Desde cuándo no vais a Madrid?
-¡Fascistas, hablad claro, coño, que no tenéis espíritu ni para gritar!
Más pronto comenzó la “propaganda”, dándose cuenta de las mutuas victorias:
-¡Hijos de…! ¿Os habéis enterado de lo Toledo? ¿Por qué, si vais a Madrid tanto, no os llegáis a Toledo, que está más cerca?
-Fascista, es que no tenemos tiempo. Tantas palizas como os damos no nos dejan tiempo para todo. En algún lado tenéis que descansar. ¿No sabéis ya lo de Montearagón y Estrechoquinto? ¡Os ocultan la verdad, fascistas!
Había una diferencia entre los dos puestos. De los nuestros hablaba quien quería. De ellos sólo se escuchaban, cuando más, dos o tres voces.
De la propaganda se saltaba a las cosas que más pudieran mortificar.
-¡Oye, fascista! Ya se os acabó el Aquarium. Ahora dormimos en casas de vuestros duques y condes…
-¡Sólo eso queríais, canallas! Vagos es lo que sois, y no trabajadores… Pero ya pronto tomaremos Madrid.
-Oye fascista: ¿y por qué no tomáis primero Gascones, que es más pequeño? Os acordáis del día 22, ¿no?.
-¡Rojillos, hijos de puta, cabrones!…
Y una llovizna de la ametralladora silbó por encima del parapeto. Les había “hecho efecto” el recordarles la paliza que allí mismo habían llevado el 22 de septiembre.
Los nuestros siguieron en el ataque.
-Oye, Calvo, fascista. (Calvo era el cura que hablaba generalmente por ellos.) Oye, español: ¿cuánto pagáis al italiano del avión y a los alemanes de la antiaérea? ¿Qué os han hecho las mujeres y los niños? ¿Por qué, cristianos, traéis moros? ¿Por qué empleáis balas explosivas?
Y contestaron:
-Nosotros luchamos por una España nueva. Y vienen italianos, alemanes y moros, porque tenemos el apoyo del mundo entero. Detrás de nuestros parapetos reina el orden en todos los puntos.
-¡Claro, reina el orden de los cementerios!- gritó unos de los nuestros.
Y entonces fue cuando el teniente me dijo:
-Compañero, debías hablarles tú, que vienes de fuera, para que les cuentes lo que se piensa fuera de España.
Yo, por mi cuenta, ya les iba a hablar, así es que me anunciaron a grandes voces:
-¡Eh, fascistas! Aquí hay un periodista cubano que va a haceros un informe que podrá interesaros. A callaros, pues. No rebuznéis más.
Y cuando se hizo el silencio comencé el primero de mis tres discursos de la noche:
-¡Camaradas fascistas!- grité a buena voz, y me oyeron aquella noche, a lo largo del hueco del valle, en los lejanos parapetos de Gandulla-. Soy periodista y vengo de América. Vengo de Cuba, de los Estados Unidos, de Bélgica y de Francia. Y puedo darles informes del Canadá y de toda la América Latina. El mundo entero está en contra de ustedes. Los obreros del Comité Antifascista de Nueva York recogen miles de pesos para sus compañeros españoles: en Cuba, en sólo dos días, se recogieron veintisiete mil dólares para que los trajese un banco español; en Francia, en breves días, se reunieron cinco millones de francos; en Bruselas, en una semana, se pasó del millón de francos; los obreros canadienses y los ingleses nos envían ambulancias y material sanitario, y desde México los obreros mexicanos han remitido los rifles y los millones de cartuchos con que ahora estamos disparando contra ustedes. Pero no es sólo esto. Con ustedes hay italianos y alemanes mercenarios, pagados por sus Gobiernos, enviados por Hitler y Mussolini, los dos chulos provocadores del cabaret político de Europa: pero con nosotros están los alemanes y los italianos que luchan por la libertad de sus países. Y esta misma peña, que nunca han podido tomar ustedes, lleva el nombre de un compañero alemán. Con ustedes está la canalla del mundo. Ustedes son mandados por traidores. A nosotros nos mandan luchadores por la libertad y nos apoya el proletariado del universo entero. Aún tienen tiempo. Los que de ustedes tengan callos en las manos y hayan sido arrastrados o por la amenaza o por el engaño, que se pasen a nuestras filas, que serán recibidos aquí con los brazos abiertos. Los otros, los explotadores, los vividores de toda la vida, que se preparen a la muerte, porque no hay esperanza para ellos. No se dejen engañar. No hay esperanza para ustedes. Somos más y somos mejores. La guerra la ganaremos, porque España no quiere seguir siendo esclava; porque sería preciso el exterminio total de los españoles, como ya tuvieron que hacer en Badajoz. Nosotros también, los hispanoamericanos, hemos venido aquí, y allá reunimos dinero para la causa del pueblo español, porque estamos contra la España que ustedes quieren prolongar, la vieja España de la explotación de nuestros pueblos, contra la que fue nuestra madrastra y ahora será nuestra hermana mayor por ser la primera en obtener la libertad, por la que también luchamos nosotros. Y hasta mañana, fascistas.
Parece que mis informes los impresionaron, porque cuando acabé no irrumpieron en rebuznos ni graznidos, sino que continuó el silencio. Entonces los nuestros comenzaron a hacer chuscos con ellos y a preguntarles que si se habían asustado con los informes.
Pero entonces habló uno por ellos.
-¡Vaya, ahí te contesta el Calvo! Escucha bien, para que le respondas.
Y el Calvo habló:
-¡Eh, tú, periodista! Has dicho una sarta de mentiras. ¿Cómo es que si toda América, como tú dices, está con vosotros, explicas tú que el Uruguay y otros países hispanoamericanos estén a punto de retirar sus representaciones diplomáticas de Madrid y van a reconocer al Gobierno legítimo de Burgos! La América que está con ustedes no es sino la mala América, que es igual que la mala España de aquí. Dios os cría y el diablo os junta. Y aprende a no decir mentiras. Explica cómo es que estando con vosotros es con nosotros con quienes quieren tener relaciones. Explica, anda; contesta.
-Vaya; contéstale pronto, para que no se crean que tienen razón- me dijeron los compañeros.
-¡Oye, fascista! ¿Me oyes? Bueno; te voy a contestar, hombre. ¡Qué cosas más fáciles preguntas tú! Debías tener más talento para lo que has estudiado. Mira: en primer lugar, tienes que saber que una cosa son los gobiernos y otra los pueblos. Yo no te he dicho que el Gobierno de mi país, que es una dictadura militar como la que querían poner ustedes aquí, esté con los trabajadores españoles. Pero, en cambio, el pueblo de Cuba si está con ellos, y para ellos manda su dinero. Y lo mismo pasa con el Brasil, con Perú, con Guatemala, el Salvador y otros pueblos de América. Y en Europa lo mismo. En París vi a medio millón de franceses pedir cañones y aviones para España. Y en Bélgica, aunque el Gobierno no dejó hablar a Pasionaria, cuando ésta se presentó en el Stadium de Bruselas la ovacionó la muchedumbre. Eso es lo que tienes que comprender, fascista, y eso es lo que quiero que sepan tus hombres. Cuando un pueblo tiene el Gobierno que quiere, pasa entonces como con Rusia o como en México, que ambos nos están mandando, el primero, víveres y ropa, y el segundo, balas para acabar con ustedes. ¿Estás contento ya, fascista?
De nuevo se hizo el silencio en el parapeto enemigo.
-Te los has cargao –dijo un compañero-. No saben qué contestar.
-Es que, además de que no tienen la razón, son brutos- comentó otro.
Pero el clamoreo se alzó de nuevo, y el teniente nuestro hizo una observación. Era verdad: una voz sonaba mucho más cercana que las otras. Inmediatamente recorrió el puesto y ordenó que prepararan las granadas de mano.
Sin embargo, la misma voz, la del Calvo, logró imponerse a las otras, y haciendo alarde de una sutileza genial, me emplazó:
-¡Oye, periodista cubano! ¿Cómo es que, siendo tú tan humanitario como dices, nos acusas de emplear aviones italianos y, en cambio, te jactas de que nos disparas con balas mexicanas! Contesta eso ahora, sí puedes: anda, que todos sois unos farsantes, y tú harías mejor en no meterte en las cosas de España.
Para mí fue extremadamente fácil contestarle al fascista, y le grité, con una gran voz resonante en el valle y la distancia:
-¡Oye, fascista! Manda callar a ese energúmeno que aúlla ahí, y escucha.
El energúmeno se calló.
-Oye: lo que tú quieres saber es qué diferencia hay hoy en el mundo entre un avión italiano y una bala mexicana, ¿no? Bien; pues te voy a contestar. Esos aviones italianos que están usando ustedes son los mismos que utilizó Mussolini, en nombre de la civilización, para atropellar y asesinar a un pueblo, el más heroico de la tierra. Y ustedes, que dicen que quieren una nueva España, han traído a los desalmados ésos, a los que representan hoy en el mundo la barbarie, el incendio, el asesinato y el robo; a los que quieren provocar una nueva matanza europea. Y ustedes no han vacilado en hacer de España una nueva Abisinia. Y yo sé que tú sabes lo que significa en el mundo un avión italiano. Pero tú no sabes lo que significa una bala mexicana, y yo te lo voy a explicar. Una bala mexicana nunca ha significado una conquista, ni el atropello de un pueblo. Una bala mexicana siempre ha significado una lucha por la libertad de los pueblos. Una bala mexicana significa para nosotros, los hispanoamericanos, una lucha constante, incansable, contra el imperialismo yankee, que domina y explota a nuestros pueblos, como quisieran ustedes seguir dominando y explotando al pueblo de España. Por eso, fascista, nosotros nos sentimos orgullosos de disparar contra ustedes con balas mexicanas, pagadas por los obreros mexicanos; porque son balas para liberar un pueblo y no para oprimirlo. Además, mientras ustedes tienen que entregar a cambio de esos aviones las Islas Baleares a Mussolini, los obreros mexicanos no quieren nada a cambio de sus balas y de sus rifles. Lo único que quieren es que cada bala sea buena para matar a un fascista. Y esta es la diferencia que hay entre los aviones italianos que ustedes usan y las balas mexicanas que nosotros empleamos. Y hasta mañana, fascista.
Esta vez la respuesta fue contundente. Silbaron las ráfagas tableteadas de las ametralladoras y muchas balas de fusil; balas explosivas estallaron contra el parapeto.
Y me gritaban:
-Traidor, vete a tu país. Hijo de puta. ¿Cuánto te pagan?…
-Ganamos la pelea- le dije al teniente.
Pero éste tenía ya otra preocupación. La noche estaba negra y temía a una sorpresa.
Yo le dije:
-Todo es cuestión de media hora, que comenzará a salir la luna.
Pablo de la Torriente-Brau
27-X-36.