Cartas desde prisión:
Ignacio Varela Gómez
En el Puerto a 14 de marzo de 2021
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Y hablando de lecciones que cabe extraer de lo vivido en este último año, todo lo que rodea al encarcelamiento de Pablo Hasél merece una atención especial que pone de relevancia cuestiones de gran trascendencia que refuerzan lo acertado de preservar en una línea de resistencia frente a las falsas promesas del oportunismo reformista.
Una de ellas, que me parece fundamental, es la de la importancia decisiva que tiene lo cualitativo frente a lo meramente cuantitativo a la hora de valorar la incidencia del Movimiento Popular.
Creo que las organizaciones, colectivos y plataformas que promovieron la campaña de solidaridad con Pablo y la denuncia de la persecución a la que lo somete el régimen, tienen motivos para sentirse orgullosas del trabajo que realizaron. Las movilizaciones que se desplegaron por todo el Estado en las semanas previas a su detención, así como su proyección en las redes sociales, tuvieron un impacto innegable. Hasta el punto de que quebraron la estrategia de censura impuesta en los grandes medios, que se vieron obligados a hacerse eco de esa campaña de solidaridad. Esa repercusión forzó que el gobierno tuviese que salir al paso anunciando su intención de reformar el Código Penal. Una cortina de humo para tratar de desactivar ese movimiento de solidaridad, como el propio Pablo Hasél señaló en las entrevistas que concedió esos días.
De sobra sabemos el poco recorrido que luego tienen este tipo de anuncios –como la derogación de la Ley Mordaza, la de las reformas laborales, el fin de los desahucios…- y ya se han encargado de aclarar que esa reforma se circunscribiría a expresiones vertidas en el ámbito artístico-cultural (las organizaciones populares habrán de dar los mítines por bulerías, o redactar la propaganda en verso). Aunque no pasa de ser un brindis al sol, y llegado el caso sería necesario que el Movimiento Popular mantenga, e incremente, la presión en las calles para que pueda materializarse, me parece muy significativo que el régimen llegue a plantear, siquiera declarativamente, la posibilidad de proceder a una reforma del Código Penal, en relación con la represión política, para desescalar la espiral represiva. Como digo, fruto de esas movilizaciones y del potencial revolucionario que encierran.
Ese es otro de los aspectos de este asunto que me parece necesario poner en valor. Toda esa campaña se articula en base a las propias fuerzas del Movimiento Popular, al margen de cualquier interés por proyectarse institucionalmente. Algo que demuestra cuál es el camino por el que debe transitar el Movimiento, incluso para arrancar algunas mejoras parciales de llevar a término. No hay que perder de vista que semanas atrás el Ministerio de Interior venía filtrando que buscaba el acomodo legal para castigar penalmente los recibimientos y homenajes a los presos políticos que salen de la cárcel. Son las masas populares y su lucha organizada en las calles las que pueden arrancar al régimen esas “pequeñas” conquistas. A estos efectos resultan mucho más determinantes miles de personas organizadas en las calles que esos millones de votos en las urnas del fascismo de los que presumen sus chicos de los recados. Es falso, una burda mentira con la que se pretende desmovilizar y desmoralizar al personal, que para mejorar las condiciones de vida de las masas trabajadoras, tanto en sus condiciones materiales de existencia como en lo relativo a sus derechos democrático-populares, sea imprescindible participar en las instituciones del régimen. “Resultar decisivos” en su aritmética parlamentaria.
En el Estado español los márgenes para ejercer los derechos políticos de la clase obrera de forma consecuente son mínimos, y cualquier atisbo de crítica política bajo una perspectiva rupturista es reprimido con saña. Estamos comprobando, en tiempo real, como esa “participación institucional” conduce a la integración en el régimen, atenuando la desafección popular hacia el mismo y actuando como un factor de legitimación de todo su entramado jurídico-institucional.
Aunque el Movimiento de solidaridad antifascista no consiguió frenar el secuestro de Pablo Hasél, toda la experiencia acumulada servirá para reforzar esa lucha que ha experimentado un gran avance y que sí ha conseguido que para el régimen el encarcelamiento de Pablo tenga un alto coste político, tanto a nivel interno como en el ámbito internacional. Tanto es así que, lejos de servirle como precedente para ir extendiendo luego la represión a otras voces críticas, la reacción popular que se ha encontrado dificulta esa posibilidad. Provocando, además que ese mensaje que buscaban silenciar se vea amplificado.
Y esto también me perece importante tenerlo en cuenta. Aunque a lo largo de este proceso el Estado ha ido variando de estrategia, sucesivamente se ha visto superado por la respuesta que se encontró. Pretendían silenciar a Pablo, decía, y su mensaje resuena con más fuerza y amplitud. Querían ejemplificar, sembrar el miedo, y aunque posiblemente haya quien transija con la autocensura, lo han convertido en un ejemplo de dignidad y coraje, un referente a la hora de encarar la represión que pone frente al espejo las vergüenzas del pactismo liquidacionista.
Pretendían servirse de la relativa calma social, generada por el shock pandémico, para meterlo en la cárcel sin levantar mucha polvareda, y, como señalaba antes, la campaña de solidaridad que se desplegó en las semanas previas a su detención acabó agrietando el muro de la censura mediática. Fieles a su condición de fascistas recalcitrantes, quisieron aprovechar esa circunstancia, la proyección pública que había alcanzado para sembrar el miedo y la desmoralización, retrasmitiendo en directo su detención en las principales cadenas de televisión. “Si nos atrevemos con alguien que cuenta con tanto apoyo, qué no haremos con otras voces más anónimas”, venían a fanfarronear. Y en lugar de ese miedo y desánimo, se toparon en las calles con mayor determinación, rebeldía y resistencia, teniendo que recurrir al terrorismo policial y a mayores dosis de manipulación e intoxicación. Resulta curioso que quienes se dedican a apalear a la gente, abriendo cabezas y cejas a porrazos, y reventando ojos a pelotazos, con el fin de aterrorizar y que los demás se lo piensen dos veces antes de sumarse a una manifestación, luego pongan el grito en el cielo porque sus víctimas no se arredren y les respondan con una décima parte de la violencia que ellos mismos ejercen contra los manifestantes.
Y claro, por mucha demagogia que quieran intercalar, esas imágenes emitidas en directo de policías reventando manifestaciones que hasta entonces discurrían pacíficamente, disparando con los peloteros en posición de tiro directo a la altura de la cabeza, o llamando a los manifestantes “putas de mierda” antes de apalearlas, hablan por sí solas. Así que de nuevo se impone la censura. A lo sumo, se muestran imágenes de un escaparate roto, que como toda “persona de bien” puede comprender, es mucho más grave que dejar a una joven tuerta de por vida.
En definitiva, hemos visto en qué consiste realmente en el Estado español la libertad de expresión y de manifestación. Pretenden presentar un debate sobre esta cuestión en términos abstractos, de forma que se favorecen los equívocos y la confusión. Hasta el punto de que algún destacado trilero reformista acaba dándole la vuelta al asunto y pasa de criticar la represión de Pablo y otros artistas populares –con la boca pequeña y aclarando que le parecen lo peor de lo peor- a justificar la impunidad con la que se manifiestan los fascistas.
La realidad es que bajo el régimen del 39 la oligarquía y todos sus representantes, tanto los declarados como los camuflados bajo piel de cordero, cuentan con total libertad, y gran profusión de medios, para esparcir a los cuatro vientos su podrida ideología y hacer apología de la explotación, la opresión y la barbarie incluso en sus vertientes más aberrantes.
Para la clase obrera, los sectores populares y sus organizaciones políticas la situación es bien distinta. La libertad de expresión consiste en decir aquello que los tribunales del régimen consideran aceptable: esos mismos que continúan rindiendo tributo a Franco como jefe de Estado desde 1936. Y con el derecho de manifestación sucede otro tanto: pueden ejercerlo donde, cuando, cómo y por los motivos que “la autoridad” considere oportuno. Y así y todo siempre bajo la amenaza de que policías pertrechados hasta los dientes las revienten a porrazos y pelotazos. Esa es la esencia de la cuestión que tratan de ocultar bajo toneladas de demagogia, pero que en las últimas semanas se ha mostrado en toda su crudeza.
Podríamos seguir hablando de todos esos opinadores a tiempo completo, que ejercen de palmeros del fascismo, devenidos, a marchas forzadas, en pretendidos críticos artístico-musicales, pasando de sostener que su discurso no solo debe ser censurado sino también reprimido de forma contundente, a sentenciar que además su producción artística es de muy baja calidad. Llega un momento en que ya no sabe uno si defienden su encarcelamiento por arremeter contra el orden establecido o porque no les gusta como rapea.
Nacho