Recuperando materiales históricos:
*Del “Amnistía” Juli-Agos-Sep 1987.
Torturas:
Policías juzgados por torturas a una dirigente del PCE(r)
El juicio a cuatro inspectores de la Brigada Regional de Información de Madrid, acusados de infligir malos tratos a Isabel Llaquet Baldellou en octubre de 1980, celebrado el pasado 18 de febrero en la Audiencia Provincial de Barcelona, ha puesto de manifiesto una vez más que bajo la aplicación de la Ley Antiterrorista se ampara y favorece la tortura generalizada.
Pocas han sido las denuncias por torturas contra miembros de los cuerpos de seguridad del Estado que han prosperado en los diez años de democracia, y notable es el interés del PSOE para que así suceda. Incluso, el Ministro del Interior, el que obligó a la juez Huertas a retirar una prueba pericial, una rueda de reconocimiento con los guardias civiles de una comandancia de Bilbao, en el proceso abierto por tortures a Tomás Linaza, y ordenó a policías y guardias civiles a desobedecer a los jueces cuando se requiera su comparecencia, ha amenazado a los posibles denunciantes de agentes de la seguridad por tortures que, en el caso de no poderlo demostrar ante el juez, tendrán que responder ante la Justicia.
El procesamiento de los torturadores de Isabel Llaquet prosperó, Jesús González, Ricardo Sánchez Fernández, Rafael Navarro Garda y Jesús Castaño de Lis, para quienes el fiscal solicitó una pena de cinco meses de arresto e inhabilitación durante cinco años, como la condena firme de tres guardias civiles por torturas causadas a José María Olarra en octubre de 1983, firmada el pasado noviembre, demuestran la entera vigencia de la tortura, que permite y ampara el PSOE.
Diecinueve torturadores siguen en sus puestos
El Ministerio del Interior no ha suspendido de sus funciones a 19 policías que tienen abiertos expedientes por supuestas torturas, según un informe de la Dirección General de la Policía que contiene datos desde enero de 1983.
Desde la llegada del PSOE al poder, han sido abiertos 34 expedientes por torturas supuestamente infligidas por 31 policías, de los que 8 han sido procesados y el resto continúan en activo. De estos últimos, 19 nunca fueron apartados del servicio y sólo 4 lo fueron temporalmente.
*Del “Amnistía” Febrero-Marzo 1988
Diálogos del absurdo
José María Sánchez Casas. Cárcel de Daroca. Agosto de 1987.
Hacía tiempo que había dejado de intentar explicarse razonablemente lo que allí ocurría, así que no se preocupó cuando fuera del horario normal y con el irritante ruido de siempre abrieron el «Chivato» y luego el portón. Ya no le gritaban lo de ¡al fondo!, vieron que era inútil.
Ahora, el cebón que aparecía tras la puerta retorcía su turgente cara de una forma extraña. Poseía unos ojillos que se perdían ahogados por unos rollos de carne gruesos y abotargados; las gafas además achicaban las bolitas parduzcas hasta los límites ridículos. Todo él, era un montón de manteca temblona y a punto de desparramarse. Estaba sonriendo o al menos lo intentaba.
—Usted sabe que hay que colocarse en la postura reglamentaria.
Hasta la voz era untuosa y resbaladiza.
—¿Y?
—Yo tengo que cumplir órdenes.
—¿Motivos de seguridad?
—No sé. Nunca me lo explicaron. Comprendo que no lo hago por mi gusto, pero el reglamento…
—Vamos, que se supone que cuando abran la puerta me voy a lanzar sobre usted y devorarlo a mordiscos.
—El sentido común me dice que no va a hacer nada de eso, pero yo como funcionario…
—…no puede usar el sentido común, claro.
—¡Y además, no puede tener esa toalla tapando la ventana!
La pila de grasa se agitó peligrosamente, su caída parecía inminente.
—Hombre, claro que puedo. Hace cuatro horas que la puse y mire, ahí sigue. Por cierto, quiero ir a las duchas.
—Está de suerte, hoy toca ducha obligatoria.
Las aletas de la nariz se le encogieron imperceptiblemente. Tenían todo reglamentado tan jodidamente que hasta lo que uno quería se transformaba en un imposición de ellos.
—O sea, que si da la puñetera casualidad de que tengo gripe, pues nada: pulmonía doble…
—No sé… el reglamento no dice nada sobre esos casos.
—Bueno, vamos a dejarlo no vayan a saltarle los circuitos.
—Coja sus cosas y ¡venga! a la ducha.
—Tranquilo, hermano, no se excite.
—¡Póngase en la postura reglamentaria para cacheo!
—¿De qué habla?
—Hombre, tengo que cachearlo, usted lo sabe. El reglamento…
—Dice, que cada vez que entre o salga de esta celda en la que sólo ha entrado lo que ustedes han querido -porque el bolígrafo como es peligrosamente de metal no han podido dármelo; los cubiertos son de plástico; no puedo tener más de cinco libros, para restringir objetos arrojadizos supongo y el chabolo está más desnudo que el gobierno de vergüenza-, pues no señor, a pesar de los pesares el puñetero reglamento dice que tengo que ser cacheado no vaya a tener escondida en el dobladillo del pantalón una calasnikó. ¿No dice el maldito reglamento que utilicen ustedes de vez en cuando el caletre, si es que lo tienen?
—Oiga, oiga que yo estoy aquí porque hay mucho paro y tengo que ganarme un sueldo.
—Y en el contrato no se exige un poco de masa gris. Está claro.
—Mire, no tengo por qué decírselo pero yo tampoco estoy de acuerdo con la administración socialista. Estoy más a la izquierda de lo que se puede imaginar. Hasta milité en el FRAP.
—¡No me diga! y ¿qué hace un izquierdoso como tú en un antro como este?
—Ya ve, vueltas que da el mundo. Pero sigo pensando igual a pesar de este uniforme.
—¡Ya! Bueno, pues vamos a la ducha, compañerito.
—Antes tengo que cachearlo.
—No me jodas, Fidel. ¿En que quedamos?
—Las ideas son las ideas y el trabajo es…
—¡Y una mierda! Tú eres un soplapoyas, y de cacheos nada.
—¡Pues no hay duchas!… claro que… hoy es obligatoria.
—Dale trabajo al majín, Séneca. A vez que haces.
—No sé… no sé… iré a consultar el reglamento.
Ante la perplejidad e incertidumbre que planteaba la situación optó por cerrar el portón. Era lo suyo.