Alientos de lucha
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El mundo es ancho y ajeno.
Ciro Alegría
(Perú 1909 -1967)
“Cuando la ley da tierras, se olvida de lo que va a ser la suerte de los hombres que están en esas tierras. La ley no los protege como hombres. Los que mandan se justificarán diciendo: “váyanse a otra parte, el mundo es ancho”. Cierto, es ancho. Pero yo, comuneros, conozco el mundo ancho donde nosotros, los pobres, solemos vivir. Y yo les digo con toda verdá que pa nosotros los pobres, el mundo es ancho pero ajeno. Ustedes lo saben, comuneros. Lo han visto con sus ojos por donde han andao. Algunos sueñan y creen que lo que no han visto es mejor. Y se van lejos a buscarse la vida. ¿Quién ha vuelto? El maestro Pedro Mayta, que pudo regresar pronto. Los demás no han vuelto y yo les digo que podemos llorarlos como muertos o como esclavos. Es penosa esta verdá, pero debo gritarla para que todos endurezcan como el acero la voluntá que hay en su pecho. En ese mundo ancho, cambiamos de lugar, vamos de un lao pa otro buscando la vida. Pero el mundo es ajeno y nada nos da, nada, ni siquiera un güen salario, y el hombre muere con la frente pegada a una tierra amarga de lágrimas. Defendamos nuestra tierra, nuestro sitio en el mundo, que así defenderemos nuestra libertá y nuestra vida. La suerte de los pobres es una y pediremos a todos los pobres que os acompañen. Así ganaremos… Muchos, muchos, desde hace años, siglos, se rebelaron y perdieron. Que nadie se acobarde pensando en la derrota porque es peor ser esclavo sin pelear. Quién sabe los gobernantes comiencen a comprender que a la nación no le conviene la injusticia. Pa permitir la muerte de la comunidá indígena se justifican diciendo que hay que despertar en el indio el espíritu de propiedá y así empiezan quitándole la única que tiene. Defendamos nuestra vida, comuneros. ¡Defendamos nuestra tierra!.
El pueblo rugió como un ventarrón y en el tumulto de voces solo podía escucharse claramente: “!Tierra!”, “Defendamos!”
Los caporales se abrieron paso hasta llegar al lado de Benito Castro y el que parecía su jefe, habló:
-Oiga, nosotros nos volvemos aura mesmo. Don Florencia nos mandó a pelear contra don Amenábar y no a hacer sublevación. Dénos los veinte rifles que le entregamos…
Benito, sin responder, aferró el rifle que tenía el caporal, quitándoselo de un jalón. Sobre los otros se abalanzaron los comuneros -mujeres y hombres- que estaban a pie a su lado. Sonó un tiro y una mujer dio un grito, pero los caporales ya caían al suelo y eran desarmados y dominados después de una breve trifulca. El pueblo entero se dio cuenta de que en Benito tenía un jefe de visión rápida y lo vitoreaban. La mujer había sido herida en un brazo y sus familiares la condujeron a su casa, chorreando sangre. Benito entregó los fusiles y los caballos, inmediatamente, a los hombres que primero pusieron mano sobre los caporales y después ordenó:
-A estos vendidos enciérrelos pa que no vayan con el cuento…
Los seis comuneros favorecidos levantaron su orgullo sobre los caballos, haciendo brillar los fusiles…”
Sobre el autor:
Junto con el boliviano Alcides Arguedas y el ecuatoriano Jorge Icaza, es uno de los principales representantes de la novela indigenista, tendencia que convivió con la narrativa realista en las primeras décadas del s. XX. En La serpiente de oro relata la vida de los nativos a orillas de Marañón. En Los perros hambrientos entra de lleno en el mundo de la alta sierra peruana y presenta la lucha del hombre contra la naturaleza hostil. Su novela El mundo es ancho y ajeno, es un gran cuadro épico de las luchas de una comunidad indígena contra los tres poderes que quieren destruirla: la oligarquía terrateniente, el Ejército y el Gobierno al servicio de los intereses estadounidenses.
*Descarga:
–https://drive.google.com/file/d/1IUXdCe-AmcmmKX6ua3XHfUhuB8k2wAPs/view?usp=sharing