Repasando la otra historia:
Sobre “La libertad”
“Señores, no se dejen impresionar por la palabra abstracta “libertad”. ¿La libertad de quién? No se trata aquí de la libertad de un simple individuo frente a otro individuo. Se trata de la libertad de que disfruta el capital para aplastar a los obreros”.
Karl Marx. Discurso sobre el libre cambio.
«De ahí, por otra parte, la inepcia de considerar la libre competencia como el último desarrollo de la libertad humana, y la negación de la libre competencia como negación de la libertad individual y de la producción social fundada en la libertad individual. No se trata, precisamente, más que del desarrollo libre sobre una base limitada, la base de la dominación por el capital. Por ende, este tipo de libertad individual es a la vez la abolición más plena de toda libertad individual y el avasallamiento cabal de la individualidad bajo condiciones sociales que adoptan la forma de poderes objetivos, incluso de objetos todopoderosos, de cosas independientes de los mismos individuos que se relacionan entre sí… En la libre competencia, los que son libres no son los individuos, sino que lo que se libera es el capital.»
Karl Marx. Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (borradores).
La Libertad:
-Que poco lo comprendo, cuando habla mal de la República. No aprecia usted la extrema libertad que de ella emana?
*Sin lugar a dudas, pero…
-Así yo, quien le habla, señor, tengo la absoluta conciencia de mi entera libertad. Mis padres son, sin embargo, de origen modesto; mi padre fue peón. Bajo otros regímenes yo hubiese sido inmediatamente asimilado a un siervo, y me hubiese transformado en propiedad de algún señor. Mientras que gracias a la República, señor, a pesar de mi origen pobre, he nacido como ciudadano libre. En vez de ser asimilado a una bestia de carga, he escogido libremente mi profesión, o mejor dicho mi padre escogió libremente por mí el patrón que viviría de mi trabajo. Yo era desgraciado, señor, en el sentido material de la palabra mi salario era ridículo y mis contribuciones pesadas; sin embargo, una vez caída la noche me miraba en el espejo y me decía: «He aquí un hombre libre» y eso me llenaba de orgullo. A los dieciocho años me aliste en el cuerpo armado de mi preferencia, y aprecié mucho la libertad que me permitió participar en la campaña de Madagascar y obtener esta medalla que será el honor de toda mi vida.
*No le relataré las libertades que nos dejaron en las Hovas, los diarios las describieron ampliamente.
-Desde ese entonces, señor, no he hecho más que bendecir la República; soy un empleado subalterno y no recibo grandes emolumentos, a pesar de lo cual tengo la conciencia de un hombre honesto y la dignidad de un ciudadano libre. Antes, bajo el Imperio, éramos estafados por una banda de aristócratas, que salían de no sé dónde, mientras que hoy tenemos la libertad de escoger a nuestros gobernantes y si éstos nos disgustan, de cambiarlos cada cuatro años. ¿No aprecia usted esta ventaja?
*Sí, mucho.
-Tenemos la libertad de hablar, de escribir, de beber, de fumar, hasta de emborracharnos si queremos, salvo, naturalmente, en los casos previstos por la ley, que es el contrato libremente consentido por los ciudadanos libres.
*Pero, le respondí, no piensa usted que ciertas libertades son desagradables, la libertad de dormir debajo de los puentes, por ejemplo, cuando no se tiene con que pagar un alojamiento.
Me respondió, haciendo una mueca de desdeño:
-Para los vagabundos, tal vez, los sin vivienda, sin trabajo, los escoria.
*Pero, finalmente, le repliqué con un poco de bronca, hay casos, la enfermedad, la desocupación, y otros, en los que no tenemos otra libertad que la de reventar de hambre.
-Error, señor, dijo sentenciosamente, las gentes honestas no tienen nada que temer de esas eventualidades; en mi especialidad, por ejemplo, jamás hubo desocupación, y las personas de las que usted habla son las que hicieron mal uso de la libertad.
*Bueno, pero usted que habla constantemente de libertad, ¿qué hace?
-Yo, señor, soy guardián de prisión.
Extracto de L’anarchie, número 205, 11 de marzo de 1909.