Muro de solidaridad y denuncias:
Torturas:
-¿Por qué esas marcas y esas secuelas? Esto es lo que pasó Iratxe Sorzabal en manos de la GC.
Ocurrió entre el 30 de marzo y el 3 de abril de 2001. Electrodos, «la bolsa», abusos sexuales, golpes y amenazas componen la narración detalladísima de Iratxe Sorzabal sobre su incomunicación en manos de la Guardia Civil. Una denuncia ante la que 20 años después se sigue haciendo la vista gorda.
Pese a la coherencia absoluta entre la denuncia pública de torturas de Iratxe Sorzabal y las secuelas físicas y sicológicas, acreditada por diferentes expertos, la Audiencia Nacional española ha establecido que no está «plenamente acreditado» que sufriera ese tormento. En las últimas semanas algunos extractos de su «infierno» en manos de la Guardia ya han alcanzado gran eco público tanto por su declaración en la Audiencia Nacional como por la entrevista realizada en 2001 y aparecida ahora. Pero es en el libro ‘Tortura en Euskal Herria 2001’, publicado por Torturaren Aurkako Taldea hace dos décadas, donde explicitó en primera persona y con todo detalle lo que ocurrió aquellos cinco días y noches. NAIZ lo reproduce ahora íntegro, tras un fallo judicial que vuelve a dejar sin reconocimiento, y obviamente impune, todo lo ocurrido:
«30/03/2001, viernes: La detención se produjo a las 9.10 h. de la mañana, cuando salía de casa. Se me acercaron tres personas, sacaron la placa, se identificaron y me metieron en un coche. Me dijeron que íbamos a Intxaurrondo: ‘¿Ya sabes adonde vamos? ¡A Intxaurrondo! Ya sabes lo que eso quiere decir, ¿no?’.
Llegamos a Intxaurrondo (todo el trayecto en coche me obligaron a llevar a la cabeza agachada), me metieron un un edificio y me colocaron un antifaz en los ojos que me impedía la visión. Me cogieron las huellas, pero no sé en qué papel las pondrían al tener la visión impedida. Vino una mujer y comenzó a cachearme. Había dos hombres al lado mío y me obligaron a quitarme el sujetador mientras me desnudaban de cintura para arriba. Entonces los dos hombres comenzaron a sobarme los pechos, mientras decía ‘mira qué tetas’ y cosas del estilo. Yo forcejeaba y comenzaba a tener arcadas, ellos empezaron a reírse y medio gritando me decían que no hiciese teatro (…)
Sobre las 15.00 h., nada más meterme en el coche comenzó el traslado a Madrid. En el coche íbamos cinco personas, cuatro guardias civiles y yo. Yo iba detrás de dos de ellos. Pude ver la cara de los dos que iban delante y del de mi izquierda. Nada más entrar en el coche el jefe me dijo ‘bueno, aquí se han acabado las mariconadas de derechos, jueces y mierdas, de aquí en adelante vas a saber lo que es bueno. ¿Has oído hija de puta?’. Y me golpeó en la cabeza. De aquí en adelante me pusieron el antifaz y se sucedieron los golpes en la cabeza, los insultos y las amenazas. Menos el conductor, los otros tres me golpeaban fuertemente en la cabeza.
El que estaba a mi derecha sacó un aparato que llevaba entre las piernas y comenzó a darme descargas en el costado derecho. Mientras, el que iba a mi izquierda cogió una bolsa de plástico y me la puso en la cabeza impidiéndome la respiración y casi hasta asfixiarme. Los golpes en la cabeza que me daba el que iba delante eran continuos. Y además, el que iba a mi derecha me sobaba el pecho.
Todo ello, los electrodos, la bolsa, las sobadas y los golpes eran continuos entre gritos, insultos y amenazas. Perdí el conocimiento en dos ocasiones y me oriné encima. Antes de llegar a perder el conocimiento, rompí en un par de ocasiones la bolsa con los dientes y entonces me colocaban otra. Al final, y al ver que rompía las bolsas, decidieron ponérmelas de tres en tres.
Me decían que lo que estaban haciendo era muy suave, que cuando llegásemos a Madrid iba a saber lo que era sufrir, que los de allí eran unos animales. El de mi derecha dijo que se le habían acabado las pilas del aparato, las cambió y comenzó de nuevo con las descargas. En un par de ocasiones le pasó el aparato al que estaba a mi izquierda y este también me aplicó descargas, en la parte izquierda (…)
Uno de ellos me dijo que me iban a hacer lo mismo que a Geresta o que le habían hecho a Basajaun, que me llevarían a un monte y me iban a matar. Pararon el coche (me dijeron que estábamos en el monte) y me colocaron una pistola en las manos. Yo no la quería coger y me seguían golpeando mientras me obligaban a cogerla, me dijeron que saliese del coche y que echase a correr, que entonces ellos me dispararían, me matarían y luego dirían que como había intentado escapar me habían tenido que disparar y que por eso me habían matado. Me obligaron a coger la pistola y bajar del coche. Me gritaron que corriese, pero yo no me podía ni mover, y no corrí. Me volvieron a meter en el coche mientras uno de ellos decía ‘vamos, vamos al coche, que viene gente, métete en el coche que viene gente. De buena te has librado, zorra, porque venía gente, que si no te matamos aquí mismo’.
De aquí en adelante pusieron el coche en marcha y más de lo mismo: la bolsa, electrodos, tocamientos, gritos, golpes, amenazas… Me decían de todo, entre otras cosas ‘hija de puta, gorda, te hemos dejado cebarte:.. ¿Cuánto pesabas hace un año, 38 kilos? Mira, mira cómo te has puesto… y esto es solo el principio… ya verás cuando lleguemos a Madrid… te vas a cagar… allí será mucho peor… los compañeros que te esperan allí son unos animales… ya verás…. aquí en el coche no se puede trabajar cómodo, pero ya verás allí que hay sitio de sobra y espacio y tiempo para trabajar a gusto… te vamos a matar poco a poco’.
Llegamos a Madrid. Más tarde sabría que estábamos en la jefatura superior de la GC. Me metieron por un pasillo, y entre seis o siete guardias civiles me dieron una paliza impresionante. Me dijeron que era ‘mi bienvenida’. Mientras me golpeaban (fueron golpes en la cabeza sobre todo) se me movió el antifaz y pude ver que eran seis o siete hombres, los que me habían trasladado hasta allí y otros dos o tres que iban con pasamontañas. La paliza fue brutal, pero en un periodo de tiempo muy corto, duraría unos 20 segundos. Me golpearon con las manos y con algo duro (…)
Antes de meterme en la habitación me quitaron el antifaz. Había un hombre que me dijo que era el médico forense, me enseñó un carné. Pero yo estaba muy nerviosa y no le creí. Creo que es un guardia civil y que está haciendo teatro. Me pregunta si quiero que me reconozca, pero cada vez que se acerca yo me sobresalto por el miedo que tengo. Estoy temblando y no puedo hablar, estoy llorando y temblando… Intenta tranquilizarme pero no le creo, tengo mucho miedo. Estoy como una media hora en aquella habitación, sentada en una silla, temblando, sin poder hablar y llorando.
Sobre las 19.30 se va el forense (más tarde sabría que era médico de verdad) y a mí me bajan al piso de abajo. Nada más irse el forense me colocan de nuevo el antifaz. Desde ese momento hasta el mediodía del día siguiente, es esto lo que sucede (son 16 horas seguidas, sin descanso): Me meten en una habitación que denominan ‘habitación A’, donde hay muchos hombres, unos diez calculo. Y se van turnando todos para torturarme. Me colocan bolsas por la cabeza hasta mi asfixia continuamente… Para ello uno de ellos me sujeta por detrás y cada vez que pierdo el conocimiento no me caigo al suelo, los golpes en la cabeza son continuos (con la mano, con un listín telefónico –me dicen ellos lo que es–, con una revista enrollada –esto lo puedo ver–…)
Me atan las muñecas y los pies, me colocan goma espuma para que no me queden marcas. Entonces me enrollan con una manta y me inmovilizan con precinto. Me tumban en el suelo boca arriba (solo tengo la cabeza al aire) y un guardia civil se coloca sobre mí y me asfixia una y otra vez con la bolsa. Me introduce la bolsa por la boca hasta la garganta y me tapa la nariz, hasta provocarme el vómito. Se van turnando para hacerlo, en realidad se turnan para hacerme de todo.
Me desnudan (lo hacen ellos de forma muy violenta porque yo ya no tengo fuerzas) y se colocan en círculo, dejándome a mí en medio. Me obligan a hacer flexiones de dos tipos, Unas subiendo y bajando el cuerpo, y las otras subiendo y bajando los brazos. Mientras realizo las flexiones me golpean en la cabeza, y comienzan a tocarme el cuerpo, en especial el pecho, el culo y el pubis. Me colocan un palo en las manos y me dicen que me lo van a meter por el culo, me obligan a colocarme a cuatro patas en el suelo sobre la manta, me dan sopapos… (…)
Constantemente me amenazan con que van a violarme. Uno de ellos se quita el cinturón y se baja la bragueta (yo, como estoy con el antifaz, no lo veo pero lo siento) y me dice ‘ahora me vas a comer la polla’. Mientras tanto los demás me dicen ‘ahora te vamos a echar un polvo uno a uno, nos vamos a turnar’.
También son constantes las amenazas contra mi familia, que va a detener a mi hermana, a mi madre también y la van a violar. Uno de ellos hace que habla por teléfono dando la orden de detener a mi madre y llevarla allí (más tarde sabría que era mentira). Oigo gritos y me dicen que es una amiga y que también la están torturando (luego me enteraría de que era mentira). Me dicen que me van a sacar de allí en helicóptero y que me van a tirar de allí, me dicen que tengo que aprender lo que ellos me digan, que si no van a seguir así hasta matarme (…)
31/03/2001, sábado: Sobre las 12 del mediodía me llevan al calabozo y al de un cuarto de hora más o menos me llevan al piso de arriba, adonde el médico forense. Todavía tengo dudas respecto a él, no sé si será médico de verdad, pero estoy destrozada y me arriesgo a contarle el trato de que estoy siendo objeto, creo que si de verdad es médico me va a ayudar, y si no lo es, pues la verdad, es imposible que me hagan algo peor… Tengo mucho miedo, pero ya no aguantaba más… Tenía la cabeza que parecía que me iba a explotar, un dolor de cuello terrible, un agotamiento físico extremo, y comencé a enseñarle las marcas que me habían dejado los electrodos. Al verme me dijo que me iba a llevar al hospital, salió de la habitación y entró otro médico que dijo que era médico de la Guardia Civil, pero no pudo oponerse y me llevaron al hospital a urgencias (…)
Cuando salimos del hospital me llevan de nuevo a la comisaría de la Guardia Civil. Nada más bajar del coche, uno de ellos me dice al oído ‘¡te vas a cagar!’ (…) El jefe me dice que están muy enfadados conmigo. Me dice que en adelante tengo que hacer lo que ellos me manden y que tengo que declarar palabra por palabra lo que me manden. Me dice que tengo tres opciones: si no realizo la declaración policial, van a seguir como hasta entonces, es decir, torturándome sin parar: la bolsa, electrodos, golpes… que el jefe que está por encima de él conoce bien el trato que me están dando y que no tienen ningún problema por ese lado; si subo a prestar declaración, pero no digo palabra por palabra lo que ellos me dicen que tengo que decir, el trato va a ser peor que el que hasta entonces venía sufriendo, que en los tres días que quedaban me iban a hacer sufrir hasta matarme; si realizo la declaración como ellos me han dicho, no me iban a poner una mano encima y me iban a dejar dormir hasta la declaración (…)
1/4/2001, domingo: Por la mañana tengo un interrogatorio que duraría unas cuatro horas en la ‘habitación B’. Me obligan a aprender cosas nuevas y me dicen que esa tarde tengo que realizar otra declaración. De nuevo me dan las tres mismas opciones del día anterior, entre amenazas… Me llevan al calabozo y me dan una pastilla para el dolor. La tomo porque son insoportables el dolor de cabeza y de cuello que tengo (…)
Por la tarde realizo la segunda declaración policial. Como ellos me han obligado, digo lo que me han hecho aprenderme. El abogado de oficio se da cuenta de que me encuentro mal, porque para levantarme de la silla me tienen que ayudar entre dos guardias civiles, y pregunta si me pasa algo. Pero uno de los guardias civiles le dice que estoy bien y no me pasa nada. Me lo pregunta directamente a mí, y como estoy aterrorizada le digo que estoy bien, aunque creo que no podía estar peor (…)
Los últimos días soy torturada sicológicamente, mediante amenazas, etc. El domingo, cuando estoy en el calabozo entran dos guardias civiles gritando y me golpean la cabeza, pero quitando eso en los tres días restantes no me torturan físicamente».