Movimiento obrero. Su brutal situación.
Historia obrera reciente.
Reseña de libro:
-Contra el Pacto de la Moncloa. Algunas respuestas de la clase obrera.
De Alfredo Grimaldos Feito y Andreu García Ribera.
Ediciones El Boletín. Diciembre de 2021. 96 páginas.
Reedición del libro de 1978. Esta segunda edición sale en el Iº aniversario de la muerte de Alfredo Grimaldos, como homenaje de un grupo de amigos y camaradas.
La traición de los Pactos de la Moncloa de 1977
“Lo que estábamos viviendo era una pantomima para consolidar el poder de la gran burguesía que había hecho su capital al amparo de la dictadura”
Entre el 8 y 21 de octubre de 1977 se reunieron en el Palacio de la Moncloa el Gobierno y los grupos parlamentarios del Congreso surgidos de las elecciones del 15 de junio anterior, unas elecciones convocadas desde el aparato del poder franquista, con presos antifascistas en las prisiones y partidos ilegales. El objetivo, debatir las líneas directrices de la política del Estado.
El día 25 tuvo lugar la firma solemne, la foto nos presenta hermanados, entre otros, al antiguo Secretario General del Movimiento Adolfo Suárez, con Felipe González líder emergente de un PSOE refundado en Suresnes con el indispensable apoyo de la IIª Internacional a través del SPD alemán y el sostén financiero de la Fundación Ebert con el plácet de la CIA y el SECED, junto a Santiago Carrillo Secretario General del PCE quien desarrollando la política de reconciliación nacional presentada al Buro Político en Bucarest el año 1956 y como condición “sine qua non” para su legalización, había aceptado la monarquía, el entierro de la reivindicación republicana y el marco legal heredado de la dictadura, el ministro de propaganda durante la década de los 60 Manuel Fraga Iribarne y el que llegaría con el devenir del tiempo a ser abogado de la corrupta Casa Real, Miquel Roca Junyent.
Las fuerzas que marcaron la música y la partitura de la Transición fueron las provenientes del franquismo; ellos impusieron los ritmos, les leyes y las amnesias de obligado cumplimiento.
Esta simbiosis entre una izquierda histórica, que cedía legitimidad a la reforma de las instituciones franquistas a cambio de la legalidad que el poder le otorgaba, se inició con la Ley para la Reforma Política aprobada por las Cortes franquistas y pactada con las fuerzas de la Platajunta. Mientras esta oposición jugaba la parodia de la abstención, fue aprobada la Ley en un referéndum sin garantías democráticas el 15 de diciembre de 1976. Ese mismo día en una manifestación en Madrid pidiendo la abstención un joven de 18 años, Ángel Almazán Luna, fue asesinado por la policía. La inverosímil versión oficial fue que huyendo se había golpeado con una farola, aunque su cuerpo presentaba más de 50 moratones. Un juzgado militar sobreseyó la causa “por no encontrarse culpables de su muerte”.
Este referéndum sobre la Ley para la Reforma Política garantizó la continuidad de la institucionalidad fascista con nuevos ropajes, mientras los sectores populares que habían luchado en la calle por la ruptura con la dictadura franquista fueron traicionados.
Esta sensación de lucha traicionada es la que embargaba a dos jóvenes estudiantes de cuarto de periodismo de 21 y 20 años, Alfredo Grimaldos Feito y el que suscribe este prólogo. Nos habíamos conocido en junio de 1976 al finalizar un examen en la facultad de Ciencias de la Información y tras un digno peregrinar tabernario acabamos en el pub La Vaquería en la calle Libertad. Fuimos los últimos clientes en ser amablemente despachados. Media hora después el pub fue volado por los fascistas que no toleraban espacios de libertad. En ese Madrid donde la extrema derecha fascista en connivencia y complementariedad con la policía sembraba el terror, conocí al que fue mi amigo, compañero, cofrade, camarada, confidente y coautor de tropelías Alfredo Grimaldos.
Nos volvimos a ver el curso siguiente y en el primer trimestre tuvimos un encuentro que marcó nuestras vidas para siempre, conocimos a José Luis Morales. Volvía del exilio en Francia después de haber sufrido las sevicias de José Antonio González Pacheco, “Billy el Niño”. José Luis había sido expulsado de la facultad pocos años antes por su compromiso antifascista y seguía sin ser admitido su reingreso.
Morales había escrito y publicado clandestinamente la imprescindible obra sobre la represión fascista en Canarias “Sima Jinamar”. Conocer a José Luis, su periplo vital y su inquebrantable voluntad de ruptura con la dictadura que había asesinado y torturado durante 40 años, fue un aldabonazo en nuestra conciencia del que afortunadamente nunca nos recuperamos.
Comprendimos que el fascismo no puede reformarse si no es al precio de la renuncia a cualquier proyecto de reforma democrática, que lo que estábamos viviendo era una pantomima para consolidar el poder político, económico y social de la gran burguesía que había hecho su acumulación de capital al amparo de un régimen siniestro. Estábamos asistiendo a la dilapidación del caudal de resistencia popular construido en las más adversas condiciones. Los mismos jueces, policías, militares seguirían ostentado mando en plaza. El nacionalcatolicismo de forma soterrada mantendría su condición de religión oficial del Estado.
José Luis Morales nos presentó al editor José María Gutiérrez de la Torre, quien, como él, había sido militante del PCE(ml) y preso en las cárceles de la dictadura. A través de su mediación nos encargó la redacción de un folleto sobre los recién firmados Pactos de la Moncloa, se publicó en una colección llamada “La Huelga”, que difundía conflictos de clase entre los trabajadores y el capital.
Con la osadía de la juventud aceptamos el encargo y en un trabajo de compilación de la prensa obrera que entonces existía, conseguimos ordenar una amplia relación cronológica de movilizaciones, conflictos y huelgas contra las consecuencias de los Pactos. Ese es, desde mi punto de vista, el principal valor del libro, poner de relieve una fuerte oposición obrera al primer pacto social que se firmaba en España. Hoy cuando se habla de los acuerdos suscritos en octubre de 1977 se realza su carácter unánime y se deja entrever una paz social muy alejada de la realidad.
En todo caso más que un merecimiento de los compiladores el mérito debe atribuirse a los miles de trabajadoras/es que lucharon contra la imposición de unos topes salariales que deterioraban sus condiciones de vida. Por la coherencia defendiendo sus intereses de clase arrostraron la represión patronal, en forma de sanciones y despidos y la represión de las Fuerzas de Orden Público siempre garantes del orden social de la burguesía.
Y cuando hablamos de represión no sólo hay que anotar, despidos, detenciones, multas o palizas, el 12 de diciembre de 1977 los estudiantes universitarios de la Laguna se concentraron para apoyar la huelga general que ese día convocaban los trabajadores del transporte urbano, las populares “guaguas”, los trabajadores del frío y los tabacaleros cuando la Guardia Civil irrumpió en el edificio central del Paraninfo disparando sus armas de fuego que alcanzaron al estudiante de biología de 22 años, Javier Fernández Quesada, causándole la muerte. Nunca fueron juzgados los autores de este asesinato, la instrucción de la causa recayó en la jurisdicción militar que sobreseyó el caso. La impunidad fue norma común en todo el período que sin razón alguna se publicita como «la pacífica y modélica transición».
Debemos advertir que los Pactos de la Moncloa se componían de dos partes diferenciadas, un acuerdo económico y un acuerdo político y este libro aborda sólo la vertiente económica. Es lógico, se insertaba en una colección titulada “La Huelga” que tenía por objetivo analizar la resistencia organizada contra los planes de reestructuración capitalista, de los cuales la formulación económica de los Pactos de la Moncloa era su expresión más cabal.
En ese otoño del 77, la izquierda histórica, especialmente el PCE, tras renunciar a la ruptura democrática decía públicamente que había sido necesario un pacto político para salir del franquismo, pero que nunca firmarían un pacto social. Para justificar la contradicción entre sus palabras y la firma de los Pactos de la Moncloa, negaron que fuera un pacto social y lo presentaron pomposamente como un “Acuerdo sobre el Programa de Reforma y Saneamiento de la Economía”.
El conjunto del texto es un adorno literario plagado de declaraciones de intenciones, destinado a encubrir una política de rentas, un acuerdo de contención salarial. Con una inflación a finales de 1977 del 26,4 %, la negociación salarial quedaba congelada en el 20%, más otro 2% en concepto de ascensos y antigüedades, acompañado de una política de flexibilización de plantillas, allí donde la lucha obrera rompiese los topes salariales las empresas estaban autorizadas a despedir al 5% de las plantillas. En este punto a diferencia del resto del texto la concreción fue máxima.
Un aspecto que fue el principal detonante de la conflictividad social fue la aplicación retroactiva de los límites salariales, pues en muchas empresas tenían convenios en vigor con subidas superiores o incluso revisiones semestrales automáticas según el índice del coste de la vida.
La patronal y el gobierno inmediatamente aplicaron la retroactividad de los topes anulando lo firmado en convenios colectivos previos. PSOE y PCE para salvar la cara dijeron que ellos no habían acordado la retroactividad, que se trataba de una interpretación extensiva hecha por el gobierno. Es difícil creer que no fueran conscientes del alcance de su firma, más bien hay que pensar que fueron las movilizaciones obreras las que forzaron a realizar estos juegos de prestidigitación.
Los sindicatos UGT y CC.OO no participaron en la negociación de los Pactos, pero se vieron involucrados en su defensa. El 27 de octubre en la votación parlamentaria, sus Secretarios Generales, Nicolás Redondo y Marcelino Camacho, diputados respectivamente por el PSOE y PCE, votaron favorablemente y se convirtieron en acérrimos defensores de los acuerdos alcanzados.
Ciertamente, hubo reticencias en el interior de ambos sindicatos a su aceptación, se posicionaron públicamente en contra UGT Madrid y por parte de CC.OO, el sindicato en Navarra, el sector de Químicas de A Coruña, Mondragón, la sección sindical de Michelín, la de Ascó en Vigo etc… Pero estas disidencias fueron reprimidas por la dirección, en muchos casos con disoluciones de órganos y nombramientos de gestoras o directamente con expulsiones.
Hoy tenemos perspectiva suficiente para evaluar el desarrollo de las famosas contrapartidas con las que se pretendió endulzar la congelación salarial. La tasa de desempleo en 1977 era del 5,7%, en 1980 fue del 12,4%, en 1985 llegaría al 21,5%, es obvio que los sacrificios de la clase obrera no sirvieron para crear la ocupación prometida. Ligar los salarios a la inflación prevista y no a la inflación real fue muy negativa para los trabajadores, en 1979 el Gobierno dictó un tope salarial entre el 11-14% en previsión de una inflación del 10%, finalmente la inflación quedó en el 15,6%.
El poder adquisitivo de los salarios bajó 8,2 puntos entre 1977 y 1981, en tanto que en ese mismo período los beneficios empresariales aumentaron el 83,7%. La combinación más paro y salarios devaluados supusieron un importantísimo descenso de la participación de los salarios en la renta nacional. Los posteriores pactos sociales como el ANE y el AMI profundizaron este deterioro.
¿Cuál es la incidencia que tienen estos pactos en nuestra realidad laboral actual? Ciertamente las sucesivas reformas laborales han dibujado un marco de las relaciones laborales diferente al existente en 1978: legalización de agencias privadas de empleo, empresas de trabajo temporal, mayor facilidad para los despidos objetivos, reducción de las indemnizaciones por despido improcedente, eliminación de la autorización administrativa en los expedientes de regulación de empleo, facilidad para el descuelgue empresarial de los convenios colectivos, numerosas modalidades de contratación temporal, desindustrialización, deslocalización empresarial…
Pero hay una línea que se inicia con los Pactos de la Moncloa devastadora para los intereses de la clase trabajadora y que no ha cesado de crecer hasta nuestros días. El apoyo sindical a instancias de partidos como el PSOE o PCE, que gozaban de prestigio entre los trabajadores, a un pacto social que implicaba congelación salarial y mayor facilidad para despedir supuso el inicio de una proceso de frustración que se fue traduciendo con el tiempo en desmovilización, desencanto y desafiliación sindical.
La consecuencia de este estado de ánimo ha favorecido una mayor burocratización en los sindicatos mayoritarios, que fueron eliminando todas las corrientes de izquierda sindical y suprimiendo la participación de los afiliados en la toma de decisiones. Los efectos de esta realidad se observan palmariamente en la negociación colectiva. En la época de los Pactos, en la época anterior e incluso en la inmediatamente posterior, la negociación de los convenios colectivos agudizaba la lucha de clases y la toma de conciencia obrera, se elaboraban asambleariamente plataformas reivindicativas, se discutían y se defendían durante la negociación, recurriendo, en su caso, a la huelga.
Nada que ver con este momento histórico, los convenios colectivos hoy son un rito burocrático sin participación de los trabajadores, muy lejos del espacio de lucha que fueron otrora. Crecientemente desligados de su base, sin militancia, son aparatos de liberados con apariencia tecnócrata, con fuerte financiación estatal y que ya en muchos casos han sustituido la consideración social de sindicatos por la moderna de agentes o interlocutores sociales.
En esta reedición hemos mantenido la redacción de 1978. Lo escrito, escrito está, pero hay que matizar y rectificar la escueta información que dimos sobre la manifestación del 15 de enero convocada por CNT en Barcelona contra los Pactos. Si vemos la relación de conflictos acaba el 15 de enero pues la editorial urgía la publicación y no tuvimos tiempo para contrastar esta información.
Debemos corregir este dato,la manifestación de CNT convocada explícitamente contra los Pactos de la Moncloa reunió según todas las fuentes a más de 15.000 personas, al final un grupo lanzó unos cócteles molotov contra la sala de fiestas Scala causando la muerte de 4 trabajadores, algunos de ellos afiliados a la propia CNT. Hoy se tienen todos los datos para saber que fue una provocación policial para desactivar a la CNT, llevada a cabo por un delincuente habitual y confidente de la policía llamado Joaquín Gambín alias “El Grillo”. Fue un mazazo para la CNT y también sirvió para desarticular la oposición anarcosindicalista contra los Pactos de la Moncloa.
Antes hemos hablado de la represión patronal y policial contra las movilizaciones de protesta contra los Pactos, con los hechos del caso Scala hay que añadir la guerra sucia de las cloacas del Estado.
Hemos señalado ya que nuestro trabajo se circunscribió al estudio de los acuerdos económicos del Pacto, sus efectos sobre la clase trabajadora y la respuesta contra las limitaciones impuestas y su retroactividad. Hubo un segundo capítulo titulado Acuerdos sobre el Programa de Actuación Jurídica y Política, que Carrillo calificó como la cristalización de la política de reconciliación nacional elaborada por el PCE en la década de los 50. Estos acuerdos políticos crearon el clima del consenso constitucional que culminó con la aprobación de la Constitución del 78 por unas Cortés nacidas de las elecciones del 15 de junio de 1977, que en ningún momento fueron convocadas para elegir una asamblea constituyente.
Por último, recordar al amigo Germán Gallego fallecido un años antes que Alfredo, autor de las excelentes fotos que ilustran el libro (aunque la calidad de la reproducción no es la ideal por las dificultades técnicas de reproducir un original muy deteriorado con más de 30 años).
Alfredo y yo, unos perfectos desconocidos del mundo editorial o periodístico, conectamos a través, ¡como no!, de José Luis Morales, con Germán, el fotoperiodista de la Transición por antonomasia, redactor gráfico de reputada notoriedad profesional, quien nos cedió gratis las fotos a cambio de que le regalásemos algunos ejemplares cuando el folleto saliera de imprenta. Así cambiamos “panes por tomates” dijo con su habitual bonhomía, quien siempre fue un ejemplo de generosidad.
Andreu García Ribera.