Mujeres luchadoras y sabias
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Inessa Armand
La obrera en la Rusia Soviética – 1920
«El poder soviético ha sido el primero en crear las condiciones en la que la mujer podrá coronar, finalmente, la obra de su propia emancipación.
En el curso de los siglos, ha sido esclava. Al principio, bajo el reino de la pequeña producción, lo fue de la familia; después, con el desarrollo del capitalismo, pasó a serlo por triplicado: en el Estado, en la fábrica, en la familia.
Ha sido así no solo bajo el régimen zarista, bárbaro y sub-desarrollado, sino también en las «democracias» más «civilizadas» de Europa occidental y de América.
Bajo el régimen burgués se priva a la obrera de los escasos derechos políticos que se otorgan al obrero. En la fábrica, en el taller, está todavía más oprimida, más explotada que el obrero, porque el patrón usa su poder para oprimirla no solamente en su calidad de proletaria, sino también para infligirle todo tipo de ultrajes y violencia en tanto que mujer. Y en ningún sitio ni en ningún momento, la prostitución, el fenómeno más repugnante, el más odioso de la esclavitud asalariada del proletariado, se ha extendido tan escandalosamente como bajo el reino del capitalismo.
Las obreras, las campesinas, son esclavas en la familia no únicamente porque sobre ellas pesa el poder del marido, también porque la fábrica, que las arranca de su hogar familiar, no las libera al mismo tiempo de las preocupaciones de la maternidad y de la economía doméstica, con lo que transforma esa maternidad en una pesada cruz insoportable.
Mientras exista el poder burgués, la obrera, la campesina, no podrá escapar de esa triple servidumbre, que es la base sobre la que reposa el régimen capitalista y sin la que no puede existir.
El poder soviético, el poder del proletariado, abre ampliamente las puertas ante la mujer y le da la posibilidad absoluta de emanciparse».
Inessa Armand. Francia 1874 – Unión Soviética 1920
Tras la muerte de su padre, se crió con su abuela y su tía, ambas profesoras que vivían en Moscú. A los 19 años se casó con Alexander Armand, hijo de un rico industrial textil ruso con el que tuvo cuatro hijos.
En 1903, se separó de su marido e hijos y entró en el Partido Obrero Social Democrático Ruso. Distribuyendo propaganda ilegal, fue arrestada en 1907 y condenada a dos años de exilio en Siberia.
En noviembre de 1908 escapó de Rusia. En París contactó con los revolucionarios rusos exiliados y conoció a Lenin. En 1911 fue nombrada Secretaria del Comité de Organizaciones Extranjeras, formado para coordinar los grupos bolcheviques en Europa occidental.
Volvió a Rusia en 1912. De nuevo encarcelada y liberada en marzo de 1913, abandonó Rusia para vivir en la región polaca de Galitzia, junto a Lenin y Krupskaya, donde escribió artículos para la revista del Partido Bolchevique Rabotnitsa (La obrera).
Armand participó junto a Lenin en las actividades de propaganda antibelicista durante la I Guerra Mundial. Ante el apoyo a la guerra de la mayoría de los socialdemócratas, transformados ahora en socialpatriotas, distribuyó propaganda urgiendo a las tropas aliadas a volver sus armas contra su propia burguesía y dar inicio a la revolución socialista.
En marzo de 1915, se mudó a Suiza, donde organizó la Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas, opuesta a la guerra. En 1917 volvió a Rusia y, tras la Revolución de Octubre, formó parte del ejecutivo del Soviet de Moscú.
En el Congreso de Mujeres Obreras y Campesinas de 1918 habló sobre la necesidad de liberar a las mujeres de la esclavitud doméstica. “Bajo el capitalismo, la mujer obrera debe soportar el doble fardo de trabajar en la fábrica y luego realizar las tareas domésticas en el hogar… Nos acercamos a la época de construcción del socialismo. Para reemplazar los millones y millones de pequeñas unidades económicas individuales, de cocinas rudimentarias, malsanas y mal equipadas y el incómodo lavado de la colada, debemos crear estructuras colectivas ejemplares, de cocinas, comedores y lavanderías”.
En ese Congreso, Armand recordaba que “mientras no se abolieran las viejas formas de la familia, la vida doméstica y la crianza de los niños, será imposible destruir la explotación y la esclavización, será imposible construir el socialismo”.
En febrero de 1919, integró la Misión de la Cruz Roja Rusa para repatriar a los prisioneros de guerra. A su regreso a Petrogrado, fue elegida para la dirección del Genotdel, el organismo del Partido Comunista de la Unión Soviética para la igualdad de sexos, apoyando la legislación a favor del aborto, la protección social de madres e infantes, la participación política de obreras y campesinas y contra la prostitución. En 1920 impulsó la aparición del periódico sobre las mujeres Kommunistka y dirigió la Iª Conferencia Internacional de Mujeres Comunistas. En ese año contrajo el cólera y murió a los 46 años. Se le rindieron honores en la Plaza Roja en un funeral de Estado, con los soldados vestidos de gala, llevando a hombros su féretro. Fue la primera mujer en ser enterrada en la necrópolis de la muralla del Kremlin.