Artículos desde prisión:
Juan García Martín. Preso político del PCE(r)
Editado en la revista «El otro país», nº 104. Nov-dic 2022.
Hacia un nuevo orden internacional.
De todas las mentiras que se vienen diciendo contra Rusia y China en los últimos meses, destaca, como una flor en un estercolero, una verdad: “Rusia y China quieren cambiar el orden internacional”. Unos, el imperialismo occidental, lo ven como una agresión; otros, la inmensa mayoría de los pueblos y naciones del mundo, como una esperanza.
¿Cuál es ese orden internacional hoy vigente que Occidente ve amenazado por Rusia y China? Como a los propios imperialistas les gusta decir, es un orden “basado en reglas”, es decir, en las “reglas” impuestas manu militari por los yanquis y sus satélites para la preservación de sus privilegios oligárquicos y sus derechos de explotación de otros pueblos; todo ello con total desprecio por las leyes y organizaciones internacionales (que no sean peones suyos como el FMI o el Banco Mundial) y por la independencia política y económica del resto del mundo.
Era y es todavía un “orden” basado en el saqueo, la amenaza, el dominio, el intervencionismo y la guerra de agresión y conquista; un “orden” que imponía en los países dependientes a dirigentes políticos corruptos y dóciles con sus “reglas” echando mano del golpe de Estado más o menos encubierto (el caso, por ejemplo, de la “revolución de Maydan” de tan triste actualidad en Ucrania) para auparlos en el poder.
La lista de los crímenes y expolios cometidos por las potencias imperialistas es interminable; no hay pueblo o nación de América, Asia, África y Oceanía que en algún momento de su historia no haya sido robado, atacado y en algunos casos liquidado por la intervención directa o interpuesta del imperialismo europeo, norteamericano o norasiático, con diversas potencias relevándose como hegemónica en cada momento, tras las consiguientes guerras entre ellas.
Desde la II Guerra Mundial dicha hegemonía la venían ejerciendo los Estados Unidos, bien es verdad que con un “contrapeso”: la existencia de un campo socialista que, hasta cierto punto, frenaba los desmanes yanquis o impedía el enfrentamiento abierto entre los propios países capitalistas; era la época de “la guerra fría”.
Pero también en estas décadas de aparente “coexistencia pacífica” se gestaban fenómenos que luego y hasta hoy van a tener gran repercusión; primero, el movimiento de liberación, casi siempre por la vía de las armas, de las antiguas colonias, algunas de las cuales como India, Irán o Egipto acabarán convirtiéndose en potencias regionales; en segundo lugar, el desarrollo económico fulgurante de las potencias derrotadas en la II G.M., Alemania y Japón, que poco a poco se irán erigiendo en competidores de sus “protectores” yanquis; y por último, el debilitamiento del movimiento comunista internacional de la mano de los dirigentes revisionistas, que en los países socialistas se traduce en la adopción progresiva de rasgos capitalistas y su incorporación al mercado capitalista mundial.
Aunque aún indiscutido porque conserva todo su poderío económico y militar, a finales de los años 70 del pasado siglo al hegemonismo yanqui empiezan a aparecerle “grietas” coincidiendo con la sucesión y cronicidad de la crisis económica que estalla en esos años y por alguna derrota militar como la de Vietnam. El bloque europeo, con Alemania y Francia a la cabeza y que no le hace ascos a realizar buenos negocios con los países socialistas, la “real politik” le llamaban, se va alzando como un firme competidor de los yanquis, mientras los países poseedores de materias primas, hidrocarburos principalmente, hacen valer sus derechos de propiedad.
La disgregación del campo socialista y la consiguiente restauración capitalista en los países que lo componían y, sobre todo, el derrumbe de la URSS quitan los “frenos” que hasta entonces -años 90- contenían las contradicciones interimperialistas; el hipotético desmembramiento y reparto de la ex-URSS, con sus inmensas reservas de materias primas, hace que esas contradicciones por un nuevo reparto del mundo se exacerben y que, durante un tiempo, el hegemonismo estadounidense empiece a ser cuestionado.
Es cuando se empieza a hablar de “multilateralismo frente al unilateralismo”, pero con un significado diferente al que podemos dar hoy: son Alemania y Francia quienes piden ese “multilateralismo” (en realidad, “bilateralismo”) para exigir a los yanquis su parte del botín.
El final del siglo XX y principios del XXI viene marcado por una serie de guerras, conflictos e intervenciones (Irak, Yugoslavia, Afganistán, Somalia, Sudán, el Cáucaso…) atizados unas veces por un bloque y otras por el otro y donde cada potencia va “a lo suyo”. Pero también es la época en que Rusia, amenazada y cercada por la OTAN, demuestra que es un hueso duro de roer, recuperándose, de la mano del nacionalismo burgués y buscando el apoyo del pueblo ruso, del trauma que supuso la desaparición de la URSS y el periodo vendepatria de Yelsin, poniendo en pie su economía y su capacidad militar.
Al mismo tiempo, China experimenta un proceso de desarrollo industrial espectacular que acabará por convertirla en la segunda potencia económica mundial, y otros países de Asia (Pakistán, Indonesia…), América del Sur (Brasil, Argentina…) y África (Sudáfrica, Argelia, Nigeria…) sientan las bases de una soberanía y desarrollo económicos.
En muy pocos años se han producido grandes cambios geoestratégicos. Europa muestra sus carencias económicas y militares para llevar adelante la doble tarea de implantar su hegemonía política en toda Europa Oriental -incluso, como ocurre con Francia, empieza a perder el control de sus antiguas colonias africanas- y, al mismo tiempo, disputarle el protagonismo a los yanquis. Estos últimos ven alzarse nuevos competidores, Rusia, en lo militar y en sus relaciones con Europa, y China en lo económico y en influencia en el área Asia- Pacífico.
Paralelamente una multitud de países emergentes y dependientes, hartos de soportar en su cuello la bota imperialista, se van uniendo a Rusia y China tejiendo una variada red de alianzas y conformando organismos internacionales como es el caso de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica como una base a la que se van uniendo otros países), al margen y, objetivamente, en contra de los organismos creados según los intereses de las potencias imperialistas. El intercambio en rublos, yuanes y otras monedas empieza a generalizarse y pone en peligro el dólar como moneda universal.
Para remate, una nueva ola de la crisis económica crónica asoma en la primera década del presente siglo y pone a todo el mundo alerta. ¿ Cómo afrontarla?, ¿cómo hasta ahora, o sea, con las grandes potencias haciendo recaer los sacrificios y la miseria sobre los demás países o …? ¿Existen alternativas ?
Rusia y China se plantan frente a los yanquis, europeos y sus aliados asiáticos y, tras ellos, las nuevas potencias regionales emergentes, los países poseedores de materias primas y, en general, todos aquellos que vienen sufriendo el “viejo orden internacional”. Para todos ellos, la exigencia de un “nuevo orden internacional” que tenga en cuenta sus intereses es una necesidad de pura supervivencia ante la doble amenaza que suponen, del exterior, las agresiones y el expolio imperialistas, y, en el interior, algo que siempre ha estado latente pero puede intensificarse al calor de la crisis y las medidas draconianas que se esperan para intentar salir de ella: las revueltas populares y el peligro de una revolución social. Dos derrotas sonadas de los EE.UU. en Siria y Afganistán favorecen la rebeldía mundial contra el “viejo orden” al poner en evidencia las limitaciones del aparato militar de los yanquis.
Ahora vuelve a hablarse de “multilateralismo contra unilateralismo”, pero con un contenido antiimperialista: no se trata de competir por repartirse con los yanquis, europeos o japoneses el botín de la explotación mundial, sino de no ser botín a repartir; se trata de librarse de esa explotación estableciendo nuevas reglas de juego en las que no haya ninguna hegemonía de tipo impositivo.
Sin olvidar que nos movemos en el ámbito de las relaciones entre países capitalistas y que de lo que se trata es de “hacer negocios” (y, por tanto no se busca acabar con la explotación de los trabajadores propios y ajenos), el nuevo “multilateralismo” en las relaciones e intercambios internacionales ya se viene aplicando en la práctica con el objetivo de que dichas relaciones, en palabras de sus protagonistas, “sean más equitativas, más solidarias, más respetuosas con las diferencias y las soberanías, más cooperativas y buscando el beneficio mutuo”.
Atenerse a la aplicación de estas “reglas” es lo que ha permitido a Rusia y China intensificar sus intercambios con los países de África, Asia y América; se puede simplificar diciendo que, a diferencia de los EEUU y la U.E., que llegan a los países débiles o necesitados “exigiendo y amenazando”, las nuevas potencias lo hacen “ofreciendo y respetando”. De esta forma se ha ido tejiendo toda una red de organismos internacionales donde se practican esas nuevas “reglas”, como los ya mencionados BRICS, la Unión Económica de Eurasia o la OCS (Organización de cooperación de Shanghai).
Ahora que se repite tanto lo del “aislamiento internacional de Rusia”, hay que hacer constar que todos estos organismos -repetimos, al margen y en oposición a los imperialistas- acogen a los dos tercios de la población mundial, con un PIB que triplica al de los EE.UU. Y que posee la mayoría de los recursos naturales del mundo. ¿Qué tiene que ofrecer el “decadente Occidente” más que historia colonial y guerras?.
A partir de aquí cabe hacerse varias preguntas. La primera, ¿va el Occidente imperialista y caduco a permanecer impasible mientras su «viejo orden» es liquidado y en su lugar se va imponiendo de forma gradual un «nuevo orden» que les excluye y puede destruirle? Ya vemos cómo los imperialistas están echando mano de lo único que les queda: la fuerza.
La guerra abierta entre el unilateralismo y el multilateralismo está en marcha. La última Cumbre de la OTAN en Madrid, ya con los europeos plegados de nuevo al hegemonismo yanqui, no deja dudas de que su objetivo es el chantaje, la amenaza y la guerra de agresión contra los “cabecillas” de la rebelión.
China y Rusia
Es en este contexto geoestratégico donde hay que situar los conflictos de Ucrania y Taiwán, cuyos dirigentes títeres se han prestado a que sus territorios sean plataformas de agresión contra Rusia y China. La guerra abierta en Ucrania está siendo, por tanto, una batalla más entre un viejo orden imperialista que muere y otro “más equitativo” que está naciendo; no es la primera (Yugoslavia, Irak, Siria…) pero puede ser decisiva para el futuro inmediato de la humanidad.
Pero, claro, la guerra, ese gran “desorden”, no sólo va a traer grandes sufrimientos a los pueblos del mundo, sino que va a exacerbar todas las contradicciones sociales que, hasta ahora, parecían “adormecidas” y, así, la lucha de clases y la necesidad de cambios revolucionarios cobrarán mayor protagonismo en el desarrollo de los conflictos mundiales.
Y es aquí donde cabe hacerse otras preguntas; en la época del imperialismo como fase última y decadente del capitalismo y, en palabras de Lenin, “antesala de la Revolución socialista”, ¿podrá implantarse ese necesario “nuevo orden internacional” estando al frente de los principales países que lo promueven sus respectivas burguesías nacionalistas?. ¿Podrá desarrollarse plenamente conservando las no menos viejas relaciones de producción capitalistas?. Es más, ¿podrán estos dirigentes burgueses ganar la guerra contra la OTAN y sus aliados sin contar con el proletariado internacional?
Estas son las preguntas que verdaderamente interesan al proletariado … Pero sus respuestas las dejaremos para otra ocasión.