Memoria histórica imprescindible:
-El asesinato de nueve republicanos de Valdestillas (Valladolid) por criminales falangistas en 1936.
La historia de los 9 de Valdestillas es un ejemplo de la estrategia de terror y de exterminio de Republicanos, trazada por los rebeldes nazionales, y encomendada por los caciques locales a falangistas.
Habían pasado más de 3 meses desde el 18 de julio, cuando al amanecer del 22 de octubre de 1936, 9 hombres del municipio vallisoletano de Valdestillas fueron asesinados por unos falangistas en el cruce de la carretera de Medina de Rioseco a los Campos Góticos con la de los Montes Torozos hacia Meneses de Campos, ya en la provincia de Palencia.
Allí, maniatados unos con otros, les bajaron del camión y fueron abatidos a tiros en la cuneta junto a una chopera, a unos 2 kilómetros del pueblo de Meneses. El alcalde ordenó que cavaran una fosa en la parte civil del cementerio, y tras desvalijarlos, y rodeados por una macabra romería, que encabezaban los falangistas locales sus seguidores y algunos curiosos, los cadáveres fueron arrojado a la fosa común. El terror continuó según lo previsto, algunos falangistas saltaron sobre los cadáveres, antes de cubrirlos, como escena culminante de aquella ceremonia dantesca.
A los 65 años de la masacre, los 9 Republicanos recibieron sepultura en el cementerio de su pueblo. La tenacidad de las familias y la labor desarrollada por la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica de Valladolid (ARMHVA) lo consiguieron:
– Teófilo Fadrique Puras, tenía 38 años y estaba soltero. Era un próspero agricultor, y fue el último alcalde Republicano. Pertenecía a la Casa del Pueblo de Valdestillas.
– Dionisio Cantalapiedra Leonardo, tenía 63 años. Viudo, con 2 hijos y otra hija fallecida a los 36 años. Era carnicero y tratante de ganado. Había sido concejal en el Ayuntamiento Republicano y pertenecía a la Casa del Pueblo. Entre los detenidos estaban sus dos yernos, Celedonio Martín con 9 hijos, y Florencio Recio con 6. Pidió que les dejaran libres y que le mataran a él; Florencio se salvó. Cuando estaban detenidos en el Ayuntamiento, Dionisio se comió una lista negra que contenía todavía más nombres para seguir realizando detenciones.
– Celedonio Martín Alonso, tenía 49 años. Empleado en la fábrica CROS, estaba casado y tenía 9 hijos. Pertenecía a la Casa del Pueblo. Murió junto a su suegro, Dionisio.
– Hipólito Esteban Fadrique, tenía 33 años. Estaba casado, era padre de 3 hijos; la menor, Teresa, tenía 2 meses. Pertenecía a la Casa del Pueblo. Era un emprendedor y próspero agricultor. El día de las detenciones volvía en tren desde Valladolid con otro compañero que le advirtió que no se bajara en la Estación de Valdestillas, porque los iban a matar. Su compañero siguió el trayecto en el tren, y se fue a luchar al frente.
– Mateo Extremo Hernández, tenía 39 años. Casado y sin hijos, era un próspero agricultor y pinariego, pertenecía a la Casa del Pueblo, de la que era presidente su hermano, Sebastián Extremo.
– Carlos Salas Domínguez, tenía casi 37 años. Estaba casado y tenía 3 hijos. Vendía leña y era empleado de la fábrica de cervezas y gaseosas de Valdestillas. Aquel día estaba repartiendo gaseosas, pertenecía a la Casa del Pueblo.
– Fermín Martínez Iglesias, tenía 45 años. Casado y sin hijos, procedía de la zona de Peñafiel, y llegó al pueblo como encargado de la Central eléctrica de Valdestillas. Entre sus mejores amigos estaba Hipólito Esteban, padrino de su hija Teresa, nacida 2 meses antes que Hipólito y Fermín murieran juntos en el cruce de Meneses. Pertenecía a la Casa del Pueblo.
– Federico Gago Rodríguez, iba a cumplir 44 años. Trabajaba en la serrería Valdestillas. Tenía 6 hijos. Uno de ellos estuvo a punto de morir por la misma causa; otro, Lucio, compró en una subasta, años más tarde, los chopos que había junto a la cuneta donde mataron a su padre y a los demás vecinos de Valdestillas. En los troncos seguían las balas asesinas.
– Pedro Méndez Villarreal, tenía unos 35 años. Estaba casado y era padre de 4 hijas. Panadero de profesión, sus restos no se encontraron hasta días más tarde que los de sus 8 compañeros, porque, justo en el cruce de Meneses, intentó huir corriendo por la acequia hacia delante, donde fue tiroteado por los falangistas.
Quienes condujeron la «transición» decidieron echar tierra sobre el oscuro pasado de la dictadura, olvidando en sus fosas y en la ignominia a las miles de víctimas del franquismo. A esa siniestra operación de amnesia histórica le llamaron «concordia entre los españoles». El relato de la historia de los 9 de Valdestillas ejemplifica el horror de la barbarie del bando sublevado. Y también la necesidad de sus familias de recuperar sus nombres, sus cuerpos, y sus historias.
-Lucas Sanz Atienza, telegrafista asesinado en 1936 por los franquistas, y arrojado a los pozos de Caudé (Teruel).
Lucas Sanz Atienza nació en Gea de Albarracín (Teruel) en 1888. Estudió en el Seminario de Albarracín para ser sacerdote; pero al tiempo se cansó, y dejó los estudios con el bachillerato acabado. En ese mismo lugar conoció a Milagro Herranz quien fue el amor de su vida, su esposa y la madre de 3 hijas. Preparó oposiciones para telégrafos y tras aprobarlas tuvo su primer destino en Alcázar de San Juan. Posteriormente pidió traslado a Albarracín donde una vez allí instalado contrajo matrimonio con Milagro.
A Lucas lo hicieron Jefe de telégrafos en Teruel, donde la familia alquiló una casa para que las hijas pudieran estudiar en esa ciudad. Previo al golpe de Estado del 18 de julio de 1936, el gobierno decidió recolocar a los funcionarios, en previsión de que si algo sucediera la administración no se colapsara, y ofrecieron a Lucas trasladarse a Madrid. Milagro le dijo que se trasladara por si acaso pues en Madrid pasaría más inadvertido, pero Lucas entendía que no tenía por qué dejar su tierra, puesto que no militaba en ningún partido, su puesto de trabajo lo había conseguido por oposiciones y méritos propios, y nunca había hecho daño a nadie.
Desde Teruel, Lucas y Milagro observaban los acontecimientos derivados del golpe fascista con cierto pánico y preocupación, pues la mayor de sus hijas sólo tenía 22 años. A finales de julio Teruel fue tomada por el bando franquista y en la plaza del Torico comenzaron a producirse lo que se denominaban paseos y sacas. Los franquistas detenían a diferentes personas por sus cargos en la administración del estado, por filiación política o ideológica, y sin juicio alguno eran fusiladas junto al pilón de la fuente del Torico; la sangre corría bajo la torre del Salvador camino del óvalo.
A los pocos días, estando Lucas en su despacho, el ordenanza le dijo que 2 guardias civiles querían verlo; él les invitó a entrar a su despacho, pero éstos le dijeron que saliera. Al salir, le llevaron preso al viejo cuartel de San Francisco. Era un caluroso 24 de agosto de 1936. Al otro día de nuevo hubo fusilamientos en la plaza del Torico, las hijas de Lucas acudieron atemorizadas por si su padre era uno de los asesinados; por fortuna él no estaba. Tampoco en los fusilamientos del día 26. Milagro todos los días llevaba a su esposo una muda limpia y algo de comer; y éste en un ato le dejaba la muda sucia.
El día 27 Lucas devolvió la muda sucia, y una moneda de un duro amadeo de plata que siempre llevaba en el bolsillo. A Milagro eso le preocupó, pero como no le dejaban verlo no pudo preguntarle por qué le daba aquella moneda; Milagro entendió después que Lucas se la devolvió porque sabía que donde lo iban a llevar ya no lo necesitaba. Cuando Milagro se iba del viejo cuartel, observó como un camión del que parecían oírse voces, pese a estar tapado con lonas, se dirigía a gran velocidad en dirección a la carretera de Zaragoza.
Al otro día una de sus hijas venía en el coche de línea desde Albarracín hacia Teruel; eran aproximadamente las 4 de la tarde, y en mitad de la carretera de la vieja nacional 234 una patrulla de la guardia civil las paró. Al instante se escucharon disparos, y a la media hora dejaron que prosiguiesen la marcha camino de la capital turolense. Mientras, Milagro esperaba a las puertas del viejo cuartel de San Francisco para de nuevo darle una muda limpia a su esposo; al rato le dijeron que no volviese más, que su marido esa mañana había sido trasladado. Nunca más supieron de él.
Milagro sacó a sus hijas adelante, e incluso a sus nietos, pero su corazón nunca más pudo sonreír; cuando iban de Teruel a Albarracín, la abuela Milagro suspiraba mirando al cielo y les decía a sus hijas “algo me dice que por aquí está enterrado vuestro padre”. Sólo 40 años después de aquella atrocidad, con la arribada de la “democracia”, las gentes que sabían del tema, comenzaron a contar las graves atrocidades que se habían hecho en los pozos de Caudé, junto a la carretera de Zaragoza. Un pastor que se encontraba en la zona aquellos aciagos días, anotó en unas tablas los tiros de gracia que en la lejanía escuchaba, siendo casi mil cien rayas las que aquel hombre marcara.
-Pico Reja: autopsia de una masacre ocultada.
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