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-«La Esperanza»
André Malraux.
El primer año de la guerra contra el fascismo.
Un estrépito de camiones cargados de fusiles se extendía sobre Madrid, tenso en la noche de verano. Desde varios días antes las organizaciones obreras anunciaban la inminencia del levantamiento fascista, la infiltración enemiga en los cuarteles, el transporte de las municiones. Ahora Marruecos estaba ocupado. A la una de la mañana, el gobierno se había decidido por fin a distribuir armas al pueblo; a las tres, el carnet sindical daba derecho a las armas.
Era tiempo: las llamadas telefónicas de las provincias, optimistas de medianoche a dos de la madrugada, comenzaban a no serlo ya. La central telefónica de la estación del Norte llamaba a las estaciones una tras otra. El secretario del sindicato de los ferroviarios, Ramos, y Manuel, designado para asistirlo aquella noche, dirigían. Salvo Navarra, dividida, la respuesta había sido: ya, el Gobierno domina la situación, las organizaciones obreras controlan la ciudad a la espera de las instrucciones del Gobierno. Pero el diálogo acababa de cambiar:
—¿Oiga, Huesca?
—¡Dígame!
—El comité obrero de Madrid.
—¡Ya no más, basuras! ¡Arriba España!
En la pared, clavada con chinches, la edición especial (7 de la tarde) de Claridad: en seis columnas: «¡A las armas, camaradas!».
—¿Oiga, Ávila? ¿Cómo estáis? Hablan de la estación.
—¡La puta que te parió, canalla! ¡Viva Cristo Rey!
—¡Hasta pronto! ¡Salud!
Habían llamado urgentemente a Ramos. Las líneas del Norte convergían hacia Zaragoza, Burgos y Valladolid.
—¿Oiga, Zaragoza? ¿El comité obrero de la estación?
—Fusilado. ¡Y muy pronto lo estaréis vosotros! ¡Arriba España!
—¿Oiga, Tablada? Habla Madrid Norte, el responsable del sindicato.
—¡Llama a la cárcel, hijo de puta! Allí te llevaremos a patadas.
Cita en Alcalá, la segunda taberna a la izquierda. Los de la central miraban la buena pinta de gángster rizado y jovial que tenía Ramos.
—¿Oiga, Burgos?
—Habla el comandante.
Ya no había jefe de estación. Ramos cortó. Sonaba un teléfono:
—¿Oiga, Madrid? ¿Quién habla?
—El sindicato de los transportes ferroviarios.
—Habla Miranda. La estación y la ciudad son nuestras. ¡Arriba España!
—Pero Madrid es nuestra. ¡Salud!
No había que contar con refuerzos del Norte, salvo por Valladolid. Quedaba Asturias…
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