UN CORTO TRAYECTO PARA UN LARGO CAMINO
EL BARRIO Y LA FAMILIA
Nací un 24 de octubre del año 74, en el mismo año en que Salvador Puig Antic fuera asesinado a garrote vil; un año antes de que volvieran a sonar campanadas a la muerte por los fusilamientos del 27 de septiembre. De todo aquello, evidentemente, no podía ser consciente por aquel entonces, pero no creo que sea demasiado frívolo comentarlo teniendo en cuenta la cantidad de veces que habré tenido que oír (y sigo oyendo) la desafortunada frase: “tú que sabrás si naciste en democracia”. En cualquier caso ahí están las hemerotecas para quien quiera repasar los cientos de crímenes de Estado (o bajo su connivencia) que continúan sin interrupción hasta día de hoy…
Para poner escenario a mis recuerdos he de describir un barrio pegado a un polígono industrial semiabandonado, a donde los jóvenes en edad de trabajar seguían llegando en tropel aunque ya no para ponerse el mono sino, más bien para quitárselo (…). Así era aquel Leganés en crecimiento, un barrio como otro cualquiera del sur de Madrid, nacido de aquella migración del campo a la ciudad en lo que fue la tardía y efímera industrialización en España. Pronto sería desmantelado todo aquel tejido industrial y se desarrollará el negocio de la especulación y los “pelotazos” inmobiliarios.
Entre manzana y manzana de viviendas siempre quedaba una manzana descampada donde las últimas generaciones que pudimos disfrutar de ellas (más tarde llegaría el hormigón, y la PlayStation) desgastábamos nuestras energías aprendiendo a crecer en el barro, compitiendo en heridas y descosidos, antes de que llegaran las marcas comerciales deportivas y vaqueros que nos distraían de la parte verdaderamente importante del juego. Quizá yo tuve la suerte de, como tantas otras cosas, no poder permitírselas…
Entre los cimientos y los muros sin levantar de un moderno edificio “residencial” que no llegaría a ser, desarrollábamos nuestras aventuras los más osados. En aquellos esqueletos de hormigón las batallas se volvían más urbanas, y es que cada poco desaparecían las excavadoras junto con los ahorros, a muchas familias en forma de entrada para una vivienda y por supuesto junto a los salarios de los obreros. Tan sólo dejaban las zanjas y algunos escombros que hacían las delicias de nuestro fantasía. Qué podíamos saber de tanto robo contra los parias de siempre, qué podíamos saber mientras quedaran “trincheras”, ladrillos y uralita entre los que conspirar en comandilla, al menos hasta la tregua de la merienda.
Allí crecí con la complicidad de mi hermana Celia, mano a mano desde muy niños supliendo aquellas manos maternas que siempre estaban trabajando, pues mi madre a falta de “bueyes” tuvo que tirar sola del carro, con el sufrimiento añadido de tener que lidiar además con la sangrante angustia de las ausencias. Mi madre sería de aquellas pioneras del divorcio, pero para cuando este llegó ya hacía tiempo que había echado el lastre por la borda para que no se hundiera nuestro humilde barco. Corría el año 77, y mi madre quedaría sola con dos niños de 2 y 3 años con todo lo que suponía, más allá de lo puramente “económico”, en aquella época.
Mi madre emigraría de su Asturias natal al igual que sus 6 hermanas y 2 hermanos, repartidos por la geografía peninsular y brasileña, pues todas las hermana (ellas son mayoría…, saldrían de Asturias salvo mi tío Paulino, quien fuera minero en el Pozo Maria Luisa y militante por aquel entonces en el PCE, aunque sobre su militancia o sobre las luchas en que pudiera participar no llegué a recoger testimonio, siendo yo un crío fallecería en un terrible accidente mientras, ya prejubilado, hacia su ruta mañanera en bicicleta.
Esta situación de dispersión familiar me permitiría conocer otras realidades distintas a las de mi barrio además de proporcionarme los mejores recuerdos de mis numerosos viajes por toda la geografía española, pero sobre todo de mi Asturias “bravía”. Con el tiempo iría sabiendo de la sangre que corrió por aquellos montes, del terror a los “pájaros negros”, del sufrimiento y las penurias que vivieron, como tantos otros, mis abuelos por la salvaje represión franquista.
Pero volviendo a Leganés, resumiré diciendo que pasé la infancia enredado a diversas actividades, principalmente estudiando solfeo y piano, aunque no puedo decir que terminara de sacar mucho provecho de aquello, para mí no era más que un montón de horas sin juego, aunque para mi madre suponía un titánico esfuerzo económico y la mejor forma de tenernos casi controlados y alejados de aquel campo de batalla en que se había ido convirtiendo Leganés, donde comenzaba a desaparecer gran parte de la juventud de varias generaciones. En mi opinión, se deshacían del peligro que supone para el capital acumular “stock sobrante” de fuerza de trabajo. Ya fuera por comisión o por omisión, se deshacían de esa amenaza a través del uso abusivo de “armas químicas de destrucción masiva”. Cualquiera que en las últimas décadas haya vivido en un barrio obrero sabe que esas armas nunca anduvieron muy lejos de la guerra sucia, y hablando de GAL y narcotráfico “… en muchas ocasiones parecieron patas de una misma mesa”
REBELDÍA ADOLESCENTE.
Nunca destaqué especialmente en el estudio. Hasta que no llegaba el verano no había quien pudiera estar pendiente de vigilarme y ayudarme con los deberes, así que excepto por las matemáticas, en las que destacaba, siempre terminaba de aprobar -sin dificultad- en Septiembre. Para cuando llegué al instituto de Formación Profesional mi intención era la de estudiar electrónica pero por algún absurdo que sería largo de contar, acabaría estudiando administrativo donde nunca encajé. Aún así terminaría pasando más tiempo en el Instituto de electricidad y electrónica que en el que me correspondía. Digamos que intentando recuperar el tiempo de juego perdido, aunque los juegos de un chaval de 14 años ya no son tan inocentes.
Fue por aquel entonces donde comencé a tener contacto con las músicas más combativas y donde también comenzaría a hacerme preguntas sobre todo lo que en las escuelas no nos habían enseñado de esa realidad en que vivíamos, sobre la historia más reciente. También por esa época más o menos asistiría a mis primeras carreras en las manifestaciones contra la guerra del Golfo.
Con el tiempo me iría adentrando en el ambiente “anarko-punk” y antimilitarista de Leganés.
Recuerdo que aprovechando las fiestas, en una incursión por el chiringuito del colectivo “MILI-KK”, mis compañeros de aventuras comenzaron con el chiste fácil y hasta faltón a raíz de los bocadillos veganos, pero mi planteamiento distaba mucho de aquel tono jocoso y quedaría solo en defensa de esa forma de razonar, y actuar en coherencia de aquella gente. Al fin y al cabo, todos cantábamos y bailábamos aquellas canciones anticapitalistas, nos colocábamos pegatas y chapitas, mientras hablábamos de revolución, pero «hasta dónde estábamos dispuestos a dar” ¿Seríamos capaces de empezar el cambio por nosotros mismos, de practicar con el ejemplo? Así fue como aguantando las bromas de los colegas, casi por un pique decidí hacerme vegano, y así estuve unos cuantos años.
El tiempo pasaba rápido y yo me iba adentrando en un mundo nuevo para mí, conocería los movimientos de liberación animal y los colectivos proinsumisión y antirrepresivos, sería un viaje en el que me embarcaría casi solo, los viejos amigos no parecieron muy dispuestos a seguir por el mismo camino.
Por aquel entonces ya preguntaba, entre otros muchas cosas, por aquellas manualidades y carteles con las fotos de los presos del PCE(r) y de los GRAPO, que aparecían por algunos locales.
Con este panorama los días se me iban quedando más cortos para escuchar todas aquellas historias sobre cómo funciona este mundo y sobre la gente dispuesta a cambiarlo.
Buen recuerdo guardo de aquellas largas noches en que junto a mi buen amigo Triky “arreglábamos el mundo” al calor de un radiocassette, unas pilas y un poco de calimocho. A él el tiempo le iría dando la razón, a mí los palos me irían enredando.
Poco a poco me iría implicando en diversas luchas, empezaban las concentraciones, las pintadas, las pegadas de carteles y otras tantas actividades.
Por aquel entonces empezaron aparecer grupillos de fachas por Leganés. Estos se movían por la zona de marcha amedrentando a la chavalería, a nosotros nos tocaba de lejos ya que aquel no era nuestro ambiente, de modo que cuando quisimos detectarlo ya era un grupillo importante.
Llegó un día en que agredieron a un chaval conocido. Este apareció en el “Bar-tolo” (donde solíamos reunirnos) con todos los efectos visibles de la impotencia que dejan los abusos en el cuerpo. De forma espontanea decidimos darles un susto. Aquellos elementos eran en su mayoría hijos de militares y cuerpos represivos, algunos muy conocidos y con los que volveríamos a encontrarnos en muchas ocasiones. No pasaría ni una hora cuando de vuelta al “Bar-tolo” asistiría a mi primera gran redada donde se llevaron detenidos a los dos socios que regentaban el local. No había nada que comentar, así que nos dirigimos a comisaría a exigir su puesta en libertad. Evidentemente no llegaríamos. Hasta ese momento, ni cuando lo de Kuwait, había sufrido una carga policial de tal virulencia, allí recibiría mi bautismo represivo, con apenas 17 años. Habíamos respondido a la extorsión y los abusos de sus hijos, que por derecho de sangre también gozaban de impunidad. La razón estaba a nuestro lado pero las armas (y otras herramientas) las tenían ellos. Esta es sólo una de tantas “anécdotas”, pero me pareció interesante recordarla, al fin y al cabo, sería la primera de una larga lista de agravios similares, donde tantas veces acabaría insultado, vejado, apaleado y detenido arbitrariamente y como en un chiste macabro siempre terminaría ante el juez como el agresor. Lo mismo daba el color del uniforme, el trato siempre era igual de vejatorio, el argot fascista usado siempre era el mismo. Así fue que entre tanto violencia uno no elige libremente ese camino, en última instancia es el juez en representación de todo el Estado el que con su firma legítima la impunidad de sus pistoleros. Una vez el miedo puede paralizarte, pero de tanto vivirse terminan induciéndote a dar otros pasos. Nosotros no empezamos esta guerra, tan solo aprendimos a defendernos para así al menos salvar la dignidad.
CARRETERA…
Para cuando era evidente que por el camino de los estudios no iba a ir muy lejos, comenzaría a pasar por algunos trabajos muy precarios, siempre sin contrato, por una miseria y bajo la crónica amenaza de despido. No era muy esperanzador el futuro que se vislumbraba a juzgar por la mayor experiencia laboral de los que me rodeaban, el futuro era deprimente. Debería producir pánico el saberse siempre en la cuerda floja del mercado laboral, pero tarde o temprano tendría que enfrentarme a ese camino tenebroso si quería salir de casa.
Empezaría a interesarme todo aquello relacionado con el movimiento okupa, mi primer contacto con este movimiento coincidiría con un interesante concierto en el Centro Social Autogestionado el “Kasal” de Valencia. Un proyecto en el que un conocido del barrio (con el tiempo un gran amigo) llevaba tiempo participando. Inevitablemente caería en el embrujo al ver renacer tanta vida de aquellos tristes edificios abandonados que dormían el sueño de los especuladores.
Allí pasé alguna semana aprendiendo lo que significaba la autogestión, aquello se mostraba a mis ojos como toda una “revolución cultural”. En asamblea se gestionaba el comedor popular vegano, la cafetería donde se proyectaban y debatían diversos documentales, los locales de ensayo para grupo musicales y de teatro, la sala de conciertos, los programas de radio pirata “radio Klara” etc… Sin ningún ánimo de lucro se cubrían muchas necesidades culturales y combativas, toda una verdadera riqueza que nacía del compromiso y el trabajo de un grupo de gente que no se resignaba a esperar que sus problemas y necesidades los fueran a solucionar los explotadores o sus compinches políticos y sindicales, y en consecuencia se ponían manos a la obra. Allí, aunque no llegara a intimar, conocería entre otros a Guillen Agulló, y su inseparable colega Davide, dos antifascistas incansables de los que pronto tendría la peor de las noticias…
Se acercaba mi mayoría de edad, y si algo tenía claro era que el trabajo asalariado no me iba a facilitar un pronto camino a la emancipación. De algunos precarios trabajos ahorré lo justo para unos cuantos materiales para la elaboración de artesanía que apenas daría más que para engañar al estómago, pero había llegado la hora de abandonar el colchón materno y el hurto nocturno (con la alevosía que da el hambre) a la nevera que tanto costaba a mi madre llenar.
…Y MANTA.
Por intermediación de una amiga contactaría con el movimiento okupa de Madrid, yéndome a vivir al barrio de Estrecho donde conocí a gente interesante de los que aprendería bastante sobre anarquismo y veganismo. Pero mi cabeza seguía puesta en montar un Centro Social Okupado en Leganés y así, con la gente del barrio, acabaríamos haciéndolo. El primer intento fracasaría en una semana, pero el segundo saldría adelante.
Tras los primeros trabajos de limpieza comenzamos a organizar algunos conciertos con ayuda de un generador de gasoil, de este modo financiábamos los materiales de construcción para levantar la casa y poco a poco se fueron realizando las primeras actividades. Pero con el tiempo aquella experiencia no acabaría bien, esta vez no sería resultado de la represión. Demasiados intereses distintos en un mismo espacio acabarían por llevar la tensión a la asamblea. Yo apenas era un crío con 18 años incapaz de comprender algunos asuntos y muchos enredos. Acabaría “desertando” de aquel proyecto que yo mismo propuse pero que empezaba a hacer aguas desde el principio. Definitivamente saldría del barrio y volvería a Madrid….
Un día llegaría la noticia de que Guillen Agulló había sido asesinado, según la prensa por un grupo de cabezas rapadas, una forma como otra cualquiera de ocultar la realidad. Guillen se había estado destacando como antifascista en Valencia. No hacía mucho tiempo que había aparecido en la televisión local, con su imagen en negro, denunciando asuntos que no recuerdo, pero la imagen original como posiblemente otros datos fueron facilitados a sus asesinos.
Pero Cuevas sería condenado a 9 años de los que cumpliría solo 4. Poco después volvería a ser detenido junto con otros 9 fascistas (algunos militares en activo), se le incautarían diversas armas, incluido un bazoka. Pedro Cuevas sería rápidamente puesto en libertad para encabezar la candidatura municipal de Xiva por Alianza Nacional. A día de hoy el padre de Guillen, sigue recibiendo amenazas. Una vez más la ley sigue al otro lado, mientras la justicia sigue esperando su hora. Por aquello de tener referencias, comparemos: en múltiples juicios-farsa, decenas de militantes del PCE(r) están siendo condenados a 11 años y 6 meses que cumplen hasta el último día… En 35 años de existencia de este partido jamás han podido vincularle más armas que el marxismo. No mucho después llegaría la noticia de que Davide, su camarada inseparable también sería asesinado, esta vez defendiendo el “Kasal” de un indeseable.
El peso de la realidad que estábamos viviendo me llevaría a profundizar en las reglas que rigen la lucha contra el fascismo, al fin y al cabo, la toma y daca que manteníamos con estos grupillos era tan solo la punta de iceberg, y tarde o temprano tendríamos que enfrentarnos a todo lo que se oculta bajo la superficie.
Mientras nos forjábamos en estos asuntos las leyes represivas iban en aumento. El Movimiento Antifascista en Madrid parecía coger impulso pero a su vez era cuando más parecían aflorar las divisiones dentro de este, las concepciones sobre la lucha y sus formas de organización cogían caminos distintos, cuando no eran directamente los rumores y enredos los que sembraban las desconfianzas entre unos y otros, aunque finalmente era la propia represión la que atenuaba esas diferencias. Siempre nos quedará la puerta de un juzgado para el reencuentro. En este contexto, a mediados de los 90 nacería lo que los medios de comunicación denominaban “Guerrilla de Malasaña”, una jornada anual de movilizaciones antirepresivas que si bien no igualaban las fuerzas, al menos mostraba que también sabemos combatir y lo más importante, estábamos dispuestos a hacerlo.
DOS PASOS ADELANTE…
Nuestra capacidad y predisposición para afrontar la lucha era cada vez un poquito mayor, pero el Estado, ese “grupo de hombres armados” también nos lo ponía un poquito más difícil. Todo esto no era un juego y ese mismo Estado muestra todo su empeño en combatir cualquier voz que se saliera del redil. Su experiencia antisubversiva es enorme, viene de lejos, por eso, antes incluso que nosotros, ya volvían de los pasos que abríamos de ir dando, es más, ahora pienso que muy probablemente si no estábamos ya “neutralizados” era por no mostrar todas sus cartas, ya que su objetivo era más ambicioso. Si la presión y el miedo no nos paralizaban, la lógica del enemigo era esperar el momento adecuado para dar el golpe de gracia definitiva. Esta es una de esas leyes de la guerra que de haber comprendido en aquel momento podíamos haber usado en nuestro favor, pero eso, es otra historia.
Para terminar de echar más leña al fuego, llegaría mi juicio por insumiso, sería condenado a año y medio de cárcel, al ser condenado a menos de dos años quedaba automáticamente en libertad condicional, teniendo la obligación de ir a firmar los 1 y 15 de cada mes, cosa que nunca haría, al fin y al cabo ya no era insumiso, sólo a su ejército (que ya no era obligatorio), tampoco tenía precisamente alergia a la pólvora, simplemente me declaré insumiso a todo aquello que ese mismo “grupo de hombres armados” defiende.
A pesar de tener ya un pie en la cárcel, era incapaz de separarme de la primera línea de cada barricada. No pensaba renunciar a lo que ya era la parte más importante de mi vida. Para cuando quise darme cuenta, ya estábamos metidos en la PAPA (Plataforma de Apoyo a los Presos Antifascistas), una plataforma desde la que un grupo de conocidos pretendíamos llevar la voz de los presos a la calle. Paralelamente y de forma más discreta intentábamos crear las Juventudes Antifascistas, en principio un grupo reducido de compañeros probados que mediante distintas acciones intentábamos dar apoyo a las diferentes luchas obreras y de resistencia antifascista.
Un día alguien me planteó la posibilidad de pasar a la clandestinidad para militar en los GRAPO. Había soñado tanto con esa posibilidad que quizá de tanto hacerlo lo acabé reduciendo a eso, un simple sueño y por eso, a pesar de haberlo tenido delante de mis narices, lo veía como algo lejano. El momento había llegado y yo no tenía nada que pensar y menos que perder.
Fue por el verano del 97 cuando junto con otro compañero y otras compañeras pasamos a integrarnos en los GRAPO. Entre las primeras impresiones que tuve al reunirme con los viejos militantes destacaría la sensación de que todo lo aprendido hasta ese momento en cuanto a la lucha no era mucho, aunque yo quisiera pensar lo contrario, quizá por coger confianza sobre mí mismo. Empezaba una nueva vida en la que tenía que darlo todo para adquirir los necesarios conocimientos teórico-prácticos sobre la lucha guerrillera en particular y sobre la lucha de clases en general. Por mis propias características y experiencia encajaba perfectamente en las cuestiones más directamente relacionadas con la lucha armada, pero desde el primer momento acusé una gran carencia en cuanto a mi formación ideológica produciéndome una gran inseguridad que a su vez, me dificultaba el irrenunciable acercamiento a ponerle remedio, por mucho que exteriormente intentaba disimularlo. Mi autoestima en este campo iba mermando por el camino, hasta niveles insospechables, aunque todo este asunto digamos que era más “psicosomático” que natural, (el tiempo me irá mostrando mis capacidades reales), esa inseguridad me impedía centrarme en el estudio y comprender todo aquello que leía sobre la larga experiencia en la lucha de clases.
Así que procuraba suplir estas carencias que yo mismo me había creado, en cuestiones más técnicas y operativas donde me desenvolvía con más soltura. Pero “la política siempre ha de mandar al fusil” y cuando quisieron aflorar los problemas y las dificultades para la organización antifascista, todo esto pasaría factura…
Otro aspecto a destacar sería el vacío generacional que se daba entre los nuevos y los viejos militantes y los retos que ello suponía a los que íbamos llegando. A menudo pienso que de haber aprovechado más tiempo en la legalidad para la formación política ya con las vistas puestas en el futuro inmediato los retos tras el salto hubieran sido menores, pero es evidente que apremiaba la necesidad de ir cogiendo el relevo pues la realidad se impone, y hay que saber adaptarse a las circunstancias, no existen fórmulas mágicas para restarle tiempo al objetivo de fortalecerse para mantener bien alta la bandera de esta organización antifascista de vanguardia durante 30 años.
Así, iríamos enfrentándonos a las numerosas dificultades. En este tiempo con mejor o peor resultado, con mayor o menor acierto, participaría en la preparación y realización de numerosas acciones armadas que, como es de comprender no detallaré.
Hoy puedo decir que lo que soy, mi forma de sentir, de pensar, la integridad que como persona intento forjar cada día, se la debo mayormente a mi militancia en los GRAPO, a la disciplina y entrega contagiada por los camaradas, a ese puñado de comunistas que he ido conociendo con el tiempo…
…UNO ATRÁS.
Me gustaría poder contar que siempre, estuve ahí, dejando el listón bien alto, pero no sería honesto por mi parte. Con los años abríamos de enfrentarnos a los elementos oportunistas dentro de la organización y en medio de alguna de las batallas más duras en este campo, llegaría a ser neutralizado antes incluso de empezar el combate. Viejas transigencias por mi parte así como problemas personales y la evidente falta de formación política me anularían al comenzar la batalla, hasta que finalmente, por la enorme presión, todo lo peor que podía llegar dentro acabaría reventando.
Después de verme inmerso en una depresión crónica por haber fallado como militante, entraría en un círculo vicioso de que cada vez que creía haber salido volvía a caer. Por muchos esfuerzos que con mayor o menor acierto tanto yo como mis compañeros quisiéramos por comprender y solucionar todo este asunto, la clandestinidad no era el lugar idóneo para solucionarlo y las apremiantes necesidades que la organización guerrillera tenía, en lugar de curar, agravarían el problema. No podía seguir condicionando a la organización e independientemente de la decisión que desde el Comando Central se pudiera tomar sobre mi persona, sólo una solución rondaba mi cabeza desde hacía tiempo, no podía seguir siendo un lastre, debía separarme de lo que para mí ya era lo más importante, la organización guerrillera, pero era un ejercicio de coherencia, yo ya no tenía ninguna confianza en mí mismo y mis recaídas cada vez eran mayores… Así lo planteé ante la Dirección, como una “baja temporal” hasta solucionar mis problemas, aunque en realidad, para mí, dejar todo, dar un giro de 180 grados a mi vida, me hiciera pensar que no merecía la pena seguir viviendo, no era la primera vez que lo pensaba, pero esa idea cogía fuerza. Pero si no era por mí, al menos por los que me querían debía salir de ese pozo oscuro de la locura, debía seguir viviendo, seguir luchando.
Así empezaría el viaje más terrible de mi vida, esta vez completamente solo. Para terminar de poner la guinda del pastel a mis frustraciones, llegaría a Bilbo, en plena manifestación del 1º de Mayo de 2002. La tensión se acumulaba día a día, el sueño por las noches en vela, la paranoia, la pesada carga del fracaso y todo esto sin dejar de ser uno de los más buscados por la pasma. Llegaría incluso a desarrollar un tic nervioso y una tartamudez latente (entre otros males) de los que me costaría salir, así no había forma de encontrar curro ni un sitio decente donde vivir. El tiempo seguía corriendo y el dinero se iba rápido en pensiones que además suponía un peligro añadido de caer en manos de la policía, así que decidí comprar un saco de dormir y “echarme al monte”. Solamente veía una opción para seguir adelante, hacer lo que mejor sabía hacer, expropiar un banco, sólo había una pega, de hacerlo, hablando con propiedad, no sería una expropiación, ese dinero no cubriría las necesidades de una causa justa, sino un beneficio personal. Me prometí a mí mismo no coger ningún camino fácil. Me aferré con fuerza al orgullo que me quedaba, apelé a lo más profundo de la conciencia y empecé a tirar pa’lante.
Iría encontrando varios trabajos en distintos ámbitos, pero al tener que poner mis escusas para no hacer contrato (por las pesquisas policiales), solía durar muy poco tiempo.
Un día los periódicos traerían la peor de las noticias, gran parte de los GRAPO, y otro tanto del PCE(r) habían caído en las garras del enemigo, hasta tiempo después no supe que sería por la labor de un infiltrado.
No habían pasado 2 años en que viviéramos la caída de los “7 de París”, así que conocía bien la situación en que quedaban y el papel que yo debería estar cumpliendo. El golpe fue tremendo y yo no podía dejar de hundirme en el sentimiento de culpa al haberme librado por los pelos. Pero si algún día quería jugar algún papel debía desconectar de las noticias y en general de todo aquello que condicionara mi recuperación, debía empezar por recuperar mi autoestima así que empecé buscando trabajo en algo en lo que pudiera sentirme realizado, así que pasé por muchas cocinas. Un día me vi de jefe de cocina y con algunas exposiciones de pintura por los cafés de Bilbo y por el camino indagando en los misterios de la psique, cada vez con más distancia.
Además por esa época, conocería a Idoia, la que sería mi compañera sentimental y a pesar de no comprender del todo mi visión política del mundo, mostró su braveza aguantándome unos cuantos años.
En febrero de 2006, sería detenido junto a Idoia por la Ertzantza.
HASTA DONDE EL CUERPO AGUANTE.
Idoia sería puesta en libertad y yo conducido a la prisión de Soto del Real.
Tras medio centenar de conducciones a la Audiencia Nacional y un montón de juicios sería condenado a más de 200 años de cárcel. En la mayoría de los juicios conocería a mi abogado cinco minutos antes de celebrarse el juicio, en el mismo momento en que sabía por qué sumario iba a ser juzgado. Creo que no hace falta decir mucho más sobre el derecho a la defensa que nos asiste, aunque anécdotas guardo como para escribir un libro.
De los cinco años y medio que llevo preso, cuatro los he pasado en un “bunker” de aislamiento en la cárcel de Villena, este tipo de módulo está diseñado en principio para los sancionados y para cortos periodos de tiempo, pero los presos políticos pasamos muchos años en esos agujeros sin sol. A día de hoy, aún no he compartido módulo con ningún otro preso político salvo contadas ocasiones en que coincidía con alguno de camino a la Audiencia Nacional, lo que en la práctica me mantiene en total aislamiento, por lo que he tenido que ir aprendiendo todo en cuanto a la actitud que debemos mantener en la cárcel a base de cometer muchos errores y de corregirlos.
Pero la cárcel también me trajo el reencuentro con los míos y en cierta forma se ha ido abriendo un mundo de posibilidades nuevas, al fin y al cabo esta es una trinchera más desde la que seguir defendiendo los intereses de la clase obrera y aún me queda mucho por aprender y compartir…
Escrita en 2011.