Nací el 11 de noviembre de 1964 en un pequeño pueblo del sureste francés, donde mis padres -emigrantes de Murcia- se erradicaron tras casarse, para poder vivir. Mi padre, mecánico de profesión, hasta que se jubiló con 70 años vivió para trabajar y trabajó para poder vivir. En 1972 regresamos todos a Murcia.
Desde muy cría conocí el mundo de las drogas, me convertí en politoxicómana y mi mundo era el de la delincuencia menor.
En 1992, con una hija y en prisión me dijeron que era seropositiva. Pero parecía que todo me daba igual, vivir o morir era parecido. Mucha gente me preguntaba sobre lo que opinaba sobre mi futuro y yo me preguntaba que de qué futuro hablaban. Pateando patios se me fue quedando la juventud y la droga seguía en mi vida.En uno de esos patios, empecé a conocer, charlar e hice amistad con varias presas políticas. Empecé a ser consciente que esos encuentros iban a ser parte fundamental en mi vida. De la charla pasamos al intercambio de pareceres, a las discusiones (primarias al principio) políticas, sociales… Cada día me fui interesando más, leyendo, charlando hasta agotar a mis amigas…
Empecé a descubrir un mundo muy diferente al mío, solidaridad, lucha, compromiso hasta el final, un poco de real historia y mucha mucha dignidad. Mis amistades fueron creciendo, carteo, nueva gente y todo ello me fue fortaleciendo mucho en mi autoestima, confianza, conocimientos…
Dejé de consumir totalmente, y empecé a llevar una vida de dignidad y lucha en 1993. En 1994 me intentan chantajear para que rompa mi amistad con los presos políticos y me trasladan a Meco. En 1996 me trasladan a Brieva. Las y los presos del Colectivo de militantes comunistas y antifascistas iniciaron ese año dos huelgas de hambre, que estrecharon aún más los lazos que yo ya sentía por ellos.
Empecé a estudiar, a formarme profundamente, siempre con el aliento de las que hoy son mis camaradas. Pero II.PP no vio con buenos ojos aquella reinserción, la verdadera, que yo hacía en la vida, en la lucha, en el amor. Y casi me cuesta la vida:
En 1997 soy amenazada de muerte por la guardia civil en uno de los traslados “por ser amiga de terroristas”. Me hacen la vida imposible en prisión (cambios de celda continuos, me obligan a compartirlas con presas con síndrome de abstinencia y enfermedades contagiosas para mi VIH). Me obligaron a tomar medicación psiquiátrica. En uno de los numerosos traslados, en la cárcel de Murcia soy golpeada por dos jefes de servicios y una tropa de carceleras… Una desatención médica me hizo abortar sola en una celda, y varios errores médicos fueron entre otros los motivos por los que mi salud se fue deteriorando gravemente. En uno de ellos me diagnosticaron y “trataron” una hernia de hiato, cuando lo que tenía era una infección en el estómago.
Las ostias en esos años me venían de todos los lados. Dejé de ser una presa común para convertirme en una presa politizada. Y eso era una gran batalla perdida para ellos. Seguí formándome, fortaleciendo física y políticamente, adquiriendo conciencia, y encima conciencia revolucionaria.
Me mueven de prisiones como a una pelota: Murcia, Meco, Brieva, Picassent, Badajoz, vuelta e ida entre ellas por varias veces… En un traslado me roban las fotos de mi hija, en otro aparece destrozada la TV…
Pero aún les quedaba una baza por jugar -muy utilizada por cierto-: atacar el punto más débil, en mi caso la salud, y en ello se esforzaron al máximo.
Pero no contaban con que, además de mi total resistencia a su intento de exterminio, la calle, los y las compañeras, la solidaridad, la denuncia, AFAPP, Salhaketa, Comités de presos… hicieron crecer una campaña estatal exigiendo mi libertad. No me daban mucho tiempo de vida y la campaña había sido un éxito total, con centenares de firmas, apoyos… y en menos de un año me vi en la calle de la que me tenían secuestrada.
Salí en febrero de 2000, con miedo, después de tantos años de prisión, pues todo iba a ser nuevo para mí, desconocido en su dimensión real, habiendo entrado como yonky y salido como persona digna, con ideas revolucionarias. Y además, sentía que salía con una gran responsabilidad, para mí y para todos los demás. Sí, salía con muchísima ilusión y ganas de vivir.
Me acogieron en Galiza una gran familia y ahí comenzó una nueva etapa para mí. Pude desarrollar mi nueva vida, intensamente. El tiempo que pasé en la legalidad fue de un gran aprendizaje humano y político. Las discusiones políticas, la camaradería, las campañas y mis primeras experiencias a la puertas de las fábricas… muy intenso y constructivo.
Pero las condiciones con las que me habían aplicado el artículo 92 me limitaban todo, seguir avanzando, luchando…. Ese fue uno de los motivos principales que me hicieron plantearme pasar a la clandestinidad. Otro fue darme cuenta que en la calle había algo que no había cambiado con respecto a la cárcel. Allí dentro, las armas del carcelero mayor son sus funcionarios con o sin uniforme, la represión, el aislamiento, el chantaje, las palizas, sus venganzas diarias, la porra, el spray asfixiante, sus esposas y las (sus) drogas. Y allí fuera, era lo mismo, pero a mucho mayor dimensión y escala. Sí, era verdad lo que me decían mis ya además de amigas, camaradas: “La cárcel es el reflejo de la sociedad”. Sí, además lo vi con mis propios ojos. Explotación, represión, inundación de drogas metidas por el Estado, criminalización, el Estado armado hasta los dientes…
A primeros de mayo de 2001 me incorporé en un comando de los GRAPO, plenamente consciente, orgullosa y convencida. Esa ha sido hasta el momento la mejor etapa de mi vida. Era, para simplificar, ilegalmente libre.
El 18 de julio de 2002 fui detenida por la G.C. en Vitoria, donde me hallaba de paso. Caí junto a muchos camaradas, pero también detuvieron a simples solidarios o militantes comunistas. Diez y ocho antifascistas en total. En mi paso por las brutales torturas, fui drogada con una sustancia que me hizo perder el control del tiempo-realidad. (((Estremecedora la carta sobre dichas torturas policiales con drogas recogida en el SOLIDARIDAD nº 6 de Febrero 2003, pág 7, que colocamos a continuación)))
Desde mi entrada, y ahora, pienso que es época de luchar de nuevo desde estas trincheras de hormigón, prisión de kunda tras prisión, lucha tras lucha, día tras día.
Mi estado de salud es delicado, pues necesito trasplante de hígado, que desde luego en estas casas no me van ni a realizar ni a permitir. Pero sigo resistiendo y aun de todas las trabas, sigo siendo ilegalmente libre. ¡Y ahora soy abuela además!
Mis ejemplos diarios son quienes han estado y están en mi vida y en mi lucha y aquellos que dieron la vida por y para ella.
La fuerza y la valentia de una mujer.