Memoria histórica imprescindible:
-Falangistas criminales.
Oleo de perro junto al héroe.
En todo el barranco de Azuaje se oía el estruendo de los ladridos de los enormes presas, los falangistas los llevaban amarrados, siguiendo el rastro de siete hombres entre la frondosa vegetación de laurisilva, los perseguidos se metían cada vez que podían en el agua para evitar ser rastreados, un agua fría que venía de la cumbre de la isla, solo se salían y caminaban por tierra cuando llegaban a las cascadas porque tan débiles les era imposible escalar.
Tres eran muchachos muy jóvenes vecinos de Bañaderos, no pasaban de quince años, los otros de unos treinta años eran de Tinoca y Casa Ayala, Juan Mendoza tenía una pierna partida por una caída, la llevaba entablillada y andaba con la ayuda de Berto y Luis, sus compañeros de la Sociedad Obrera.
Iban demasiado lentos por el herido, por lo que los falangistas cada vez estaban más cerca, hasta que Juan se soltó y dijo que lo dejaran allí, que no podían condenarse a ser detenidos y asesinados por su culpa.
Sus compañeros trataron de convencerlo de seguir subiendo, pero se negó en redondo, se sentó en el suelo mirando al fondo del barranco esperando la muerte:
-Que pena no tener una puta pistola- dijo.
-Los podría retener un buen rato hasta que ustedes llegarán a Cueva Corcho y pudieran dispersarse por el pinar- volvió a pronunciar con la voz muy ronca por la debilidad de no haber comido en cuatro días.
Cada compañero le dio un abrazo uno a uno para despedir al héroe comunista.
Roberto «El chicharrero» le entregó una navaja pequeña muy afilada:
-Si te sientes fuerte y tienes miedo, córtate las venas de las muñecas o el cuello antes de que lleguen, no mereces caer en sus manos y que te hagan mucho daño- Mendoza que era carpintero de rivera la agarró picando un ojo y dijo:
-Igual se la clavo en el pescuezo cuando me vengan a detener al hijo de puta de Rosales-
Los demás sonrieron con lágrimas en los ojos y lo dejaron allí, sentado con la pierna fracturada estirada sobre la hierba fresca de primavera, parecía un niño pequeñito, como si hubiera retrocedido en el tiempo a los años en que todos ellos jugaban al trompo, a la cogida, al fútbol con una pelota de trapo.
Según subían lo miraban y escuchaban los perros más abajo como fieras, estaba inmóvil como una figura de cerámica al margen de aquella situación terrible.
No se lesionó con la navaja, los esperó hasta el último momento, el primero que llegó de la cuadrilla de asesinos fue un perro gigantesco, parecía un león, primero rugió acercándose lentamente, Juan ni se inmutó, no movía un musculo, esperando la muerte, pero el perro le olió las manos y empezó a mover el rabo y a lamerle los dedos.
El muchacho le acarició la cabeza mientras el can se tumbó de lado para que lo rascara, era inmenso, seguramente pesaba más de noventa kilos, abajo subían el resto de hombres y canes, el primero en llegar fue el requeté Rosales de Arucas, con fama de haber asesinado a decenas de hombres desde la noche del sábado 18 de julio del 36.
Cuando vio al perro plácidamente echado al lado de Juan sacó la pistola y le dio un tiro en la cabeza, el animal se quedó un buen rato entre contracciones y echando mucha sangre:
-¿Porqué lo mataste hijo de puta?- le dijo Mendoza.
-Aquí me tienes cobarde, dispuesto a morir, te miro a los ojos sin miedo, sabes bien que me hagas lo que me hagas no voy a rendirme-
Relato publicado en el libro de Francisco González, “Señales del alba” (2022).
Imagen: Desfile falangista en 1940 por las calles de Bañaderos, Arucas, Gran Canaria.
-Asesinar curas obreros.
Dignidad de Salvador Medina Gómez.
«En el obispado de Las Palmas había curas que se reían de los gestos humanos del obispo Pildaín, que colaboraban en el genocidio, que odiaban a los trabajadores y que estaban dispuestos a dar la extramaúnción mientras daban tiros en la nuca de los que todavía vivos se revolcaban en el suelo entre convulsiones en los fusilamientos».
Antonio Cubas González, cura nacido Juncalillo, Chanito «el de las Cruces» como lo llamaban por su habilidad para engalanar Miraflor de cruces de flores en mayo tenía un hijo cura, Salvador Medina Gómez, seminarista en Sevilla y amante del flamenco y de la defensa de los derechos de las personas empobrecidas, en su estancia en Andalucía conoció a muchos sacerdotes muy comprometidos en la causa de los jornaleros en los años 30, de la gente más humillada y explotada por el poder, por aquellos señoritos del derecho de pernada, de la esclavitud sobre un pueblo que sobrevivía con penurias, pasando hambre y todo tipo de necesidades, mientras unos pocos vivían en la absoluta opulencia.
Durante el golpe de estado del sábado 18 de julio estaba pasando unos días en su pueblo natal, vino tres días antes a Gran Canaria inconsciente de lo que iba a pasar, lo primero que hizo fue ir a ver a la Virgen del Pino, de la que era devoto desde niño, allí estuvo acompañado por su madre, Carmita «La Costurera», rezando varias horas sentado en los asientos de madera de la Villa Mariana.
Otro sacerdote que vivía en Vegueta, José Luis Millares, que era de una familia noble de Las Palmas pero que estudió en Córdoba, de los que llevaban pistola al cinto y daba tiros de gracia en los fusilamientos, lo conocía bien y no era santo de su devoción, comunicando en Falange que era un cura rojo, que lo había visto en huelgas obreras y en tomas de tierra de los grandes terratenientes andaluces en la ciudad del Rocío.
Esto generó que la misma noche de la visita a su virgencita, regresando caminando con su madre desde Teror hasta su vivienda que estaba más cerca de El Toscón que de Miraflor, una casa rodeada de pinos y acebuches, al lado de un riachuelo que no paraba de correr todo el año, hubieran en la puerta cinco falangistas esperándolo.
Nada más llegar lo identificaron, le pidieron la filiación, el mostró un papel del obispado de Sevilla, que acreditaba que era seminarista, tenía 21 años, que estaba fuera de toda sospecha de pertenecer a cualquier organización de izquierdas, pero los nazis lo maltrataron, uno de apellido Yanes lo estampó contra la pared del patio interior de la casa, donde su padre tenía los jaulones de pájaros pintos y canarios, luego Ramón Sánchez Sarmiento, que era un niño de gente rica, que su padre era dueño de medio Zumacal de Valleseco, le amarró las muñecas con soga de pitera, Salva exclamó:
-Me quieren maltratar como a nuestro señor Jesucristo, si es por los pobres y desgraciados estoy dispuesto a sufrir cuanto daño me quieran infligir, mi cuerpo no es más que portador de un alma que no quiere que los pobres sufran tanta explotación y abusos de poder-
Entonces cuando terminó de pronunciar esa frase comenzaron a darle patadas, allí delante de sus padres, el cabo Samper, que era submarinista de la guardia civil, le arrebató el Rosario del cuello, levantándole la sotana para reírse diciendo que parecía una muchacha que se merecía que le dieran por el culo.
Ante el asombro de sus padres lo metieron en un coche negro propiedad de la marquesa de Arucas y se lo llevaron a un destino desconocido, jamás supieron donde lo asesinaron o a que agujero lo tiraron con un tiro en la nuca, a los pocos días llamaron de Sevilla varios miembros de su comunidad, algunos profesores del seminario, varios compañeros, al único teléfono que había en Miraflor en la oficina de Correos junto al molino de gofio, sus padres explicaron lo que había pasado, nadie dijo nada, no hubo explicación, tampoco justicia.
Relato en “Señales del alba” (2022)
Imagen: ‘De la cruz al martillo’, documental sobre los curas obreros.
-«Cartas de Antonio»
Cae en mis manos la reciente edición de un libro contra los olvidos: Cartas de Antonio. Memoria de un republicano en la Francia de Vichy. Un trabajo de arqueología de la memoria a través de una serie de cartas guardadas durante más de 75 años que ahora ven la luz, con la contextualización que permite la distancia en el tiempo.
Cartas de Antonio es el fruto de la labor de la hija y el nieto del protagonista, quienes se sumergen en ese arduo trabajo de documentación, archivos e investigación, partiendo de su pequeño tesoro familiar: las veinticuatro cartas de Antonio a su mujer desde el exilio, el fino hilo epistolar que mantiene los lazos con la familia, con la vida, con los orígenes.
Antonio es uno de esos miles de personas que salieron de España con el triunfo militar —nunca político— de los golpistas. Durante los meses de enero y febrero de 1939 cruzaron la frontera pirenaica por Cataluña en torno al medio millón de personas. Y al igual que tantos otros compañeros del viaje al exilio, a la derrota se sumaron decenas de calamidades y sufrimientos en un país que no quería acoger a nadie, salvo excepciones, que también las hubo.
Y es que la Francia a la que llegaban no tenía nada que ver con la Francia de tres años antes, cuando el Front Populaire de Léon Blum ganó las elecciones.
Me permito reproducir unos apuntes recogidos en 1995 de Españoles en la liberación de Francia 1939-1945 de Félix Santos. Fundación Españoles en el Mundo, 1995):
“[…] Se había producido una ruptura. En abril de 1938, los socialistas quedaron fuera del Gabinete presidido por el radical-socialista Edouard Daladier. Los comunistas habían sido excluidos de la alianza que apoyaba al Gobierno. En el Gobierno francés no quedaba ni rastro de simpatía hacia la República Española, ni la más mínima solidaridad con los republicanos derrotados… Presentados por los medios de comunicación como rojos e indeseables, aparecieron ante amplios sectores de la opinión pública francesa como un peligro. […] Ante la actitud inicial del Gobierno radical-socialista de Daladier de cerrar la frontera, un grupo de personalidades francesas había lanzado un llamamiento en el que argumentaban que «Francia debe aceptar el honor de aliviar la espantosa miseria de los españoles que se dirigen hacia sus fronteras». Firmaban el documento el cardenal Verdier, arzobispo de París; Jacques Maritain, del Instituto Católico; el filósofo Bergson, premio Nobel; el marqués de Lilliers, presidente de la Cruz Roja francesa; León Jouhaux, secretario de la CGT; François Mauriac, de la Academia Francesa; el escritor André Gide; el poeta Paul Valéry y Henry Pichot, presidente de la Unión Federal de excombatientes. Contrastaba con la noble actitud de los firmantes del llamamiento, la de algún periódico, como el parisino Le Matin que propugnaba con vergonzosa sorna: «¿Por qué no enviar los refugiados a Rusia? La gente es allí muy amable y la tierra excelente. […] Francia puede encargarse de la organización, los Estados Unidos del dinero, Gran Bretaña de los barcos, Rusia de la hospitalidad y Ginebra de los discursos». […] El Gobierno francés se vio desbordado por el río humano que cruzaba la frontera. Tenía preparados algunos campos con barracas para cinco o seis mil personas. Su desconocimiento de la verdadera situación española le condujo a adoptar la decisión de no dejar libres a los refugiados, y encerrarlos como si se tratara realmente de seres peligrosos y no de refugiados, militares, y también muchos civiles, ancianos, mujeres y niños, que simplemente huían de la guerra y de la represión de las tropas de Franco. […] En playas del Mediterráneo, próximas a la frontera, se instalaron los primeros campos. Todos ellos de pésimas condiciones. La vida en ellos era deplorable. Cercados por alambradas de espino, con separación de sexos, y por lo tanto, de las familias, con vigilancia militar ejercida con desprecio y brutalidad. Sin agua, sin condiciones higiénicas, sin asistencia sanitaria, sin alojamientos. No pocos morirían en esos campos.”.
Este extracto es muy esclarecedor de lo que se encontrarían quienes huían del horror franquista. Esa es la Francia que encuentran Antonio y su familia, que había pasado la frontera unos meses antes. Su familia volvería a España en pocos meses: tras la invasión de Polonia por los nazis, Francia declararía la guerra a Alemania, hecho que daría lugar a una campaña de repatriaciones de muchas familias refugiadas. Antonio no vuelve, no está el patio español para hacer pruebas.
Una lectura para la reconstrucción y comprensión de la vida de Antonio, que traspasa más allá las vivencias de un nombre o un personaje para formar parte de un relato colectivo de la historia, de unos sucesos ocultados bajo la narración de los grandes hechos de la Segunda Guerra Mundial o de las epopeyas, excesivamente noveladas, de la liberación de Francia.
“Cartas de Antonio. Memoria de un republicano atrapado en la Francia de Vichy”.
Autores: Alma Hernando Fojo y Carlos Díez Hernando. EL GARAJE EDICIONES. Precio: 14 €.