Cartas desde prisión:
Juan García Martín / Preso Político del PCE(r).
Publicada en El Otro País, revista de información, nº 106, mayo-junio 2023.
El Blindado.
Estamos en año electoral. Se nos viene encima la archiconocida avalancha de discursos huecos, soflamas auto-complacientes, insultos zafios, algunas promesas incumplidas de antemano y numeritos de feriantes vendehúmos. Habrá también, sobre todo entre estos últimos, quienes deslicen algún mensaje que, tímidamente y, por supuesto, “dentro de la ley” reivindique mejoras en la sanidad y enseñanza públicas, poner coto a los desorbitados beneficios de distribuidoras y energéticas, limitar las prácticas usurarias de la Banca o que pase la guerra…
¡Pobrecitos! Quienes honradamente piensan que algo de esto puede ser logrado, repetimos, votando y respetando las leyes e instituciones, son unos ilusos, e igualmente ingenuos quienes a estas alturas de mentiras y traiciones vayan a votarles.
Todo quedó atado y bien atado desde 1975. Y por si esto fuera poco, en estos casi 50 años trascurridos desde entonces, a ese “paquete” bien amarrado que dejó Franco, sus herederos, es decir, los sucesivos gobiernos “democráticos” le han ido añadiendo más cuerdas y nudos, cadenas y candados, corazas metálicas, cerrojos herméticos, soldaduras y remaches, de tal manera que hoy el régimen del 78 se nos presenta como un auténtico blindado sin nada que envidiar a los famosos “Leopard” y que salvaguarda en su interior los intereses de los monopolios y multinacionales; eso sí, con algunas pinturas de camuflaje color rosa, morado y arco iris.
Frente a este “monstruo de la guerra” situemos a un bien-intencionado reformador, un optimista que, preocupado sinceramente por los problemas de la gente piensa honradamente que puede cambiar algo de fundamento situándose “dentro de la ley” es decir, siguiendo las reglas del enemigo, es decir, fijándose sólo en sus pinturas de camuflaje “democrático.” Allá va nuestro héroe, armado con una papeleta y con algunos palmeros jaleándole, dispuesto a atravesar de cabeza el blindaje de la Bestia.
Con la primera capa de la coraza que tropieza es algo etéreo, casi invisible, una especie de “escudo de energía” de esa ciencia ficción a la que nuestro reformador es tan aficionado. Nos referimos a los medios de comunicación, un verdadero muro de contención al servicio y pagado por los poderes económicos. Es una red muy tupida y muy homogénea, a pesar de sus múltiples componentes, que abarca desde la prensa escrita a la televisión pasando por la radio e Internet. Además, es una red muy selectiva que deja pasar lo favorable o inocuo para sus amos pero expulsa baba venenosa contra todo lo que puede perjudicarles. Son los hacedores del “pensamiento único” que hoy vemos sobre la guerra contra la “pobrecita” Ucrania y lo malos que son Rusia y China, sobre lo bien que nos va a todos cuando las empresas ganan muchos millones, sobre las virtudes del patriotismo rojigualdo frente al malvado separatismo y sobre lo buenos que son los uniformados cuando le dan caña a los “violentos” que se saltan las normas.
En general, basta que alguien se asome a los medios para apuntar contra ese “pensamiento único” para que todo un ejército de periodistas, tertulianos, comunicadores y expertos le salten a la yugular para silenciarle. En unos casos, desaparecen de las parrillas, en otros, como ocurre con el periodista Pablo González, “olvidado” en una cárcel polaca, son tratados como delincuentes.
¿Me puede alguien decir o decirle a nuestro amigo reformador cómo ante tan monolítico enemigo desinformativo se puede crear una “opinión pública” favorable a los intereses de los trabajadores? Bueno, como poder, se puede… con el tiempo, con mucho y constante trabajo divulgador, buscando los resquicios del blindaje por donde colarse (“El Otro País” es un buen ejemplo) y, sobre todo, confiando en que la tozuda realidad que padecemos siempre desmentirá las falsedades de los medios.
Así que, puestos a ser optimistas, demos por bueno que nuestro reformador pilla despistado al “Leopard” y se logra generar un clamor de indignación en la calle que hace que pueda seguir adelante con sus propuestas. Es el momento en que se encuentra con la segunda chapa del blindaje, las leyes y reglamentos que durante los últimos 40 años han ido tejiendo una maraña “de letras”en la que cualquier posible cambio de peso en la situación de los trabajadores queda enredado hasta que el desánimo y el cansancio venzan al entusiasmo y necesidad iniciales.
Las leyes sindicales, firmadas por las grandes centrales y “la izquierda”, son un buen ejemplo de lo que decimos. Simplemente reunirse en asamblea, hacer una votación o declarar una huelga lleva consigo un montón de requisitos “legales”, cortapisas, preavisos, permisos y papeleos que o te los saltas -¡viva las huelgas “salvajes”!- o acabas desmovilizado y entregando la cuchara a las mafias sindicales. Otro tanto ocurre con el ejercicio de los derechos de expresión -¡Pablo Hasel sigue en la cárcel!- y manifestación (que por algo no derogan la Ley Mordaza). Y al final, o al principio, siempre topamos con la sacrosanta Constitución, hecha para restringir derechos y que deja fuera de ella –y “legalmente” reprimibles- a republicanos, independentistas, comunistas, antiimperialistas, antimonopolistas y antifascistas.
Qué, querido reformador, ¿dónde te sitúas y quieres situar a tus posibles seguidores?, ¿dentro o fuera de las leyes? Pero supongamos, y es mucho suponer, que encontramos huecos en el entramado legislativo por donde colar nuevas o necesarias reformas del régimen, pues aquí está la tercera capa de nuestro blindado: las propias instituciones del Estado.
Senado, Congreso, Autonomías, Ayuntamientos, Agencia Tributaria, Tribunal Supremo, Tribunal Constitucional, Comités de Empresa … muchas mayúsculas para ocultar lo que, en realidad, son otras tantas barreras que dificultan o impiden que el “clamor de los de abajo” llegue a obligar a “los de arriba” a atender sus reivindicaciones. Ampliar de verdad derechos fundamentales (de los trabajadores, de la mujer, de las nacionalidades, de los manifestantes, de los inquilinos, de los usuarios de la Banca, etc.) es una tarea titánica que se estrella en las instituciones para acabar muriendo en los tribunales, como ha ocurrido recientemente con algunas leyes reformistas.
Y si miramos al personal que integra dichas instituciones, ¡menuda caterva de políticos, jueces y sindicalistas que padecemos! Pensar que alguno de ellos va a arriesgarse a perder sus privilegios para abanderar reformas de calado es una fantasía delirante. Aparte de corruptelas y vicios varios, en su gran mayoría acceden a sus puestos no por preocuparse por “los de abajo” sino por lo bien relacionados que están entre ellos (amigos de pupitre o facultad, tradición familiar, etc.) y con “los de arriba”; sus méritos son los servicios prestados al poder, como ocurre con los de PODEMOS y su desmantelamiento del 15 M; sus preocupaciones son que les vuelvan o no a meter en las próximas listas electorales, y su futuro, encontrar una rentable puerta giratoria como dorado retiro.
Hay algunos jueces y políticos honrados, como nuestro querido reformador, llenos de buenas intenciones, pero o no hacen carrera o se cansan pronto de lidiar con tanto blindaje “legal” y tiran la toalla, acabando en el pesebre, como la mayoría, o encontrando refugio en esa “enfermedad” tan hispana que es el “localismo”, municipal o autonómico, donde piensan, ingenuamente (¡el dinero sigue en manos de “los de arriba”!), que pueden hacer «cosas por la gente».
¿Será este último el destino de nuestro amigo bienintencionado con su carpeta cargada de propuestas reformistas? Como en caso afirmativo se nos acabaría el artículo, sigamos en plan optimista y pensemos que, cual Supermán social, nuestro reformador consigue pasar por encima de las instituciones y leyes, crear una opinión pública que asume sus reivindicaciones y, como consecuencia, la gente se echa a la calle en plan ¡a por todas! En este escenario, al régimen le queda todavía otro blindaje, el más duro, el más agresivo y el más decisorio: la represión.
Todo un ejercito de policías y guardias civiles están permanente y preventivamente dispuestos, amparados por la impunidad que les dan las leyes, a castigar duramente, en la calle y con la cárcel, a todo aquel que atraviese las barreras de “lo legal”. Recordemos la tanqueta en la última huelga del Metal en Cádiz o los miles de manifestantes que en toda España esperan juicio. Y en última instancia, la Constitución da al Ejército la potestad de usar la fuerza como garante del poder constituido, es decir, de los privilegios y ganancias de los capitalistas, de su régimen político monárquico y de la unidad de la Patria. Porque, recordemos, un blindado no sólo se defiende con su coraza, sino que también dispara.
Es fácil deducir que ante enemigo tan formidablemente acorazado, sea cada vez más difícil arrancarle una reforma que directa o indirectamente afecta a los fundamentos del Estado (propiedad privada, beneficios empresariales, precios de monopolio, privatización de servicios, gastos militares, impunidad de los cuerpos represivos o servilismo con las grandes potencias occidentales). Salvo algunos cambios en temas marginales y que, en el fondo, sirven para maquillar o reforzar el Estado, el campo reformador está agotado; sólo para conseguir una simple subida salarial en un Convenio hay que realizar unos esfuerzos propagandísticos, organizativos y de lucha dignos de causas más elevadas.
Esto no quiere decir que no haya que luchar por reivindicaciones inmediatas o parciales; al revés, de lo que se trata es de hacerlo más, mejor, con mayor organización y radicalidad, y sin ilusiones de que por vía institucional y legal lo vayamos a conseguir. De lo que se trata es de luchar teniendo en cuenta el monstruo armado hasta los dientes que tenemos enfrente.
Claro que, llegados a este punto, si resulta que a cada paso que damos en los terrenos propagandístico, organizativo y de movilización nos damos de bruces con el blindado, ¿acaso no será más útil y efectivo plantearse utilizar esa fuerza, unidad y organización colectivas para destruir el dichoso blindado?