Memoria histórica imprescindible:
-LA IGNORANCIA ES ALIADA DEL FASCISMO.
Tarjeta postal de campaña.
Edita: Milicias de la Cultura (Ministerio de Instrucción Pública). 1937.
-Las cartas de los presos republicanos antes de morir: «Hijos, cuánto os he querido, pero todo terminó»
*Foto de la carta de despedida de Luis García Gira a su familia. Termina con las frases «Viva España Republicana, Viva el Partido Comunista».
Un libro reúne las misivas que escribieron desde la cárcel los condenados a muerte en Madrid entre 1939 y 1944. Sus descendientes les dedican sentidas cartas, un homenaje a las 3.000 personas fusiladas en la capital en la posguerra.
¿Hay algo más íntimo que una carta de despedida a los seres queridos; sobre todo cuando el que se despide lo hace para siempre, horas antes de ser abatido por las balas en el paredón o de sentir en el cuello el frío hierro de la máquina del garrote vil?
Los últimos pensamientos, las sinceras dedicatorias, los deseos sobre cómo ser recordado, la angustia por el devenir de la familia… Las cartas de ‘capilla’ de los presos republicanos horas antes de ser ejecutados, al alba, en las tapias del Cementerio del Este (hoy de La Almudena) muestran la esencia más íntima del ser humano. Y desde el desgarro y el pudor, incluso, que produce leerlas 85 años después es de agradecer a las familias de aquellas víctimas su generosidad por compartirlas.
El libro Las cartas de la memoria (Libros de L’Encobert), editado y compilado por Tomás Montero Aparicio, coordinador del grupo Memoria y Libertad, que reúne a los familiares de las víctimas del franquismo en Madrid, supone un monumental homenaje a las casi 3.000 personas ejecutadas por los franquistas entre 1939 y 1944 en Madrid. El libro, de 400 páginas, se publicará este mes de septiembre.
A través de la correspondencia, dibujos y objetos de los presos se compone un retrato del horror pero también del amor a la familia y a los ideales. Aquellas cartas de ‘capilla’ han tenido respuesta tantas décadas después: los nietos y otros descendientes de las víctimas les dedican emocionadas misivas a aquellos que no conocieron y cuya trágica muerte marcó el porvenir de la familia.
*»La última noche de mi vida»
El maestro republicano Salustiano de la Fuente Rodríguez, de 46 años, pasó siete meses en diversas cárceles improvisadas en Madrid, desde el 13 de abril de 1939, dos semanas después de que las tropas golpistas entraran en Madrid.
Su último destino fue la prisión de Porlier, el mayor centro de exterminio en la capital para los presos republicanos. A las doce de la noche del 6 de noviembre de 1939, horas antes de ser fusilado, escribió la última carta a su esposa y a sus hijos.
6 – 11 – 1939
12 [de la] noche (última noche de mi vida)
Hijitos míos: Ya os había escrito; pero lo hago otra vez y lo estaría haciendo hasta el último momento. ¡Cuánto os he querido! Mi mayor felicidad erais vosotros y mamá. Sin embargo, hijos, hemos de separarnos para siempre. ¡Qué pena!. Yo estoy resignado y espero que Dios me hará justicia.
Hijitos. Ya nos separamos. Amar mi recuerdo. Muero por vosotros, por mi patria, por España a la que tanto quise. Emiliana: Ánimo, no te acobardes. Guardad bien en vuestra memoria los que se han portado bien con nosotros para que se lo paguéis con la misma moneda.
Adiós. Alberto, Enrique, Santiago, Evencio, Emiliana. Todos. Mi corazón, mi alma, todo yo os envío. Adiós
Salustiano
*Dionisia, una de las ‘Trece rosas’
Dionisia Manzanero Salas, modista madrileña, tercera hija de los seis vástagos de una familia obrera del barrio de Cuatro Caminos, se afilió al Partido Comunista en abril de 1938, después de que un obús matara a su hermana Pepita y a otros niños que jugaban en un descampado.
Fue fusilada junto a doce de sus compañeras el 5 de agosto de 1939, minutos después de que sufrieran la misma suerte 43 compañeros de las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU). Dionisia fue una de las Trece rosas; murió con 20 años.
Queridísimos padres y hermanos: Quiero en estos momentos tan angustiosos para mí poder mandaros las últimas letras para que durante toda la vida os acordéis de vuestra hija y hermana, a pesar de que pienso que no debiera hacerlo, pero las circunstancias de la vida lo exigen.
Como habéis visto a través de mi juicio el señor fiscal me conceptúa como un ser indigno de estar en la sociedad de la Revolución Nacional Sindicalista. Pero no os apuréis, conservar la serenidad y la firmeza hasta el último momento, que no os ahoguen las lágrimas, a mí no me tiembla la mano al escribir. Estoy serena y firme hasta el último momento. Pero tened en cuenta que no muero por criminal ni ladrona, sino por una idea.
Madre, ánimo y no decaiga. Vosotros ayudar a que viva madre, padre y los hermanos. Padre, firmeza y tranquilidad. Vosotras hermanas mías, no llorar ni una lágrima, yo no lo he hecho. Dar un apretón de manos a toda la familia, fuertes abrazos como también a mis amigas y vecinos y conocidos. Mis cosas ya os las entregarán, conservar algunas de las que os dejo. Muchos besos y abrazos de vuestra hija y hermana que muere inocente.
Dionisia
*Chantaje: o comulgas o no escribes
No todos los presos tuvieron la oportunidad de escribir unas líneas despidiéndose de sus familiares, un ejercicio que seguramente alivió tanto a los condenados a muerte como a sus seres queridos.
«A muchos condenados y condenadas a muerte no se les permitió dar cumplimiento a dicha última voluntad, entendiéndose su negación como un postrero y ejemplar castigo. A otros se les chantajeó, exigiéndoseles confesarse y comulgar a cambio de obtener el permiso para escribir», explica en el libro Cartas de la memoria la historiadora Verónica Sierra Blas, especialista en la materia, de la Universidad de Alcalá de Henares.
«No debemos tampoco olvidar que hubo quienes no pudieron trazar ni tan siquiera unas cuantas letras, aun teniendo autorización para hacerlo, por su delicado estado mental o de salud, por su escasa o nula capacidad alfabética o, sencillamente, por no tener con qué hacerlo», indica Verónica Sierra Blas.
Papelillos de fumar, trozos de cartón o de latón, páginas o pedazos de papel arrancados de libretas o de blocs, envoltorios de alimentos, prendas de vestir o, incluso, los mismos suelos y las paredes sirvieron para plasmar en ellos la última despedida, según indica en el libro la citada historiadora.
Más cartas, y sus respuestas:
-Historia reciente
Los introductores de la heroína
«(…) Cuando la probé por primera vez me pareció que era el mayor placer que había sentido en mi puta vida, tenía 19 años, había estado con pibas, pero aquello era lo mejor, cerré los ojos y me recosté en el asiento de atrás del coche de Juan «La Mona», los demás estaban de risas, a mi me dio por dormirme y flipar, volé por todos los universos conocidos, al menos eso pensé, ni pastillas, ni hachis, ni mariguana, ni hostias me hicieron sentir aquella sensación de libertad, de que mi cuerpo ya no era mi cuerpo, sino un trozo de meteorito flotando en el universo. A los pocos meses ya estaba enganchado, me di cuenta que olía mal, que no me bañaba y que los pantalones se me caían de lo flaco que estaba, los policías seguían repartiendo en todos los barrios de Las Palmas, ya pasamos hasta de los tripis, solo queríamos a la dama blanca, todos los colegas la buscábamos cada día en Las Rehoyas, en El Polvorín, en El Risco de San Nicólas, en el Poligono Cruz de Piedra, los que la vendían eran chivatos de los maderos, tipos sin escrúpulos que solo consumían cocaína, jamás heroína, tenían la lección bien aprendida o estaban advertidos por la gente del tal Galindo, que era el que movía desde los picolos toda el plan que venía de la CIA de drogar a la juventud, canaria, vasca, gallega, catalana…, más combativa… El mismo hijo de puta que encabezaba el GAL, el mismo que ordenó la tortura y asesinato de Lasa y Zabala, de Santi Brouard, de tantos otros vascos que luchaban por su libertad. En poco tiempo se cargaron todo, yo no aparecí más por la UPC en Triana, dejé la militancia, igual que mis colegas de La Isleta, todo era miseria humana, zombies, chiquillos que eran buenísimos jugando a la pelota, hasta varios que debutaron con la UD, que acabaron como escorias vivientes, piel y hueso, el cuerpo y la mente destrozada, lo mismo que toda la gente que militaba y que luchaba contra la base de la OTAN en Arinaga, contra la militarización de Canarias, contra la mili, contra el fascismo, contra la destrucción de las islas por el turismo, contra el caciquismo fascista, ese que tenía y tiene a nuestro pueblo encadenado, arrodillado. Yo solo vivía para la dosis diaria, llegué a robarle a toda mi familia, a mi abuela querida, a mi madre las pocas joyas que tenía, el dinero que tenia guardado mi viejo, los ahorros de la estiba. Mi vida se destrozó por completo, no quedó nada de mi, solo este saco de huesos que ahora deambula por el mundo, «El Negro», Mederos, el que un día creyó en una Canarias libre e independiente, en un mundo mejor…»
Testimonio de Antonio Mederos Padrón, víctima de la heroína en los años 80-90 en la isla de Gran Canaria.
Entrevista realizada por el escritor Francisco González Tejera en el barrio de Zarate, Las Palmas GC, el 13 de junio de 2001.