Sobre libro de Francisco Alía: «Alfonso XIII estuvo detrás del Golpe de Estado de Primo de Rivera» / Fosas y más fosas: Villasayas (Soria) / Memorias del infierno: encontrarse con un asesino fascista.

Portada libro sobre la dictadura de P. Rivera.

Memoria histórica imprescindible:

-«La dictadura de Primo de Rivera (1923-1930). Paradojas y contradicciones del nuevo régimen».

Libro.

«Alfonso XIII estuvo detrás del Golpe de Estado de Primo de Rivera».

Aunque llegó al poder con la promesa de renovar la política, tanto militares como sociedad civil pronto se dieron cuenta de que las cosas no iban a ser como propugnó aquel 13 de septiembre.

100 años después del fugaz golpe de Estado que trajo consigo una dictadura militar a España, el catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Castilla-La Mancha, autor de La dictadura de Primo de Rivera (1923-1930). Paradojas y contradicciones del nuevo régimen (Catarata, 2023), repasa en estas líneas la llegada al poder del dictador, cómo los militares fueron su principal oposición, las promesas incumplidas que le acompañaron y cómo sus actos ayudaron a que cogiera fuerza la idea de una nueva República en España.

-El desastre español de Annual en Marruecos fue clave para que la dictadura de Miguel Primo de Rivera se impusiera. ¿Cómo consiguió el militar conducir ese descontento para engrandecer su persona?

Para mí, esa fue una de las cuestiones clave que llevaron después al golpe de Estado. Annual generó un gran descontento popular y una pesadilla para los gobiernos, lo que terminó desgastando a los partidos de la Restauración. Primo de Rivera abanderó la posición abandonista de la guerra, lo que le hizo ganar muchos apoyos en la calle. Había que salir de Marruecos de cualquier forma. Todo esto se juntó con el tema de las responsabilidades militares por el desastre de Annual, que hacían que el rey se resintiera. Por eso, ciertos militares de prestigio vieron una salida en el Golpe para salvar a la Corona.

-El segundo capítulo se titula «El golpe de Estado Real». Aquello pasó el 13 de septiembre de 1923, del que ahora se cumplen 100 años. ¿Qué ocurrió exactamente ese día?

Fue un golpe de Estado muy atípico, fácil y sencillo. Un capitán general declara el estado de guerra en Catalunya y así consigue que se derrumbe el sistema político vigente desde 1874. Primo de Rivera llamó a las principales autoridades civiles y militares de Catalunya, les anunció el golpe y lo avisó a la prensa, desde donde lanzó un comunicado. Eso bastó para que triunfara esta extraña sublevación.

Yo concluyo que, si no hubiera estado el rey detrás, el golpe no se hubiera producido así. No tenemos pruebas contundentes de ello, pero sí demasiados indicios. Es imposible que alguien con tan pocos apoyos militares como Primo de Rivera haga triunfar un golpe por sí solo, cuando son fenómenos súper complejos, como prueban las sublevaciones de 1932 y 1936. Al estar el rey Alfonso XIII implicado, todo es mucho más sencillo, porque la cúpula militar le debe obediencia.

…La dictadura fue muy popular en los primeros años, con la gente de izquierdas excluida y cuyo sistema hacía muy difícil conseguir diputados a los partidos que no hubieran protagonizado el turnismo anterior. Esta popularidad le abandonaría al dictador por todas las contradicciones que tenía. Renegó de la gran mayoría de los compromisos a los que se había adherido para conseguir el poder.

Unos y otros le abandonaron, sobre todo a partir de 1926, cuando se conforma la oposición política y militar a la propia dictadura. Cae víctima de sus propias contradicciones: ni abandona Marruecos ni respeta la lengua en Catalunya, por poner dos ejemplos. Así perdió todo crédito político ante sus propias mentiras.

Foto. Lugar de la fosa de Villasayas.

-Fosas y más fosas.

Localizadas dos fosas comunes con tres represaliados en Villasayas (Soria).

Los restos pertenecerían a un picapedrero, un maestro y un agricultor.

La asociación soriana Recuerdo y Dignidad ha localizado dos fosas comunes en las cercanías del pueblo de Villasayas, que contenían los restos de tres personas que fueron asesinadas por los fascistas en 1936, durante la Guerra Civil.

De acuerdo con todas las evidencias encontradas, y a la espera de la confirmación de la prueba de ADN, estas dos fosas comunes albergarían a las tres personas que Recuerdo y Dignidad buscaba a petición de sus familias. La primera de las víctimas se llamaba Esteban Ciria Ballesteros, picapedrero procedente de Almazán a quien su hermano vio por última vez mientras le subían a la fuerza a un coche en la Puerta de Herreros de ese municipio el 19 de septiembre de 1936.

Las otras dos víctimas fueron fusiladas juntas y se llamaban Rufino Felipe Gómez Escribano, maestro de Barahona asesinado el 22 de agosto de 1936; y Félix Iglesia Casado, agricultor natural de Barahona y de gran estatura. Félix fue sacado de la cama estando enfermo de neumonía para ser fusilado junto a Rufino y Gregorio Ranz Iglesia, siendo este último desenterrado por su familia la misma noche de su asesinato e inhumado de nuevo en el cementerio civil de Barahona.

El terror, dibujo de Olére.

-Memorias del infierno.

«Quien entraba en aquella comisaría de los curas, junto a la playa de Las Alcaravaneras, era difícil que saliera vivo, los falangistas torturadores destripaban, ahorcaban, colgaban por los ojos, mataban a palos o a latigazos, la sangre salía a la calle y la gente pasaba corriendo para no ver aquello, para no escuchar el griterío y los aullidos de dolor de los detenidos».

Benito Monzón Cabrera

Ramón Bermúdez Santana, subió a la guagua destino Tamaraceite en la zona de El Puerto por la puerta de atrás, antes era permitido, porque quien cobraba era un cobrador con una bolsa de cuero colgada, una tapa de Clipper con una esponja dentro para humedecer los dedos con los que entregar los billetes.

Estos trabajadores de Jardineras Guaguas, tenían la capacidad de mantener el equilibrio con el vehículo en marcha, lo que para otros hubiera sido meterse un leñazo, para ellos era como quien camina por una calle asfaltada, llana, sin baches ni obstáculos.

Cuando le tocó el turno a Juan le dio una moneda de cien pesetas, el hombre que llevaba unas gafas con mucho aumento, culos de botella, se decía antes, le dio el cambio con una sonrisa y un comentario sobre el partido de la UD Las Palmas de la noche anterior:

-Tonono está como un reloj- Le dijo.

-No hay delantero que no tenga que dar con él- afirmó luego, algo eufórico por la victoria del «equipillo» sobre el Pontevedra 5-0.

Ramón, o Moncho «El de Jacomar», como le llamaban, había salido de la cárcel de Barranco Seco solo diez años antes, todavía tenía cicatrices por todo el cuerpo de las torturas desde la noche que se lo llevaron de su casa al campo de concentración de La Isleta, luego al de Gando, un historial de dolor indefinible, viendo como habían asesinado en esos años a más de doscientos compañeros del partido.

Llevaba un agujero sobre el ojo, junto a la ceja, una raja profunda en la frente que jamás se le quitó, eran como marcas eternas, el dibujo atroz del sufrimiento ilimitado.

Esa noche venía de la casa de su hermana Julia, que vivía en la calle Viriato, luego fue a tomarse unos rones en el Parque de Santa Catalina, allí tenía varios amigos que jugaban al ajedrez, en unas mesas que les habían autorizado colocar al aire libre, cerca de la dulcería de «Las Alemanas», las partidas no fallaban, aprendió a jugar con figuras construidas con pan en la prisión, su condena fue de cadena perpetúa en Consejo de Guerra, escapó loco de la pena de muerte, como siempre decía, pero luego se pasó hasta el indulto más de quince años encarcelado, sufriendo todo tipo de calamidades.

El viejo bus se encaminó por la calle Fernando Guanarteme, el chófer era un conocido, un tal Vicente, muy gordo, que tenía fama de ir muy lento, casi a paso de tortuga, de hecho cuando se le veía venir despacito, todo el mundo sabía que tardarían más de lo habitual en llegar a sus casas.

Sentado a la mitad de la guagua vio que el asiento a la derecha del conductor, el que tenía un cartel que decía: «Reservado caballero mutilado», estaba vacío, estaba claro que no era para presos o militares republicanos, esos tenían que sentarse donde pudieran y si nadie averiguaba quienes eran mucho mejor, sobre todo los somatenes que andaban por cada rincón de la ciudad, siempre con el oído puesto para dar chivatazos a la policía.

En la parada a la altura de la calle Almanza vio a un hombre que le faltaba un brazo, iba con un bastón, muy bien vestido, el pelo peinado para atrás con brillantina, chaqueta negra, corbata azul y en el pecho un emblema brillante con el yugo y las flechas, también dos medallas que no logró identificar, una tenía un camello y debajo un escudo militar.

Se fijó bien y le sonó mucho la cara, Ramón agachó la cabeza para que no lo conociera, pero el hombre manco iba más preocupado de no caerse que en mirar para los pasajeros, se sentó con un suspiro, como si le doliera todo el cuerpo, tenía el cuello quemado, una quemadura profunda, de las que no se quitan de por vida.

En un rato el viejo comunista se fue fijando en su rostro cuando ladeaba la cabeza para mirar a las niñas que subían, poco a poco lo fue identificando, observó que a cada momento se limpiaba la boca con un pañuelo que sacaba del bolsillo del traje, se le caía la baba por un lado de los labios, posiblemente por el impacto de alguna granada o el disparo de un tanque, el ex preso político imaginó, pensó, que en cualquiera de los frentes donde los fascistas salieron victoriosos.

De repente vio que miraba para atrás, al culo de una jovencita que se subió en la parada del barrio de Las Torres, junto al cuartel de Infantería de Marina, le vio los ojos, con eso le bastó, era un torturador de los que habían asesinado a varios de sus compañeros en la Comisaría de la calle Luis Antúnez, enseguida le vino el nombre: Domingo Márquez Hernández, de los más asesinos, de los más despiadados cuando maltrataba, recordó que su mayor afición era destripar vivos a los reos con navaja de afeitar, colgar por los ojos con ganchos de pescado a los republicanos detenidos, todo eso antes de partir voluntario hacia el frente de guerra.

Por un momento le dieron ganas de levantarse y reventarle la cabeza de un puñetazo, incluso tuvo el impulso de correr hacia él contra la gravedad del vehículo y estallarlo como una pita, le pasaron tantas cosas por la cabeza, hasta que cuando estaba casi decidido, el nazi tocó el timbre, la guagua paró junto a la plaza de Tamaraceite, donde está la iglesia de San Antonio Abad.

Lo vio bajarse, lento, casi arrastrándose, se le movía todo el cuerpo como si fuera un muñeco roto, pasó cerca de Ramón, que lo miró a los ojos con mucho odio y le lanzó un:

-Hijo de la gran puta asesino-

El falangista apresuró el paso con miedo, no se atrevió a contestarle, luego se paró en el rellano junto a la puerta del autocar y le oyó decir algo así como:

-Voy a dar cuenta tuyo rojo de mierda, conozco tu cara maricón-

Pero el bus salió a toda velocidad, Vicente que se había dado cuenta acelero más que nunca, el humo del tubo de escapé lo asfixió, lo cegó, empezó a toser y esa fue la última visión que tuvo de aquel demonio.

*Relato publicado en el libro de Francisco González Tejera “Señales del alba” (2022).

*Imagen: Dibujo que reproduce cómo se sacaban los cadáveres de las cámaras de gas en Auschwitz; ilustración de David Olére, miembro de un Sonderkommand.

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