Cultura sin Dios:
-Biblioteca de los sin Dios.
Anticlericalismo de quiosco en la II República. El certero puntapié a la clerigalla del periodista Augusto Vivero, fusilado por Franco.
En la prolongada y azarosa historia del anticlericalismo español contemporáneo, la “Biblioteca de los sin Dios” ocupa, sin duda, un lugar de excepción, tanto por su singularidad como por la peripecia vital de su director y autor único: el polémico periodista Augusto Vivero Rodríguez (1879-1939), vitriólica mezcla entre reportero de combate, republicano radical y anticlerical deslenguado, cuya postrera fama de “comecuras” mucho nos tememos que haya acabado instrumentalizándose para ensombrecer más de treinta años de brillante trayectoria de periodismo y librepensamiento.
Hijo de un teniente coronel destacado en Cuba, Augusto Vivero había nacido en la entonces colonia española en 1879, en la ciudad de Santa Clara, donde vivió su infancia y adolescencia para pasar después a La Habana a estudiar Letras.
En 1898, sus estudios quedaron truncados cuando la independencia de la colonia obligó a toda la familia a regresar a España. Apenas veinteañero, se fogueó como periodista en el Heraldo de Murcia para pasar enseguida a integrar redacciones de mayor enjundia como las de El Liberal (1905), El Diario Universal (1905), Nueva España (1905-1911), de la que llegó a ser redactor Jefe, o España Libre (1911-1912), combativo periódico antimonárquico que fundó y dirigió Vivero hasta que fue clausurado por el gobierno, lo que provocó un insólito episodio de solidaridad con el cierre temporal voluntario de toda la prensa republicana como protesta.
Con un buen ganado prestigio, Vivero pasó después por El imparcial, El Mundo o Informaciones, pero lo central de su trayectoria antes del definitivo derrumbe de la Monarquía fue su labor al frente de África Española (1913-1921), singular publicación “africanista” desde la que describió vida y costumbres norteafricanas bajo la égida española, además de cubrir los episodios fundamentales de la Guerra de Marruecos. Sobre este tema Vivero llegó a tener un experimentado y nada dócil criterio, manifestado después en un libro que, sin duda, hubiera merecido mejor suerte editorial: El derrumbamiento. La verdad sobre el desastre del Rif, en el que señalaba sin pelos en la lengua la responsabilidad en Annual tanto de la Monarquía como del entramado castrense nacional.
No es seguro que Vivero se hiciera comunista a finales de los años 20, como sugieren algunas fuentes. Lo que sí es rigurosamente cierto es que se radicaliza su ateísmo, hasta entonces más bien comedido, en línea con el republicanismo histórico. En agosto de 1930 lo encontramos ya entre la nómina de colaboradores de Fray Lazo, subtitulado “semanario anticlerical cortésmente desvergonzado”, y entre cuyos redactores se encontraban también republicanos de siempre como Pedro de Répide o Eduardo Zamacois, anarquistas como Ángel Pestaña, socialistas radicales como José Antonio Balbontín -este sí finalmente comunista- o jóvenes figuras del PSOE como Margarita Nelken o Hildegart. Fray Lazo consiguió poner en la calle nada menos que 46 números entre agosto de 1930 y noviembre de 1932. Para Gonzalo Santonja es la “mejor publicación anticlerical de la época”, y el inicio, con más de cincuenta años, de la radicalización atea de Augusto Vivero. Acaso también de su iracundia. No en vano, en la primavera de 1931, fundó IRA, Izquierda Republicana Anticlerical, efímera pero ruidosa experiencia desde la que denunció el conservadurismo en materia religiosa de algunos políticos republicanos.
También entonces se afilió al recién reconstruido Partido Republicano Democrático Federal, que dirigía Eduardo Barriobero, uno más de la miríada de partidos radicales que se integraron con estruendo en la Alianza de Izquierdas, suerte de coalición compuesta por una serie de grupos parlamentarios muy críticos con la recién nacida República, a la que consideraban tibia y contemporizadora con la tradición y las grandes familias. En las Cortes se les conocía como “los jabalíes”, acaso por sus embestidas verbales. Vivero ayudó notablemente a la propaganda radical de esta Alianza mediante Ediciones Libertad, sita en su propio domicilio (c/ Roma, 41), y desde la que lanzó en 1932 dos colecciones de folletos de notable alcance: “La novela proletaria” en abril, y más adelante, en julio, la colección que nos ocupa: “Biblioteca de los sin Dios”.
De la primera, se lanzaron 26 números, firmados en su mayoría por integrantes de la Alianza como José Antonio Balbontín, Eduardo Barriobero, Ramón Franco, Salvador Sediles, César Falcón, Ángel Samblancat o el propio Vivero. En ellos se criticaba la infiltración de clerigalla y aristocracia entre los cargos republicanos, el falso sindicalismo, la persecución gubernamental de ácratas y radicales o el enchufismo de los socialistas. Para subrayar aún más su radicalización, los cinco primeros títulos aparecieron impresos en tinta roja.
Si hemos de creer la publicidad, las tiradas medias rondaban los 30.000 ejemplares, cifra descomunal y sin duda exagerada, aunque el éxito de la serie debió ser grande, al igual que el de su compañera de aventuras:
“Biblioteca de los sin Dios” que, firmada íntegramente por nuestro hombre, alcanzó los 24 títulos, en un alarde hiperbólico de productividad.
Las habilidades propagandísticas de Vivero quedaron fuera de toda duda con el lanzamiento que precedió a “Biblioteca de los sin Dios”, colección deliberadamente envuelta en la polémica, pues parecía haber nacido para incordiar a los burgueses bien-pensantes, pero también para demostrar cuántos de estos se encontraban ocupando cargos de relevancia en la administración de la II República.
En la publicidad inserta de El cauterio social del 23 de julio de 1932 podía leerse:
¿Creéis en Dios de buena fe, sin fanatismo? Ah, entonces deberíais saber que creéis en una absurda ficción. Para persuadiros de ello habéis de leer las indiscutibles obritas que publica la BIBLIOTECA DE LOS SIN DIOS, que dirige el consecuente anticlerical Augusto Vivero y veréis cosa seria y conveniente.
¿No creéis en Dios? Pues también habéis de leer esos pequeños-grandes [libros] para solazaros con esa instructiva lectura y para reforzar vuestros conocimientos contra esa funesta hipótesis. A toda persona libre del embrutecedor fanatismo le conviene leer la BIBLIOTECA DE LOS SIN DIOS
En la contraportada del número 3 de “La Novela Proletaria” se adelantaba:
BIBLIOTECA DE LOS SIN DIOS Es el límite extremo del anticlericalismo, un alarde de crítica documentada contra la religión, un puntapié certero a la clerigalla. Es la verdad ante la mentira religiosa y, sobre todo, es el colmo de la audacia.
De hecho, sólo la lectura de los títulos de la colección, además del afán polemizador, mostraba esa audacia sin límites de la que Vivero se vanagloriaba, con su explícito afán de mofa y ansia de ridiculizar a lo que entonces -y parece que también ahora- se llamaba “gente de bien”: Jesucristo, mala persona (nº1), Las alegres abuelas de Jesucristo (nº 2), La absurda virginidad de María (nº 3), ¡Eso de las hostias! (nº 4), Origen nefando de los conventos (nº 11), El sacramento vaginal (nº 14), Jesucristo, homosexual (nº 15) o Los apóstoles y sus concubinas (nº 23).
La polémica sin duda convenía al éxito de la serie. Y también las denuncias, pues los cuatro volúmenes finalmente denunciados (números 2, 3, 11 y 15), se anunciaban a bombo y platillo, bajo el marchamo de “denunciados”, con alegre facilidad. Su promotor nunca rebajó el nivel de desafío, ni los redobles polémicos, afirmando en la contra de algunos volúmenes que la Biblioteca de los sin Dios, terror de la beatería y de clericales al servicio de la república, no se puede anunciar en ningún periódico de los llamados republicanos. Los neos compran los ejemplares para destruirlos. Los curas los maldicen desde el púlpito. Las beatas de cruz al cuello los consideran obra de Satanás.
Y si bien es cierto que la serie suscitó antipatías y aún odios en sectores sociales de cierta influencia, que más adelante harían pagar a Vivero su desprejuiciada osadía, la verdad es que, durante toda su existencia, la serie se publicó por lo general sin mayores contratiempos hasta que, finalmente, las presiones de algunas distribuidoras, “con dinero de los conventos”, según la nota a los lectores del número 24 y último, acabaron por dar al traste con la Biblioteca.
Los volúmenes, por lo demás, al margen de los polémicos títulos y de cierta retranca propia de su espíritu irónico, estaban documentadísimos, y con frecuencia se servían a modo de diálogos platónicos en los que una suerte de anónimo interlocutor, trasunto del propio Vivero, ponía negro sobre blanco, las contradicciones del clero y la irracionalidad de las creencias religiosas y sus “rutinas cavernícolas”.
Siguiendo la usanza de las publicaciones ácratas, los folletos de la “Biblioteca”, no se vendían en librerías sino en quioscos, venta directa por correo o mediante paqueteros. Cada volumen, de periodicidad semanal, tenía 16×11 cm, 32 páginas y se vendía a 25 céntimos, excepto el primero, Jesucristo, mala persona, que apareció -con técnica de marketing ‘avantt la lettre’- al precio de lanzamiento de 20 céntimos. Las portadas, en blanco y negro, eran del dibujante Argüello.
Según el propio editor, “raro es el número que no se agota” y “de cada uno de estos se vende un promedio nunca inferior a los 30.000 ejemplares”. Hubiera sido interesante que la trayectoria de Vivero como escritor y como polemista acabara con el regocijante descreimiento de la “Biblioteca de los sin Dios”, pero la vida, con terquedad, hubo de ofrecerle un último episodio glorioso: Vivero fue el primer director del ABC madrileño una vez que este fue incautado por la II República, el 25 de julio de 1936, a poco de empezada la Guerra Civil, convirtiéndose durante el trascurso de esta en “diario republicano de izquierdas”. No obstante, aquello no fue el baldón definitivo de sus méritos durante más de treinta años trabajando en los medios sino acaso su error más clamoroso, pues Vivero, periodista de combate pero de otro tipo, fue incapaz de comprender la propaganda de guerra y continuó “epatando al burgués” con portadas polémicas y haciendo menudear en sus páginas las imágenes de quema de conventos o de milicianos disfrazados de carmelitas con bigote, lo cual, en la escala internacional que enseguida tuvo el conflicto, hizo un flaco favor a la causa republicana de buscar apoyo entre las democracias occidentales.
Vivero fue destituido de manera fulminante tras sólo 19 días al frente del colectivizado periódico monárquico otrora bestia negra de sus más afilados dardos. Y fue precisamente ese magro espacio de tiempo, el de la incautación y dirección de ABC de Madrid, y su al parecer discreta participación en el asalto al Cuartel de la Montaña comandando -¡con casi 60 años!- un inaudito “Batallón Águilas de la Libertad”, la causa principal que acabó alegándose contra él en el juicio sumarísimo al que fue sometido en 1939 por las autoridades franquistas, que lo condenaron a muerte y ejecutaron inmediatamente la sentencia acaso ignorando sus más de treinta años de prensa al servicio de la revolución intelectual.
Artículo en la revista El Otro País, n.º 107, sep-oct 2023.