Libros que hay que leer:
-Milicianas. Mujeres republicanas combatientes.
Ana Martínez Rus.
Introducción:
«Tengo ya mi sable
colgado del cinto,
“mono” azul granate,
botas de campaña,
morrión de combate.
Delante de todos
llevo el estandarte.
Pionera roja,
capitana grande
de la tropa chica,
me han hecho gigante
mis propios hermanos […]».
Pionera de José Antonio Balbontín, 1936
Desde la Guerra Civil hasta la actualidad se ha creado un extendido mito en torno a las milicianas, esas mujeres jóvenes con mono azul y pistolón en la cintura que en el verano del 1936 se echaron a las calles y a los frentes a defender a la República entre un aura de romanticismo y mística revolucionaria. Estas mujeres despertaron gran revuelo en las trincheras por su condición femenina y su actitud desafiante ante unos hombres que las vieron en su mayoría como rivales, objetos de deseo y acoso, o bellezas perturbadoras, y los menos como colegas fraternales. A lo largo de los últimos ochenta años distintos testigos, escritores y cineastas han recordado a estas mujeres como iconos de modernidad y vanguardia de las féminas que rompieron tabúes durante la Segunda República. Desde el cartel de Cristóbal Arteche en 1936, pasando por el poema de Miguel Hernández a Rosario Sánchez Mora, La Dinamitera, en 1937, o las fotos de milicianas de época, hasta las películas Tierra y libertad de Ken Loach en 1995, y Libertarias de Vicente Aranda en 1996, todo tipo de recreaciones han contribuido a construir la imagen de las mujeres combatientes. Pero la mitificación no siempre se corresponde con la realidad.
El objetivo de este trabajo es rescatar la vida y la trayectoria de las milicianas con el mayor rigor. Se trata de analizar el contexto y las circunstancias que las llevaron a empuñar un arma, así como las dificultades a las que tuvieron que enfrentarse en las trincheras hasta que fueron expulsadas de los frentes por presiones de las autoridades militares y políticas a lo largo de 1937. Consideraban que la presencia femenina era un foco de problemas, vinculados a la prostitución y a la propagación de enfermedades venéreas. Pero en realidad este rechazo respondía a otras motivaciones, ya que existían muchas más prostitutas en la retaguardia que en el frente. Y aunque hubo meretrices entre las milicianas, no se puede asociar con semejante actividad a todo el colectivo de mujeres combatientes, del mismo modo que no se acusó a todos los hombres de delincuentes, aunque entre ellos hubo expresidiarios. En una sociedad machista y paternalista, la figura de una mujer combatiente resultaba muy chocante, pues cuestionaba los modelos de feminidad y masculinidad establecidos. Los responsables decidieron que la guerra era asunto de hombres y que el papel de las mujeres estaba en la retaguardia, ocupando los puestos de trabajo que los combatientes habían dejado vacantes, así como en tareas asistenciales para las que se las consideraba más aptas y estaban más acordes con el rol tradicional de la mujer en la sociedad. Este cambio de actitud y de discurso vino provocado por el efecto transgresor que tuvo la aparición de la mujer con fusil en los campos de batalla, demostrando el mismo valor que sus compañeros de armas y reclamando un trato igualitario. La figura de la miliciana surgió al calor de la movilización ciudadana que siguió tras el 18 de julio en un intento de frenar el golpe de Estado con la entrega de armas a la población por parte del Gobierno Giral. En los primeros días de la contienda se hicieron llamamientos indiscriminados para el enrolamiento militar y las mujeres respondieron, aunque en menor número que los hombres, y participaron en innumerables batallas. Pero coincidiendo con la regularización del Ejército republicano fueron abandonando los escenarios de guerra acompañadas de campañas de desprestigio. Pasaron de ser heroínas a ser repudiadas. El traje de miliciano era un mérito para los hombres y un deshonor para las mujeres. Este descrédito sería explotado por los franquistas en los procesos de represión de las mujeres, acusándolas de rojas y pecadoras por haber osado equipararse a los hombres empuñando un fusil.
Además, veremos las peripecias de las milicianas en las trincheras, cómo a muchas solo se las destinó a tareas de limpieza y de cocina, otras compaginaron estas ocupaciones con fines estrictamente militares y algunas se encargaron únicamente de participar en operaciones bélicas. Una minoría de mujeres incluso llegaron a conseguir puestos de mando, como Mika Etchebéhère, Ana Carrillo, Casilda Hernáez, Aurora Arnáiz, Enriqueta Otero o Encarnación Hernández Luna, y prolongaron todo lo que pudieron su presencia militar. De hecho, Hernández Luna y Casilda Hernáez estuvieron luchando prácticamente toda la guerra ya que participaron en la batalla del Ebro, pero fueron una excepción. Numerosas milicianas cayeron en el frente y otras resultaron heridas, momento que los jefes militares aprovecharon para alejarlas de la guerra, dado que tras su recuperación en su gran mayoría eran destinadas a la retaguardia. Todas las fuentes destacaron la valentía y el coraje que desplegaron las mujeres combatientes en las operaciones militares, a pesar de su inexperiencia. Nos aproximaremos a sus relaciones con los compañeros de guerra y a las cuestiones cotidianas que tuvieron que afrontar, como las dificultades para cambiarse durante la menstruación en pleno fragor de la batalla. Para entender mejor las motivaciones que impulsaron a estas mujeres a la guerra, así como las situaciones que vivieron en las trincheras, por estas páginas desfilarán Lina Odena, Rosario Sánchez, Mika Etchebéhère, Fidela Fernández de Velasco, Enriqueta Otero, María Pérez Lacruz, Aurora Arnáiz, Amparo Poch, Julia Manzanal, Casilda Hernáez y Ana Carrillo, entre otras muchas. Todas ellas fueron combatientes desde distintos compromisos ideológicos y con diferente origen social y formación.
Últimamente han proliferado, por varias razones, muchos estudios sobre mujeres republicanas, anónimas y famosas. En buena medida debido al interés por rescatar todo aquello que realizaron las vencidas, tantos años ocultado y despreciado por la dictadura, salvo el interés por su castigo y su persecución. Pero, sobre todo, debido al papel bélico más relevante que tuvieron las republicanas respecto a las franquistas, en relación con los discursos emancipadores e igualitarios que se desarrollaron entre las diversas fuerzas políticas y sindicales que contribuyeron al esfuerzo de guerra de la República.
La Guerra Civil siempre ha suscitado un gran interés y ha generado numerosísimas publicaciones dentro y fuera de España, pero los estudios de género fueron relativamente tardíos. Desde los trabajos pioneros de Mary Nash a finales de los setenta y principios de los ochenta, que culminaron en la obra Rojas: las mujeres republicanas en la Guerra Civil de 1999 o el volumen colectivo Las mujeres y la Guerra Civil española, editado por el Instituto de la Mujer en 1991, se ha avanzado mucho en el tema, aunque todavía quedan muchos aspectos por investigar. Han aparecido estudios de conjunto, biografías, principalmente de mujeres republicanas, estudios locales y diversas cuestiones específicas. En muchos trabajos se utiliza la metodología propia de la historia oral, así como la de la historia local e incluso en muchos casos se combinan ambas perspectivas. Cabe señalar que, en numerosas obras, el marco cronológico de la guerra queda desbordado, bien porque se remontan a la etapa republicana en paz o porque se prolongan en la posguerra, ya que muchas investigaciones sobre el franquismo tienen que comenzar necesariamente durante la contienda bélica, en 1936. Con las biografías lógicamente ocurre lo mismo, pero han prevalecido las de aquellas mujeres que tuvieron una actuación muy relevante en la guerra y cuyas trayectorias posteriores se vieron determinadas por el conflicto. Todas estas contribuciones han permitido hacer visibles a las mujeres en la Guerra Civil, donde su trabajo en los frentes y en las retaguardias resultó decisivo para mantener el esfuerzo bélico durante tres años.
79 páginas y 30 de notas y bibliografía. Fotos, portadas de época.
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