Santiago Marcos, la historia oculta del poeta topo durante 22 años / Porras y pistolas en el forro de los abrigos de las militantes de la Sección Femenina.

Foto. Santiago Marcos.

Memoria histórica imprescindible:

-La historia oculta del poeta topo y sus versos contra los matones franquistas.

Santiago Marcos Marcos permaneció escondido 22 años en una bodega para sobrevivir a las represalias. Claudio Rodríguez Fer, poeta y amigo, recupera su figura y su obra en un libro.

Santiago Marcos escribió durante veintidós años «literalmente sin respiro», escondido en una bodega de un pueblo vallisoletano, donde runruneaba el eco de la represión: sucesos, rumores y necrológicas de vecinos que iban cayendo a manos de los fascistas, un noticiero del martirio que tradujo en versos cada vez más acerados contra los rebeldes y sus matones. Mientras caligrafiaba sus miles de rimas, el poeta topo se imaginaba el rataplán de las botas cercando su madriguera, un vivo menos, aunque él ya estaba muerto en vida.

Cuando vio la luz, ni nombre tenía, hasta el punto de que empezó a firmar sus poemas con el pseudónimo Un campesino del Norte de Castilla, todavía el temor a ser liquidado por algún paisano rencoroso. Atrás quedaba su escondrijo, donde lo sorprendieron tres parejas de la Guardia Civil alertadas por un médico que lo atendió de urgencia cuando se rompió un brazo. Ese era el miedo de los topos del franquismo: bastaba un catarro para que su propia tos los delatase. Y el de sus familiares: ¿qué hacer con el cadáver si fallece en su escondrijo?

Porque Santiago Marcos estaba muerto para la Guardia Civil, cansado ya de buscarlo una vez finalizada la guerra civil, de ahí que lo dejasen marcharse del cuartelillo cuando fue arrestado en 1958, pues no pesaba ninguna acusación en su contra. Huido tras el golpe del 36, había permanecido en su topera más de dos décadas después de refugiarse en el monte, en un pajar y en un silo. Sus hermanos Marcos y Nilo renunciaron a sus vidas personales durante su encierro en la bodega de una alquería de Coto de Solaviña, en el Ayuntamiento de Roales de Campos, para no ponerlo en peligro.

«Durante la guerra, sintoniza todo el tiempo con Radio Infierno, porque le llegan el boca a boca de sus hermanos, que escuchan las barbaridades cometidas por los falangistas, y algunos periódicos, con noticias luctuosas del mismo signo. Mantener viva la esperanza, e incluso la propia existencia, es muy difícil cuando todo a tu alrededor, todo en lo que crees y en lo que tienes puesta tu ilusión, se desmorona. La situación no podía ser más angustiosa, a la que habría que sumar el temor permanente a ser descubierto», explica Claudio Rodríguez Fer.

El escritor lucense ha defendido su memoria mientras vivía y recuperado su figura una vez fallecido. Su padre había sido amigo de la infancia de los hermanos Marcos, aunque la guerra los separó y no retomaron el contacto hasta que Santiago, tras intentar exiliarse en Francia, regresó a su tierra y decidió pasar el resto de sus días alejado del ruido, del bullicio, de la gente. Decepcionado con su destemplada acogida en París, donde no logró que le publicaran su primer libro de poemas, Desde mi escondrijo, optó por un encierro interior en los campos de Castilla.

En 1980, decide que Rodríguez Fer sea su albacea. Poeta como él, ha tomado el testigo de la amistad que había labrado su padre y recibe el encargo de publicar y «salvar del exterminio» su obra, de la que apenas se habían difundido contados poemas en pliegos y hojas volanderas. Sin embargo, Santiago tardaría diecisiete años en morir, a los 93, y antes pudo autoeditar Mi lira canta. ¡Escucha! y La tragedia de las libertades sofocadas. «Nunca tuve amigos mejores que estos heredados ni leí con más cariño poeta alguno que a este topo vate», escribe el ensayista lucense en Santiago Marcos. Poeta topo contra el fascismo.

En la biografía, editada por El Viejo Topo, Claudio Rodríguez Fer describe la vida de Santiago, quien había ejercido como maestro hasta el golpe, y analiza sus poemas, cuya temática varía a lo largo del tiempo. Aunque ya había perfilado su figura en varios artículos y en O muiñeiro misterioso (Tórculo), un libro de recuerdos sobre su padre, ahora no solo profundiza en sus años a la sombra y rescata la relación epistolar que mantuvieron, sino que también homenajea a un símbolo de la resistencia contra el fascismo y, de paso, difunde al fin su «poesía subterránea», perdida en el pozo de la desmemoria.

*Sus primeros poemas están protagonizados por las víctimas y los camaradas.

Santiago Marcos quedó absolutamente impactado por la muerte de personalidades que admiraba y quería. Algunos de ellos, muy amigos suyos, como el alcalde de Roales de Campos, el socialista Secundino Chamorro Rodríguez, y el secretario de la Casa del Pueblo, Gaspar Fernández. Cuando supo que los habían asesinado de una manera bestial, sintió un inmenso dolor por la injusticia radical que suponía liquidar a personas bondadosas y solidarias, solo por razones ideológicas. Para él fue arrasador…

https://www.publico.es/culturas/historia-oculta-poeta-topo-versos-matones-franquistas.html

Foto. Gipuzkoa, 1937, SF reparte comida, con el brazo en alto.

-Porras y pistolas en el forro de los abrigos de las militantes de la Sección Femenina.

Andrea Momoitio. Periodista y escritora.

En octubre de 1933, en un teatro de Madrid, José Antonio Primo de Rivera se dirigió a su público en un evento que puede considerarse la antesala de la fundación de la Falange Española. Aquel día, en aquel teatro, apenas había cinco mujeres, pero acabaron siendo miles las que se vincularon con el movimiento.

La Falange nace con la intención de trascender la idea de partido para convertirse, en palabras de su principal dirigente, en una manera de ser. Aquellos días de aquel 33 las mujeres fueron rechazadas en la Falange y tuvieron que conformarse con afiliarse al Sindicato Español Universitario (SEU). En junio de 1934, el sindicato aprobó la creación de una sección femenina dentro de su estructura. El principal objetivo era las labores de propaganda porque entendían que las mujeres podrían hacerlo con menos riesgo que los hombres. Debían también encargarse de atender las necesidades de los militantes falangistas y recaudar dinero para la causa. Pero las falangistas querían más.

En diciembre de 1934, Primo de Rivera aprobó los primeros estatutos de la Sección Femenina. Debían esforzarse en estimular a «la mujer española en el amor a la Patria, al Estado y a las tradiciones gloriosas»; esmerarse en la propaganda y en el trabajo —tenían que confeccionar bordados y brazales—; y ser, por supuesto, el aliento de los hombres. Organizadas en una estructura jerárquica, la Sección Femenina coordinaría sus objetivos por provincias. Al mando estuvo siempre Pilar Primo de Rivera. Todo se queda en casa. José Antonio Primo de Rivera aceptó la organización de las mujeres y aseguró, en un mitin en Don Benito (Badajoz), que existía una «profunda afinidad» entre las mujeres y el movimiento. Eso sí, no permitiría «usar la galantería» para evitar que «la mujer española» se convierta en «tonta destinataria» de piropos. De feminismo, ni hablar, porque solo busca «sustraerla a su magnífico destino y entregarla a funciones varoniles». Hasta ahí podíamos llegar.

El ambiente era convulso y, pronto, la Sección Femenina tuvo que ampliar sus misiones. El Frente Popular –una coalición electoral de partidos de izquierda– ganó las elecciones en febrero de 1936 y la Falange se esforzó en tensar y tensar la cuerda. Miembros del Sindicato Español Universitario (SEU) trataron de asesinar al político socialista Luis Jiménez de Asúa. Su escolta, Jesús Gisbert, murió en el atentado. El golpe de Estado estaba gestándose. Mientras José Antonio Primo de Rivera era detenido, su hermana organizaba a las mujeres de la Sección Femenina. Estaban preparadas.

En una circular que envió a todas las miembras de la Sección Femenina, las órdenes eran claras. Había que «organizar el socorro de presos, heridos y muertos, ayudando a las familias con un subsidio de 15 pesetas diarias»; «visitar reglamentariamente a los camaradas que estuviesen en cárceles u hospitales», y recaudar fondos para que la organización fuese «autosuficiente y no una carga para el movimiento falangista». No solo eso.

En Crónica de la Sección Femenina y su tiempo, de Luis Suárez Fernández, aseguran que «eran las mujeres quienes se encargaban de introducir —en mítines— porras y pistolas en el forro de los abrigos o en las botas altas que empezaban a ponerse de moda». Además, la Sección Femenina se ocupó de «procurar armas para sus afiliados». En este libro, editado por una asociación vinculada a la Sección Femenina, cuentan cómo, por ejemplo, Marjorie Munden, militante de la organización, aprovechó su condición de «súbdita británica» para comprar armas fuera de España.

Jóvenes militantes de la Sección Femenina organizaron también lo que llamaron «Auxilio Azul», un sector de la ‘Quinta columna’. Carlos Píriz, autor de En zona roja. La quinta columna en la Guerra Civil española, explica que «fueron una serie de organizaciones clandestinas que se generaron en ciudades como Madrid, Barcelona, Almería y Valencia para apoyar al bando sublevado desde zonas que pertenecían fieles a la legalidad republicana». En el Auxilio Azul, además de mujeres de la Sección Femenina, participaron miembras de Acción Católica y Socorro Blanco, asociación dirigida por Rosa Urraca Pastor.

El Auxilio Azul estuvo formado únicamente por mujeres, que se dedicaban a facilitar comida, documentación falsa y a trasladar a embajadas amigas a fachas en apuros. María Paz Unciti era la principal responsable del Auxilio Social –tras ser asesinada tomó el relevo su hermana Caridad–, una organización que también se dedicó a la «falsificación de cartillas de racionamiento», a «la búsqueda de víveres y de ropa», así como a la búsqueda de «domicilios particulares para la celebración de misas, bodas y bautizos» en Madrid. Según un artículo de la revista Muy historia, el «Auxilio Azul fue un entramado asistencial constituido exclusivamente por mujeres que llegó hasta las 6.000, de las que ninguna fue detenida». Presumen, por ejemplo, de haber logrado infiltrar a dos mecanógrafas en el Servicio de Inteligencia Militar (SIM) de la República y en la Cruz Roja para robar alimentos. La dictadura reconoció sus servicios y, a modo de agradecimiento, «les permitió pedir puestos de trabajo en el sector público, entre otros privilegios».

Esta España vuestra, ay, ay.

https://www.lavozdelarepublica.es/2024/01/porras-y-pistolas-en-el-forro-de-los.html

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