Artículos desde prisión
-Manuel Pérez Martínez “Arenas”
Prisión de Aranjuez, Abril 2024.
Publicado en la revista El Otro País n.º 110, Mayo-junio 2024.
La vigencia del leninismo
Si afirmamos que Lenin vive, que está con nosotros, los comunistas, es para subrayar que no hemos necesitado esperar a que transcurrieran cien años para defender su obra y darla a conocer a los obreros. Con esto no quiero decir que no debamos aprovechar la conmemoración de su fallecimiento, acaecido el 22 de enero de 1924, para honrar su memoria.
Hablar hoy del leninismo nos obliga a plantear desde el comienzo la cuestión de su vigencia, dado que, como es sabido, abundan los detractores revisionistas y otros “críticos” que lo niegan y nos acusan a nosotros, por defenderlo y tratar de aplicarlo, de “izquierdismo y dogmatismo”.
Es imposible resumir en el espacio de un artículo las ideas y principios leninistas, pero sí podemos aproximarnos a comprender su profundo significado histórico, teórico y práctico remontándonos al momento en el que Lenin, junto a los demás comunistas rusos (entonces llamados socialdemócratas) comenzaron la lucha por la construcción del Partido.
Llevar a cabo esta labor en las condiciones de atraso de Rusia, en la que, además, dominaba el régimen autocrático zarista, no resultaba nada fácil, como se puede comprender. Sin embargo, lo primero que tuvieron que hacer Lenin y sus camaradas para poder desarrollar sus tareas, fue enfrentar la tendencia oportunista que pugnaba por sentar plaza dentro del Movimiento Obrero y abrirse paso en Rusia (tal como ya lo había hecho en Alemania, Francia, etc.) enarbolando la bandera de “la libertad de crítica” enfilada contra el marxismo. Esto les hizo merecedores del título, nada honroso, de revisionistas.
Sobre esta tendencia Lenin escribió en 1902, en su obra ¿Qué hacer?:
“En qué consiste la ‘nueva’ tendencia que asume una actitud ‘crítica’ frente al marxismo ‘viejo’, ‘dogmático’, lo ha dicho Bernstein y lo ha mostrado Millerand con suficiente claridad.
La socialdemocracia debe transformarse, de partido de la revolución social, en partido democrático de reformas sociales. Bernstein ha apoyado esta reivindicación política con toda una batería de ‘nuevos’ argumentos y consideraciones bastante armónicamente concordados. Ha sido negada la posibilidad de fundamentar científicamente el socialismo y de demostrar, desde el punto de vista de la concepción materialista de la historia, su necesidad e inevitabilidad; ha sido negado el hecho de la miseria creciente, de la proletarización y de la exacerbación de las contradicciones capitalistas; ha sido declarado inconsistente el concepto mismo del ‘objetivo final’ y rechazada en absoluto la idea de la dictadura del proletariado; ha sido negada la oposición de principio entre el liberalismo y el socialismo; ha sido negada la teoría de la lucha de clases, pretendiendo que no es aplicable a la sociedad estrictamente democrática, gobernada conforme a la voluntad de la mayoría, etc.”.
Esta “crítica” contra el marxismo, como explica Lenin a continuación, fue algo que se venía realizando desde hacía mucho tiempo, “desde la tribuna política, desde las cátedras universitarias, en numerosos folletos y en una serie de tratados científicos; como toda una generación de las clases ilustradas ha sido educada sistemáticamente, durante decenios a base de esta crítica, no es de extrañar –prosigue Lenin– que la ‘nueva’ tendencia ‘crítica’ en el seno de la socialdemocracia haya surgido de golpe, completamente acabada, como Minerva de la cabeza de Júpiter”.
A pesar del tiempo transcurrido y las numerosas experiencias acumuladas por el movimiento obrero y comunista internacional, esa “crítica” socialdemócrata al “viejo” marxismo sigue estando de actualidad, a lo que hay que añadir la “crítica” del revisionismo moderno al leninismo. Una crítica, apenas si hace falta decirlo, que lleva la marca indeleble del berstenianismo. O sea, que no difiere en nada esencial respecto de las ideas y planteamientos políticos que defendía el “viejo” revisionismo que Lenin resumió en el pasaje de la obra que he citado.
En su trabajo práctico y teórico, Lenin siempre se basó en los principios y la doctrina elaborados por Marx y Engels en el siglo XIX. A esta doctrina Lenin aportó nuevas ideas y principios, correspondientes a la nueva fase del desarrollo del capitalismo (la fase monopolista o imperialista); ideas y principios revolucionarios que tienen un valor universal. Es decir, que son aplicables, no solo a las condiciones de Rusia, sino también a todos los países.
Lenin no se limitó a aplicar la “letra” del marxismo. Siempre adoptó su punto de vista y su posición de clase; y en numerosas ocasiones insistió en la necesidad de la elaboración teórica como parte fundamental de la tarea general de construcción del Partido. De ahí que defendiera la idea según la cual, “sin teoría revolucionaria no puede haber tampoco movimiento revolucionario” (1).
En la polémica y lucha ideológica contra los “economistas” (seguidores del movimiento espontáneo de la lucha económica de los obreros), Lenin defendía el principio, formulado por Engels, que llama al proletariado revolucionario a mantener la lucha en los frentes económico, político e ideológico.
Lenin puso al descubierto que las contradicciones entre el trabajo y el capital, entre los distintos grupos monopolistas, entre diferentes potencias imperialistas y entre las metrópolis y las colonias, exacerbadas por la expansión imperialista y las propias leyes del desarrollo de la economía, convertían al sistema capitalista en “capitalismo agonizante”.
Nuestro Partido, el PCE(r), ha tratado sobre estas cuestiones en múltiples ocasiones en las últimas décadas. Y claro está, no vamos a dejar de hacerlo. No obstante, lo que últimamente llama más mi atención, es lo que parece ser una “nueva” moda que niega la vigencia del leninismo en toda una serie de cuestiones fundamentales o de principios, contraponiéndole la teoría de la “mundialización neoliberal”. Esta “nueva” tendencia predica el advenimiento de una nueva etapa de desarrollo del capitalismo en la que, supuestamente, desaparecerían las contradicciones y los enfrentamientos entre los grupos monopolistas, se suprimirían las crisis económicas de superproducción, se formaría un gobierno mundial bajo la hegemonía indiscutida de los EEUU y… “tuti cuanti”.
Y qué duda cabe que, en todo el largo periodo transcurrido desde que Lenin escribió sobre el imperialismo, se han producido numerosos cambios económicos, tecnológicos, sociales y políticos importantes. Sin embargo, ninguno de estos cambios ha transformado la naturaleza de clase del capitalismo, no han modificado su estructura económico-social ni las leyes que rigen su funcionamiento; que son, precisamente, lo que estudia el marxismo-leninismo y en base a lo cual, establece la estrategia y la táctica de la lucha revolucionaria del proletariado.
Esa “nueva” teoría que se está poniendo de moda (tal como hemos demostrado en varios artículos y documentos de nuestro Partido), tiene su origen en la teoría sobre el “ultraimperialismo” que elaboró C. Kaustky, la cual fue cabalmente refutada, demolida, en todos sus puntos por Lenin en su obra El imperialismo, fase superior del capitalismo.
Pero ahora resulta que, como he señalado, parece que hemos entrado en una “nueva fase” de desarrollo del capitalismo caracterizada por el hegemón yanqui. De manera que se deberá considerar -como proponen algunos- que, si bien Lenin pudo tener razón en su “momento”, en el fondo de su alma rusa (un tanto santurrona) se había dejado llevar por las “emociones” que le causaron las masacres de la guerra imperialista y perdió de vista la perspectiva histórica. Así que no pudo alcanzar a ver en toda su profundidad algunos de los factores económicos y sociales que ayudarían al capitalismo a salir de su crisis terminal y a entrar en una “nueva fase” de expansión económica, o de “honda larga”.
No dispongo de tiempo ni del espacio necesario para rebatir en toda su extensión y detalle esas consideraciones “críticas” sobre la obra de Lenin, ni la nueva forma en que es presentada, amparándose en su sombra, la vieja teoría revisionista sobre el “ultraimperialismo”. Lo que más interesa destacar ahora es que, como he señalado, dicha “nueva” teoría fue refutada por Lenin de forma científica en la obra mencionada, uno de cuyos principales propósitos consistió en tirar por tierra todas las falacias y los planteamientos políticos oportunistas de Kaustky.
Lenin analizó el desarrollo del capitalismo, desde el comienzo hasta su etapa final. Es decir, hasta que comenzó su decadencia en todo el mundo y se inició la nueva era de la revolución proletaria. En su estudio y análisis, Lenin se basó, como es sabido, en la obra económica de Marx (El capital) así como en los datos empíricos y las estadísticas contenidos en las obras de numerosos economistas burgueses y socialistas (como las de Hobson e Hilferding) que trataban sobre las mismas cuestiones relacionadas con el imperialismo. De modo que podemos asegurar, con absoluta certeza, que el análisis que hizo Lenin del imperialismo va mucho más allá del “momento” y de la “emoción” que pudo provocarle la gran matanza de la I Guerra Mundial imperialista.
Al parecer, todo el empeño de los “críticos” de Lenin está puesto en no dejar ver el interés que éste puso en demostrar que las guerras imperialistas (como la que actualmente están llevando a cabo los otanistas en Ucrania contra Rusia y la que están preparando para agredir también a China), son uno de los rasgos del imperialismo, resultado o consecuencia del desarrollo monopolista financiero del capitalismo.
Tampoco parecen haber tenido en cuenta esos mismos “críticos” de Lenin el “gran poder” que han alcanzado y la influencia que hoy ejercen sobre las masas los aparatos de propaganda imperialistas, la fascistización creciente de las formas de poder de la burguesía monopolista, así como la labor de zapa y confusión que vienen realizando los lacayos revisionistas para desviar las energías de las masas por el camino del parlamentarismo y la conciliación. Con todo lo cual la burguesía consigue “contener” el avance revolucionario, retrasar la revolución socialista e incluso hacerla retroceder durante un tiempo.
Los partidarios de la teoría del “ultraimperialismo” han olvidado también, o no han tenido en cuenta, que Lenin no hablaba en vano cuando decía que el imperialismo abarca “toda una época histórica” caracterizada por las crisis económicas, sociales y políticas casi permanentes y por revoluciones (con sus avances y retrocesos) que habrán de llevar al capitalismo al borde del abismo.
“Los monopolios, la oligarquía, la tendencia a la dominación en vez de la tendencia a la libertad, la explotación cada vez mayor de naciones pequeñas o muy débiles por un puñado de naciones riquísimas o muy fuertes, todo esto ha originado los rasgos distintivos del imperialismo que obligan a calificarlo de capitalismo parasitario o en estado de descomposición” (2).
Esta continúa siendo, a todas luces, la realidad del mundo actual; una realidad que ninguna persona seria mínimamente informada podrá negar. Lo que no se puede hacer en ninguna circunstancia, es fijar una “fecha”, un “plazo fijo” para el “derrumbamiento” del imperialismo o para la “batalla final”. Sobre este particular Lenin fue muy claro en su discurso pronunciado en el II Congreso de la Internacional Comunista, celebrado en agosto de 1920:
“Llegamos ahora a la cuestión de la crisis revolucionaria como base de nuestra actuación revolucionaria. Aquí es necesario, ante todo, hacer notar dos errores muy extendidos. De una parte, los economistas burgueses presentan esta crisis como una simple ‘inquietud’, según la elegante expresión de los ingleses. Por otra parte, los revolucionarios tratan a veces de demostrar que la crisis no tiene ninguna salida. Esto es un error. No existen situaciones sin salida. La burguesía se comporta como una fiera envalentonada y que ha perdido la cabeza; comete una tontería tras otra, agravando la situación, acelerando su perdición. Todo esto es cierto. Pero no puede ‘probarse’ que esté descartada en absoluto la posibilidad de que adormezca a una cierta minoría de explotados, mediante algunas concesiones de poca monta; de que reprima tal o cual movimiento o insurrección de tal o cual parte de los oprimidos y explotados. Intentar ‘probar’ por adelantado la falta absoluta de salida, sería una mera pedantería o un juego de conceptos y de palabras. La verdadera ‘prueba’, en esta y en otras ocasiones semejantes, puede ser solo la práctica. El régimen burgués atraviesa en el mundo entero la más grande crisis revolucionaria. Los partidos revolucionarios deben ‘probar’ ahora con su trabajo práctico que poseen suficiente conciencia, organización, vínculos con las masas explotadas, decisión y capacidad para aprovechar esta crisis para una revolución triunfante, victoriosa” (3.)
* * *
A continuación, haré un resumen (muy resumido) del leninismo, en base a las notas que he tomado del manual Temas de formación marxista-leninista (4) que elaboramos, allá en 1982, en la prisión de Herrera de la Mancha los presos políticos del PCE(r) y de los GRAPO que formamos en la cárcel la Comuna Carlos Marx.
En el periodo de la exacerbación de la lucha de clases, de la movilización revolucionaria del proletariado para llevar a cabo la revolución socialista, los viejos partidos de la II Internacional, educados en el parlamentarismo y en el espíritu de conciliación de clases, solo servían para llevar al proletariado a la derrota. Por eso era necesario un partido de nuevo tipo que condujera a la clase obrera a la lucha por el poder del Estado.
Este partido, como dirigente de la vanguardia de la clase obrera ha de incorporar a sus filas a los elementos más conscientes, mejores y más combativos de su clase y estar dotado de una teoría de vanguardia.
Como jefe político de la clase obrera, el Partido debe recoger las experiencias de las luchas revolucionarias y devolvérselas elaboradas a un nivel superior. Pero el Partido no se arrastra a la zaga del movimiento espontáneo, sino que eleva a las masas hasta la profunda comprensión de sus verdaderos intereses de clase.
Lenin defendía la construcción de un partido monolítico, combativo y férreamente disciplinado, sin fracciones en su seno que lo debiliten frente a la burguesía y su Estado. Para eso todos los miembros del Partido aceptarán su programa y línea política, ayudarán a su mantenimiento económico y estarán encuadrados en una de sus organizaciones.
El funcionamiento del Partido ha de estar basado en la aplicación del principio del centralismo democrático. Esto significa que en el Partido solo existe un centro dirigente: su Comité Central (elegido democráticamente en el último congreso del Partido), al que se someten todos los militantes y las organizaciones que lo componen. En el Partido, todos los militantes tienen los mismos derechos y obligaciones, pueden elegir y ser elegidos para los órganos de dirección y están obligados a cumplir los acuerdos adoptados por mayoría.
La disciplina que ha de distinguir al Partido, es una disciplina férrea porque es consciente, y está basada en la subordinación de la minoría a la mayoría, los órganos inferiores a los superiores, en la libertad de crítica y en la unidad de acción.
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En la obra de Lenin destaca el desarrollo de la teoría de Marx y Engels sobre la táctica revolucionaria y la dictadura del proletariado.
Lenin estableció una concepción diferente sobre la táctica a seguir en la revolución democrático-burguesa, demostrando en la práctica que, en la época del imperialismo, el proletariado puede ser y debe ser el dirigente de la revolución democrática y no dejar este papel en manos de la burguesía, como había sucedido hasta entonces.
Esto permitía al proletariado, una vez conseguidos los objetivos democráticos, pasar sin interrupción a la lucha por la revolución socialista. A tal fin debía atraer a su lado a las masas de los semiproletarios para aplastar la resistencia de la gran burguesía, a la vez que neutralizaba las vacilaciones de los campesinos y la pequeña burguesía.
El problema del Estado también cobraba mucha importancia debido a que los revisionistas lo veían como órgano de conciliación de clase, y porque el ascenso de la revolución proletaria lo ponía en el orden del día.
Lenin, desarrollando el marxismo, indicó que “el Estado es producto del carácter inconciliable de las contradicciones de clase”; que, “el Estado surge en el lugar, en el momento y en la medida en que las contradicciones de clase no pueden objetivamente conciliarse”, debido al antagonismo de sus distintos intereses. El Estado es el instrumento que utiliza la clase dominante para mantener explotados y sometidos a los trabajadores.
El proletariado revolucionario debe destruir la máquina burocrático-militar burguesa y construir su propio Estado. La clase obrera no está interesada en el mantenimiento “eterno” de su Estado, pues comprende la inevitabilidad histórica de su “extinción”. Como dice Engels, “Cuando el Estado se convierta finalmente en el representante efectivo de toda la sociedad, será por sí mismo superfluo”.
Pero hasta que llegue ese momento, el Estado de la dictadura del proletariado seguirá siendo necesario en el proceso de la transición del capitalismo al comunismo, para acabar de vencer a la burguesía, defender el país de las agresiones imperialistas y construir el socialismo. Tal como explicaba Lenin, “la dictadura del proletariado es la guerra más abnegada y más implacable de la nueva clase contra un enemigo más poderoso, contra la burguesía, cuya resistencia se ve duplicada con su derrocamiento” (5).
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El leninismo se desarrolló plenamente cuando las contradicciones del capitalismo habían llegado a un grado extremo. Lenin mostró cuáles eran esas contradicciones y como el capitalismo las lleva a su máxima profundización al alcanzar la última fase de su desarrollo: la fase monopolista o imperialista.
Los monopolios surgen como resultado del crecimiento gigantesco y la concentración de la gran industria. A la par que la concentración de la producción y la formación de los monopolios, se produce la concentración bancaria y la aparición del capital financiero, producto de la fusión del capital industrial y el capital bancario.
De este modo se han fundido, en uno solo, el tradicional capital monetario y comercial, que antiguamente controlaban los banqueros, y el capital industrial, que controlaban los patronos. De esta fusión nace el capital financiero, que se halla en manos de unos cuantos grandes consorcios bancarios monopolistas, los cuales son dominados a su vez por un nuevo y reducido grupo social: la oligarquía financiera. Este grupo es el que domina realmente la vida económica, social y política del país e impone siempre su voluntad, de acuerdo con sus exclusivos intereses, a través de los partidos políticos y del Estado puestos a su servicio.
La exportación de capitales es otra de las características fundamentales del monopolismo. La necesidad de exportar capital se crea en los países capitalistas más desarrollados debido a que la oligarquía financiera, después de concentrar en sus manos enormes recursos materiales y monetarios, encuentra limitadas las posibilidades de inversión en el interior del país, de manera que las inversiones garanticen altas ganancias. Así se forma un relativo “excedente” de capital que se desplaza a las zonas donde la cuota de ganancia es superior a la del país dado. Es de este modo como los países atrasados han sido incorporados a la circulación del capital mundial.
De esta necesidad que tienen los monopolios de nuevos mercados para sus mercancías y para la inversión de capitales, surgió la lucha entre las grandes potencias imperialistas por el reparto territorial del mundo. Sin embargo, estas luchas y las guerras imperialistas de rapiña, no han impedido que continuaran agravándose todas sus contradicciones, y de manera particular, la contradicción fundamental del sistema capitalista que enfrenta el desarrollo de las fuerzas productivas sociales con la apropiación privada.
Bajo el monopolismo, el proceso de acumulación y concentración económica ha llegado a su máximo nivel, estableciéndose la socialización del proceso productivo. Esto supone la preparación material más completa para la realización del socialismo. Sin embargo, la permanencia de la propiedad privada sobre los medios de producción y la apropiación privada del producto social, supone una traba que impide el avance de la sociedad, por lo que ésta se ve obligada a eliminarla so pena de perecer. De ahí que, llegada esta fase, la contradicción que enfrenta a unos pocos con la inmensa mayoría se agrava, estallando las luchas y las crisis revolucionarias.
Notas:
- 1.- Lenin: ¿Qué hacer?
- 2.- Lenin: El imperialismo, fase superior del capitalismo
- 3.- Lenin: Obras completas. Tomo XXV
- 4.- Temas de formación marxista-leninista. Editado en 1989 por Contracanto y en 2015 por Templando el acero.
- 5.- Lenin: El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo.
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