La otra historia:
-Teoría de la Evolución. Además de Darwin, antes y durante, hubo precursores de dicha visión científica que cambió el mundo.
Precursores:
*1758. Carlos Linneo establece las bases de clasificación moderna de los seres vivos, a partir de sus semejanzas, y de forma jerárquica. Crea la forma actual de denominar a las especies.
*1799-1804. Viaje de Alexander von Humbolt por Sudamérica. Escritos en torno a ello.
*1809 Jean-Baptiste Lamarck propone la primera teoría sobre la evolución biológica, basada en la transmisión de los caracteres adquiridos por el uso o desuso.
*1817-1850 George Cuvier, Étienne Geoftroy de Saint-Hilaire y Richard Owen logran grandes avances en la Anatomía y la morfología zoológica y establecieron los diseños básicos de los animales.
-Alfred Rusell Wallace, el otro padre de la Teoría de la Evolución.
Alfred Rusell Wallace fue uno de los naturalistas victorianos mejor conocidos de la época. Su empeño por entender el mundo en el que vivía le llevó a plantear ideas pioneras en campos diversos como la biología, la biogeografía o la reforma social. Se ganó el respeto de la élite científica y recibió los más altos reconocimientos en vida.
Y a pesar de la importancia de su legado, el nombre de Alfred Russel Wallace (1823-1913) cayó en el olvido.
Pero ¿quién era Wallace? ¿Por qué no aparece su nombre junto al de Darwin como codescubridor de la teoría de la selección natural?
Octavo de nueve hermanos, Wallace nació en País de Gales, el 8 de enero de 1823. Las estrecheces económicas familiares le obligaron a dejar la escuela a los 14 años para ir a vivir con su hermano mayor, William, quien le enseñó el oficio de agrimensor. Aprendió topografía, geometría, diseño de edificios y otras materias que le resultarían muy valiosas en sus expediciones futuras. Y descubrió su interés por la botánica. “Dudo si he tenido una especial aptitud para la biología, pero tengo un amor natural por la clasificación y un deseo inherente de explicar cosas..”, declaraba Wallace a la revista Popular Science Monthly en 1903.
Ejerció el oficio durante doce años, excepto por un breve periodo en el que trabajó de maestro en un colegio de Leicester. Allí conoció al entomólogo Henry W. Bates, quien le transmitió su fascinación por los insectos y le acompañó en su primera expedición.
Tras leer Vestiges of Natural History of Creation (vestigios de la historia natural de la creación), Wallace pensó que la idea de la evolución biológica allí expuesta merecía ser investigada, así que enroló a Bates en la aventura y ambos veinteañeros partieron hacia el Amazonas en 1848. “Era como proponer una misión a la Luna”, cuenta el doctor George Beccaloni, comisario en el Museo de Historia Natural de Londres y director de los proyectos digitales Wallace Correspondence y Wallace 100.
Era un ambicioso viaje a territorios desconocidos sin un respaldo institucional como el que había prestado la corona británica a la expedición del Beagle, el barco que llevó a Darwin como asesor naturalista. Pasado un año y medio, Bates y Wallace se separaron y este decidió ascender el más caudaloso de los afluentes amazónicos, el río Negro, y crear el primer mapa detallado del río.
Exhausto y enfermo, cuatro años después del comienzo de la aventura decidió volver a casa. Sin embargo, el barco en el que viajaba se incendió en alta mar. Wallace se salvó, pero el trabajo de sus últimos dos años, colecciones de especímenes, notas y dibujos, se perdió para siempre. Esta tragedia habría disuadido a muchos de repetir la experiencia, pero no a Wallace, quien, dos años más tarde y sin ejemplares para avanzar en su investigación, puso rumbo al archipiélago malayo, hoy Singapur, Indonesia y Malasia.
El relato de ese periplo, efectuado entre 1854 y 1862, está recogido en Viaje al archipiélago malayo, que Wallace publicó en 1869, tras volver a Inglaterra, uno de los mejores libros de viajes de la época victoriana, que incluso inspiró a Joseph Conrad al escribir Lord Jim.
Wallace seguía un estricto plan de trabajo coleccionando y estudiando ejemplares locales. Aprendió malayo y se involucró con los lugareños. Sólo la enfermedad o las inclemencias del tiempo le detenían. Y fue precisamente durante una temporada de lluvias en Borneo cuando Wallace escribió en un artículo que todas las especies están relacionadas y son “el resultado de un proceso natural de extinción y creación gradual”, que si bien no podía explicar todavía, no guardaba relación con Dios como se creía entonces. “Todo el manuscrito es un argumento lógico para intentar convencer a la élite científica de que la evolución era una realidad y debía ser valorada seriamente”, comenta Beccaloni.
Por entonces, Charles Darwin llevaba 17 años trabajando en secreto en la teoría de la selección natural. El prestigioso geólogo Charles Lyell, uno de los pocos científicos a quienes Darwin se había confesado, le recomendó publicar su teoría antes de que alguien se le adelantara.
Lo cierto es que en 1855, y en pleno ataque de malaria, Wallace descubrió el mecanismo de selección natural inspirado en la teoría de Malthus sobre el crecimiento limitado de la población. Los organismos que mejor se adaptan al medio -pensó- tienen mayor probabilidad de sobrevivir y reproducirse. En 1858, redactó un texto: Sobre la tendencia de las variedades a apartarse indefinidamente del tipo original, y se lo envió a Darwin con la esperanza de que este se lo pasara a Lyell para su valoración.
Al recibir la carta, Darwin quedó horrorizado. Wallace, sin una reputación como científico que proteger, había sido mucho menos cauto en la difusión de sus ideas. “Los motivos que inhibían a Darwin estimulaban a Wallace”, explica Ted Benton, profesor de Sociología en la Universidad de Essex y autor del libro Alfred Russel Wallace: Explorer, evolucionist, Public Intellectual. A Thinker for Our Own Times?. Además, “las críticas no le perturbaron nunca lo más mínimo”, aclara Benton.
Darwin consultó a Lyell y al botanista Joseph Hooker, quienes decidieron presentar ambas versiones de la teoría, junto con otros documentos de Darwin, en la prestigiosa Sociedad Linneana en 1858. George Beccaloni cree que “es un caso sin precedentes en la historia de la ciencia. No sólo publicaron el artículo de Wallace sin su permiso sino que además dieron prioridad al nombre y el trabajo de Darwin para que este no saliera perdiendo. Tuvieron suerte de que Wallace se alegrara de la publicación”, aunque no tuvo oportunidad de corregir el documento de antemano.
Un año después, Darwin publicaba El origen de las especies, una versión condensada y más asequible del extenso original planeado. Wallace, todavía en Indonesia, hizo otro importante descubrimiento: halló el límite zoológico entre los continentes de Asía y Oceanía, la denominada línea de Wallace. Cuando finalmente regresó a Inglaterra en 1862, había recogido más de 125.000 especímenes entre los que había más de 5.000 nuevas especies para la ciencia.
Se casó y tuvo tres hijos. Desarrolló radicales ideas políticas, de convicciones socialistas, a favor de la nacionalización de la tierra, la ilegalización de los desahucios o el apoyo a los derechos de las mujeres, que dañaron su prestigio en una sociedad tan conservadora.
El profesor Benton considera que su contribución social y política no ha sido reconocida todavía. “Sus ideas son hoy un estímulo para buscar las alternativas de organización social sostenibles y justas que son tan necesarias”.
La obra de Wallace es dilatada, más de mil artículos y 22 libros. Entre ellos, La distribución geográfica de los animales (1876) le erige como el padre de la biogeografía. Un logro que Benton sitúa a la altura del descubrimiento de la selección natural, porque “su planteamiento es esencial para la conservación de la biodiversidad hoy en día”.
Wallace y Darwin mantuvieron una amistad y respeto mutuo de por vida. A finales del siglo XIX la teoría de la evolución fue duramente criticada y tuvo que esperar hasta los años treinta del siglo XX para ser aceptada. Cuando se buscó el origen de la ideas todas las pistas apuntaban a Darwin y su famosa obra. Incluso Wallace había escrito un libro titulado Darwinismo. Su modestia le jugó una mala pasada. “Pero sospecho -añade Benton- que a Wallace esto no le habría importado demasiado, Su única ambición era que sus ideas sobrevivieran y contribuyeran al avance de la ciencia”. Como su legado demuestra, cumplió su objetivo con creces.
*Magazine, 22 diciembre 2013
*Revolución, Darwin y Wallace. Museo de Ciencias Naturales de Álava, folleto.