Memoria histórica imprescindible:
-Asesinatos en Canarias, falangistas impunes
“(…) Desde que lo metieron en la cubierta sintió bajo sus pies descalzos un líquido rojo y pegajoso, que no era más que la sangre de los cinco muchachos que tenían maniatados de pies y manos en el suelo sucio de la proa.
Identificó a tres que eran vecinos también del municipio de Arona, uno muy alto y fuerte del equipo de lucha canaria, el resto, casi chiquillos, tenían uniforme militar y los habían traído esa misma noche de Santa Cruz en el mismo auto.
Los chicos estaban muy tocados por la tortura de varios días y noches, uno con acento de Las Palmas con la mandíbula rota pedía llorando que por favor lo mataran ya. Zerolo le contestó encendiendo un habano con la fina elegancia de la gente rica que lo caracterizaba, el impecable, limpio, bien planchado, uniforme de jefe de Falange:
-Tranquilo maricona, deshonra del ejército, ahora te refrescamos en la marea-
Como a cinco kilómetros de la costa en un mar en calma donde todavía se reflejaban las estrellas y se escuchaba el chillido de algún delfín juguetón los metieron en los sacos utilizados para los racimos de plátanos, en posición fetal sintieron como introducían grandes piedras, cerrándolos desde el exterior con fuertes sogas de pitera…”
Fragmento del relato, “Embriagado cuerpo marino”, incluido en el libro de Francisco González Tejera, “Señales del alba” (2022).
-Los falangistas canarios de orgía de sangre
“(…) El viejo tendero y su mujer no daban abasto friendo carne y sirviendo bebidas, ya no tenía papel para apuntar lo que se habían gastado, sabía que no le pagarían todo lo que estaban consumiendo, pero cualquiera se atrevía a decirles algo, a pedirles cuentas a unos tipos con pistola al cinto, con la siniestra fama de asesinos que tenían desde que estalló el golpe fascista del 36.
Allí había muchas caras conocidas, niños ricos de Tafira Alta, de Telde, de Las Palmas, de Ciudad Jardín, de Santa Brígida, estaba hasta el hijo de la Marquesa y un sobrino del Conde que fue piloto en la guerra, muchos de los que organizaron las cientos de sacas por toda la isla, los que tiraban a los hombres a los pozos, a los agujeros volcánicos, a La Marfea, veteranos de la muerte y la tortura, novios de la sangre que gritaban y escupían cuando hablaban.
Fue cuando Norita y Lucía Ventura, las hermanas de Las Meleguinas, llegaron en la guagua que subía por La Calzada, las muchachas eran gemelas, no pasaban de los veinte años, las dos costureras en la tienda de Fefita Rocha en La Almatriche, allí las esperaba Damián Robaina, que era novio de Lucía, la idea era pasar un ratito bailando y luego dormir en la casa de su abuela en La Atalaya.
Al verlas varios de los falangistas comenzaron a lanzarles piropos picantes, más bien insultos sexuales, sabían que su hermano Suso, el que fue luchador del Adargoma, era uno de los comunistas asesinados la segunda semana de noviembre del 37…”
Fragmento de, “La verbena de Falange”, en el mismo libro.
-El chalet en los Picos de Europa que regalaron a Alfonso XIII y acabó como refugio del maquis.
El Chalet Real es una construcción en mitad de los Picos de Europa, a 1.600 metros de altitud. Emblema de la Real Compañía Asturiana de Zinc, sus paredes esconden historias de negocios, reyes y guerrilleros antifascistas.
…Sucedió en 1912. Al buen rey Alfonso XIII le han regalado algunos cotos de caza por la zona de Áliva, allá donde las minas. Fueron los propios municipios, que buscaban granjearse favor regio con obsequiares y reverencias (Santander estaba a punto de ponerle lacito a un palacio para el Borbón, no les digo más). Y eso, que tenía allí coto Alfonso, muy cerca de explotaciones, y a don Louis Hauzeur (hijo de aquel Jules que nombra calles) se le ocurre que, oye, estaría chulo ponerle al coronado un sitio donde pernoctar. Ya saben… las monterías son perfectas para hacer negocios. Así que encargan chalecito prefabricado, aire alpino, que viene, pieza a pieza, desde las islas británicas. Evidentemente introducen mejoras, dice Caroline Lamarche, porque todo es poco para un rey. Evidentemente aparece el zinc como elemento de construcción/ornamento, porque es lo que nos ha hecho ricos.
Evidentemente, y pese a estar aisladísimos a más de 1.600 metros de altitud, aquello tiene todas las comodidades, desde electricidad a calefacción o agua corriente. Hay, incluso, unos postes de telégrafos (nueve kilómetros montaña arriba), no vaya a desencadenarse revolución alguna con el monarca solazando… Aquel edificio estaba (está) en el paraje de Río Salado, al mismo pie de Peña Vieja. Entraban allí dieciocho camas, que son pocas para nobles y servidumbre, pero es que éstos últimos tiraban de tienducas en prado, que es muy blando… Es el Chalet Real.
Aquello lo inauguró el egregio Alfonso con cacería entre el tres y el siete de septiembre, año 1912. Y le fue bien al mozuco Borbón. A los rebecos no tanto, porque estremece ver fotos del rey, ufanísimo, repantigao como solo su campechanía permite, rodeado de tipos envaradetes y con un montón de piezas muertas a sus pies. Cuentan que en tres días de caza se abatieron noventa y siete rebecos. Cuentan que Alfonso se cepilló él solito a veinte… (Pareciera que los Borbones tienen gusto por las armas de fuego… apenas un año más tarde Alfonso gana torneo de tiro al pichón en el recién estrenado campo de Cueto, lugar cercano a Santander. En fin, son sus costumbres).
Digamos que este Chalet Real se utiliza frecuentemente en aquellas primeras décadas. Partidas de caza, refugio para nobles, solaz de ricos y poderosos. Cuando alguien trae ganas de calzarse gamuzas o similar… hala, para el Chalet. Sitio perfecto donde tomar el sol, un café mientras declinan soles, hablar de este negocio y aquel chanchullo. Así que por allí pasan todos los que usted piensa. Dicen que si, incluso, Francisco Franco fue por allá a probarse con el gatillo. De Franco y Louis conservamos una foto, año 1949, montería, pero más parece de llanura que altos montes. Con todo, raro que no aprovechase el Chalet Real para acoger al dictador. Así que, cuentan, allí pudo estar Franco.
*Y, cuentan, también estuvo Juanín.
A Juan Fernández Ayala todos le decían Juanín. Mozuco alto, delgado, frente despejada, bigote. Juanín nace en Liébana, al pie de los Picos, en medio de esa Gran Guerra que dio riqueza y labor en minas a tantos. Pero serán otras batallas las que marquen su destino. Combatiente republicano, condena a muerte que se conmuta por prisión, luego cárcel, luego libertad con vigilancia. Cada siete días cuartelillo, cada siete días insultos y maltrato. No es vida, esto, no es vida. Mejor el monte, mejor ver anocheres con raposas y tasugos, con los rebecos que escaparon al fusil regio. Mejor esconder tras matorrales. Maquis, les dicen en francés, y con maquis quedaron. Juanín sube a los Picos. Por Bejes va, y por Espinama, por Liordes, Llesba y Joz. Caminos que ni caminos parecen, ser uno con el bosque, aprovechar brumas, mover sin dejar rastros. Refugio, a veces, por invernales y chozos, un fuego, todo bien recogidito, que «sobre las capas relucen / manchas de tinta y de cera…»
Se integra Juanín en algo que dicen La Brigada Machado. ¿Resumen? Pues un grupo de maquis que pasan vidas y haberes por la zona de Picos, entre Liébana y el cielo. Toma nombre la Brigada por Ceferino Roiz Sánchez, Machado de alias, y pasan por ella, en un momento u otro, Quintiliano Guerrero, Gildo el tresvisano, Mauro Rey o José Marcos Campillo. También, obvio, aquel Paco Bedoya con quien vivirá sus últimos momentos Juanín, cuando ya eran ellos solos, cuando ya nadie imitaba el ajuyar en monte.
Los de la Brigada buscan asubio en casas amigas, en cabañas de gotera gorda, en cuevas y abrigos. Cuentan que si más arriba de Bejes, allí donde terminó Cantabria en verano del 37, hay una cavidad tan grande que, incluso, lleva bolera dentro. Cuenta, también, que de tan inaccesible juegan tranquilos los maquis, pues saben que tricornios y charoles no saben llegar. Que gritan fuerte «blanca» o «siega», que encuentran solaz en su vivir de no vivir. Algunos (familiares, amigos, correligionarios) sufrirán destierro de Liébana a Valderredible por ayudar con comida y techo. Otros entran en cuarteles y salen cojeando, la mirada erguida, el gesto de orgullo sin quebrar.
También tuvieron morada, susurran, por el Chalet Real. Ironías de ironías, quizá piensen. Solo que no tanto… allá, entre peñas que rutan nubes y llover tranquilo de otoños, no hay muros que sean regios, porque no tienen las piedras, no, sangre azul. Así que aquellos maquis ocupan las suites destinadas a Borbones y Battenbergs, a banqueros y millonarios. Ocupan aquellos maquis el Chalet y, nos dice Caroline Lamarche, lo dejan siempre impoluto, perfecto estado de revista, para entrar a vivir. A ellos aquí les decíamos «los del monte», y en su monte enseñorean sin pretenderlo propio, sin abusos, sin el recurrir maleducado y vulgar a vandalismo o rabia. No… venga usted, venga, que está el Chalet como si fuese primer día.
Terminó Juanín solo en el monte, con la única compañía de Paco Bedoya. Terminó Juanín solo en el monte, hasta bien entrados los cincuenta, cuando ya no quedaban maquis, cuando todos (todos los que no eran él) habían renunciado o habían sido asesinados. Terminó porque no sabía vivir de otra forma, porque no sabía cómo era eso de arrodillarse y presentar nuca. Mataron, sí, mataron a Juan Fernández Ayala un 24 de abril, una primavera triste, en 1957. Mataron a Juan Fernández Ayala en una curva con molino, y tuvieron los verdugos el gesto cruel de exhibir su cadáver para las fotos, aguantándolo contra una pared, enhiesto con palos. Está el fusil a sus pies. Quisieron hacer mofa y, necios, componen un ecce homo, un mártir, una dignidad asesinada que nadie pudo arrebatar…
–https://www.publico.es/sociedad/chalet-picos-europa-regalaron-alfonso-xiii-acabo-refugio-maquis.html