
Muro de solidaridad y denuncias:
Torturas:
-Alberto Goñi Diez, torturado.
Entrevista.
Alberto Goñi (Pamplona, 1964) trabaja en la fábrica de Volkswagen en Landaben, está casado, tiene dos hijas. Cuenta que le ha costado años procesar y asumir una experiencia con la que carga desde muy joven. Cree que “necesitamos recuperar nuestra humanidad como sociedad” y salir de la “trinchera”.
-Usted pasó por cinco detenciones, en 1979, en 1983 (dos veces en el mismo día), en 1985 y en 1987.
La más traumática fue en el 85, salí físicamente y psicológicamente destrozado. La primera, creo que fue en el 79, yo soy de la Txantrea, y había manifestaciones prácticamente todos los días. Recuerdo que estaba hablando con un amigo y de repente una furgoneta, todavía de los ‘Grises’, nos vio y vino como un misil. Yo estaría a 30 metros de casa, intenté llegar corriendo, y uno de los policías sacó la bocacha por la ventanilla, y para pararme no tuvo otra idea que apoyarla en mi espalda y disparar. Me la destrozó. Se bajaron, me metieron un palizón de cojones y me llevaron detenido al Gobierno Civil. Tenía una herida bastante seria, llena de sangre, una quemadura muy fuerte, se me pegaba la camisa, y tiraban de esta, pero vieron la cosa un poco fea y me llevaron a la Cruz Roja que estaba frente a la antigua Audiencia. El doctor que me vio presentó denuncia por malos tratos de oficio. Tardó en curar mucho porque al disparar tan cerca toda la pólvora se había metido en la carne, y tuve unas infecciones horrorosas durante varios meses. En el juzgado, tras la denuncia, el juez me vio, y aquí paz y después gloria.
-De ahí a diciembre de 1983.
Me detuvo la Guardia Civil. Yo tenía relación con una persona involucrada en un atentado de ETA. Me presenté en la comandancia a la mañana, porque sabía que me estaban buscando, me detuvieron y me aplicaron la legislación antiterrorista.
-¿Fue sin abogado?
Sí, a pelo, un poco kamikaze; me estuvieron interrogando. Hacia las cuatro de la tarde me dijeron que quedaba en libertad.
-¿Un trato correcto?
¿Con 12 policías que te están gritando? Fue muy intimidatorio y brusco, pero no hubo golpes. Al salir, hacia las cinco me llamó por teléfono la Guardia Civil, que me dijo que volvía a estar detenido, y que iban a ir a buscarme. (Resopla). Se te cae el mundo encima. En realidad estaban al otro lado de la puerta escuchando la conversación. Cuando me metieron en el coche, uno sacó un walkie talkie, y dijo: retirad el francotirador. Y estuve otra vez hasta las doce o la una de la mañana, no hubo golpes, fue un trato muy duro, muy violento, pero sin golpes. Salí a la calle. Durante casi seis meses todos los días o me llamaban o me paraban por la calle o venían a mi casa. Mis amigos no querían ir conmigo. Me quedé más solo que la una. Yo siempre he sido de la izquierda abertzale, desde crío. Por entonces la Policía Nacional había detenido a otra persona y le hizo un encargo: Dile a Alberto que a la Guardia Civil le ha engañado pero a nosotros no, y algún día iremos a por él y no saldrá libre.

-Y a los dos años le detuvieron.
Era diciembre de 1985. Una noche de repente entraron en casa de mis padres casi arrancando puertas, a mi madre la tiraron al suelo… fue un espectáculo terrible. Me llevaron a General Chinchilla. Fue muy duro. Me metieron en una habitación y de repente entró un policía y como saludo me soltó un bofetón en toda la nuca y volé por la habitación. Aquel hombre era una bestia pegando, un animal. Empezaron las tortas, sin hablar, entraron más, me dijeron que empezara a hacer flexiones. No hay un segundo que no sea violento, estresante y traumático. Cuando estuve absolutamente agotado, incapaz de levantarme, me agarraban de la barba. Me subían hasta arriba y me dejaban caer, luego en el aire me daban unos tortazos… Torturar es muy agotador, y ellos lo decían: pasa tú, dale tú, que yo ya me he cansado. En una de estas vi mi barba sangrante en la mano del policía y cómo se estaba riendo. Se nos está cayendo el hijoputa… La angustia llega a un grado límite. Estás todo el rato bordeando el límite de la locura, del dolor y la desesperación. En mi caso no tenían nada. Te llovían las hostias por todos los lados. Llega un momento en que físicamente crees que has llegado al límite, y lo pasas, y hay otro límite, y tú mismo te sorprendes de no haberte muerto.
-No había poli bueno poli malo…
En mi caso fueron todos malísimos. Fue de una crudeza y de una violencia tan absoluta… El policía más pequeño de todos era el peor, un sádico. Sacó detrás de un armario un bastón. Se puso delante de mí y me dijo: Abre bien las piernas que no quiero fallar. Él se estaba riendo. A mí por la angustia me faltaba aire en el pecho, la cabeza te explota porque te lo está relatando y no puedes hacer nada. Abrí las piernas, porque no te queda otra, él hizo un molinete pero no me dio bien. Me metió un bastonazo en una pierna con toda su alma. Y me dijo: A ver, que tú y yo sabemos que he fallado, levántate que ahora sí que te voy a dar bien. Dos compañeros suyos me agarraron y esta vez no falló. Perdí el conocimiento en ese golpe y en algún otro más. Un bastonazo con toda tu alma en los testículos es como un rayo en el cerebro, y el mundo se vuelve absolutamente oscuro. Recuerdo despertarme con una baba verde que salía de mi boca, y me dijeron: Eso no estaba ahí… Y me la comí. Tuve que dejar el suelo limpio. El primer interrogatorio habría durado unas ocho horas. Ocho horas a limpia hostia, créame que se hace eterno. Fueron terribles; golpes y golpes y golpes y golpes… Me dieron con las palmas abiertas en los oídos, y te hace vacío, y otra vez un rayo te cruza el cerebro… La segunda vez que perdí el conocimiento me tiraron al suelo, me estaban pateando y entonces un policía saltó con los dos pies sobre mi pecho y me rompió el esternón. Te saca todo el aire del pecho y el mundo se vuelve blanco como una nada. Creo que si te clavan en ese momento una barra de hierro duele menos. Oyes cómo tu propio pecho hace crac. Se oye nítido. Es un miedo demencial, al límite de la demencia, porque no sabes qué va a ser el segundo siguiente, y cuando crees que has llegado a un límite lo pasas, y lo vuelves a pasar, llegas a la demencia absoluta. Al calabozo me bajaron entre dos policías, yo no podía andar. Uno le dijo al otro: Hostia, ¿no crees que se han pasado con este? En todo el interrogatorio no te dan ni una gota de agua, en la habitación de la tortura hace un calor espantoso. Estás absolutamente deshidratado. En el calabozo cuando vi el agua de la taza del váter me lancé como un kamikaze a beberla. Un policía me cogió de los pelos, me metió la cabeza y casi me ahoga. A mí me daba igual ahogarme, porque era mucho más urgente beber.

-¿Qué pasó en la celda?
Hacía un frío espantoso. Arriba estaba con toda la ropa y ahí me dejaron con la camisa. Me echaron una manta y se quedó pegada en la pared, de humedad y mierda que tenía. Me acurruqué como pude. Sentí una sensación de soledad absoluta, de angustia y desamparo. Escuché a ver si había alguien más, y me culpé de llegar a pensar que quería que alguien estuviese allí pasando lo que yo, y sentí asco de mí mismo. Pasó muy poco rato y otra vez a la sala de interrogatorio. Cuando oí que se abría la puerta se me cayó el mundo encima, porque sabes lo que va a volver a pasar, y cuando vas subiendo las escaleras te vas ahogando. Y en la habitación volvieron las flexiones. Mi cabeza dijo basta. De lo que pasó aquella mañana no recuerdo nada. Es como un vacío.
-¿Ese olvido le inquieta?
Una amiga psicóloga me explicaba que cuando la situación es límite límite, el cerebro se desconecta para salvar lo que queda. El nivel de sufrimiento es tal que te desconectas, por pura supervivencia. El siguiente recuerdo es que estaba sentado ante una mesa con el tío este sádico. Estábamos solos. Tenía dos pistolas en una sobaquera con dos banderas españolas en las culatas, y estaba leyendo un periódico, tal vez El Alcázar. Y tranquilamente me dijo: O nos dices lo que queremos saber, o te voy a volver a colgar de la barra. Y tú vuelves a sentir esa opresión en el pecho, de que te ahogas. Me voy a tomar un cafelito –recuerdo la palabra– y cuando vuelva me firmas lo que te hemos preparado o seguimos. Me dejó solo en la habitación, a mí se me hundía el mundo. (Silencio).
-Y volvió esa sensación de soledad.
Ellos me decían constantemente durante los interrogatorios: Si no tienes nada que hacer, podemos hacer contigo lo que nos dé la gana. A nosotros no nos va a pasar nada. Dinos lo que queremos saber por las buenas o por las malas, porque vas a acabar haciendo lo que nosotros queramos. Y sabes que es cierto, ¿y qué haces, firmas lo que ellos quieren? Yo por mi forma de ser me empeñé en que no. Y cuanto más no, más duros. Llegaron hasta el extremo más absoluto.
-¿Y cuando este policía regresó?
El papel seguía sin firmar. Yo me iba preparando para irme al otro barrio, y de repente cogió el papel de muy mala hostia, pegó un portazo que pensaba que arrancaba la puerta, y se fue. Entraron otros policías y ya no hubo más golpes. ¿Serían las siete de la tarde? Me tuve que aprender una declaración, delante de un abogado. Pero me decían riendo que igual era uno de los suyos. Yo tenía que decir que no era miembro de ETA, y que había tenido relación con ETA, y con eso en el peor de los casos un par de años en la cárcel y a la calle. Entró un chaval joven, y me ofreció un cigarro. Me ofreció un Ducados, y los policías fumaban todos rubio. Pensé que igual era el abogado. Antes me habían obligado a ducharme, me ducharon, me peinaron y me trajeron un bocadillo y una mandarina. No sé si me dislocaron la mandíbula, yo no puedo abrir ya mucho la boca, y no tenía ni fuerzas para masticar. Ellos me metían los gajos de mandarina en la boca y me movían la cabeza para tragar, porque yo no podía. Al abogado le dije que no era miembro de ETA y que sí tuve contacto con ETA, pero que solo de amistad. El policía insistió y a la tercera vez el abogado dijo que pusiese lo que había dicho. El abogado fue muy amable, nunca se lo podré agradecer, cuando se iba me dijo al oído: Enhorabuena. Pero en cuanto salió por la puerta me metieron un palizón… cómo me agarraba uno del cuello, porque no había hecho lo que ellos querían. Tenía el esternón roto, el cráneo fracturado… Más tarde me volvieron a adecentar y me dijeron que iba a quedar en libertad. Yo no me lo creía.

-Salió a la calle estaba su padre.
Y una amiga mía monja. Cuando me vieron salir la pobre mujer lloraba… yo no podía andar. ¿Pero qué te han hecho? ¿Pero qué te han hecho? Ella se cabreó muchísimo y me llevaron al juzgado a presentar denuncia por torturas. Yo físicamente estaba muerto. En el juzgado cuando le dijeron que íbamos a presentar una denuncia por malos tratos el guardia civil se meaba de risa. Pero esta mujer, que era hiperactiva, había tratado semanas antes con Víctor Manuel Arbeloa, que era el presidente entonces de la comisión de derechos humanos del Parlamento, y le llamó. Fuimos inmediatamente a la casa de las monjas y Víctor Manuel se presentó con dos parlamentarios. Yo ni me acuerdo de él, ni lo que les dije, iba como en una nube. Yo me quería ir a mi casa, meterme en mi cama, olvidarme del mundo, y que el mundo se olvidase de mí. Al día siguiente oriné sangre. Mi madre me llevó al hospital. Gracias a que mi madre era enfermera me pasaron de extranjis.
-Era diciembre de 1985. Había desaparecido Mikel Zabalza….
Hay una anécdota que solo he tardado 35 años en contarla. A mí cuando me sacaron esposado entre una marabunta de policías mi pobre madre, tras una detención muy violenta y expeditiva, al último policía le preguntó si a su hijo no le pasaría como al chico de Orbaizeta. Entonces el policía se le volvió y le dijo: tranquila, señora, que su hijo no aparecerá flotando en el Bidasoa. Y Mikel días después apareció flotando en el Bidasoa. Estando detenido a mí me amenazaron con que yo también iba a acabar en el Bidasoa. No os podéis imaginar el grado de crueldad, de sadismo, de violencia, es infinito, no tiene fin. Cualquier cosa que se pueda uno imaginar pasa. No existe el límite de ningún tipo.
-¿Secuelas?
He estado muchos años con dolores en el pecho por el esternón, pero te curas, con dolores de cabeza, por la fisura en el cráneo, pero me he curado. Lo de no dormir te dura para toda la vida. Lo tengo asumido…
Entrevista completa:
–https://www.noticiasdenavarra.com/politica/2025/02/14/ocho-horas-limpia-hostia-creame-9281225.html