La otra historia imprescindible:
-Madrid, ciudad clandestina
RESUMEN
Al finalizar la Guerra Civil, el Partido Comunista de España tuvo que hacer frente a una nueva organización en el exilio, pero asimismo permanecieron antiguos militantes y simpatizantes dentro de la península. Éstos últimos fueron quienes protagonizaron los primeros intentos de resistencia y oposición en el interior del país contra el nuevo régimen. Las dificultades no fueron empero pocas, procedentes tanto de la presión policial como de la descoordinación y rivalidades internas.
De: Cuadernos de Historia Contemporánea. 2004, núm. 24.
-Retazos PCE en Madrid, lucha a muerte contra el fascismo:
El final de la guerra civil española engendró el inicio de una oposición clandestina contra el nuevo régimen dictatorial. El golpe de Estado de Segismundo Casado, días antes del término del conflicto civil, vino a quebrar aún más la ya de por sí maltrecha convivencia en el seno de las filas republicanas y agravó el enfrentamiento entre comunistas, socialistas, anarquistas y republicanos. Esta situación lastró a partir de aquel momento la efectividad de un movimiento de resistencia al que le faltó unidad, fuerza y capacidad de actuación conjunta contra las embestidas del nuevo régimen.
Pero aquellos meses también evidenciaron que fue el Partido Comunista quien desde el primer momento alcanzó el nivel más logrado de organización, disciplina y articulación en la lucha antifranquista.
Aunque la salida de los principales dirigentes del PCE días antes del final de la guerra dejó a la organización comunista y a sus militantes en una situación precaria, la fuerte y férrea disciplina que había en sus filas y en su línea política permitieron desde muy pronto la formación de pequeños grupos de comunistas para emprender la oposición clandestina. Desde las cárceles se empezaron a crear las primeras células para organizar y unificar a los militantes del PCE, que junto con el apoyo de comités de ayuda (se encargaban de la distribución de alimentos, ayuda moral y legal entre los detenidos comunistas) mantenían el contacto entre las diferentes prisiones madrileñas.
Las primeras reorganizaciones clandestinas del PCE en Madrid se llevaron a cabo de manera espontánea, concentrando los esfuerzos en enlazar a quienes habían esquivado la muerte y la cárcel con el fin de determinar que podía quedar aún del partido. Tenían como principal misión la de reclutar nuevos miembros y extender en la medida de lo posible la militancia comunista. La mayor limitación procedía obviamente de su condición de pequeñas agrupaciones y comités clandestinos sin ninguna estructura política dada la precipitada huida o detención de la mayoría de los dirigentes y cuadros políticos. Durante mucho tiempo las direcciones del PCE se articulaban y organizaban en las calles de Madrid y eran disueltas en la Puerta del Sol, en el edificio de la Dirección General de Seguridad, víctimas de múltiples detenciones, que obligaron a los grupos clandestinos a realizar un ejercicio de oposición limitada y dispersa.
Una de las primeras reestructuraciones fue la diseñada incluso antes de acabar la guerra por la antigua secretaria provincial del Socorro Rojo Internacional, Matilde Landa Vaz, quien siguiendo las directrices de los dirigentes del Buró Político del PCE, con anterioridad a su salida de territorio peninsular hacia el exilio, le encargaron la formación de un Comité Provincial del PCE en Madrid. Aquella iniciativa no maduró porque a los pocos días de iniciar su labor fue detenida. Su trabajo más importante fue desarrollado en la cárcel de Ventas con la formación de una oficina de mujeres presas destinada a prestar ayuda en temas jurídicos y apoyo moral, sobre todo, a las detenidas más jóvenes. Matilde Landa acabó con su vida en la cárcel de Palma de Mallorca donde había sido trasladada. A estas alturas, la desarticulación de la incipiente oposición clandestina comunista era evidente y durante algún tiempo alcanzó tal grado que hubo varios Comités Provinciales del PCE en Madrid trabajando a la vez sin que entre ellos tuviesen noticia de sus actividades o ni siquiera de su existencia.
En el campo de concentración de Albatera (Alicante) se hacinaban, terminada la guerra, miles de republicanos que no pudieron salir de España. Las diversas fuerzas políticas democráticas empezaron a organizar pequeñas direcciones de partido con los principales dirigentes que habían sobrevivido o que no se habían exiliado. En el caso del PCE hubo miembros que pertenecieron al Comité Central durante la guerra civil y otros cuadros políticos como Jesús Larrañaga, Ramón Ormazábal, Manuel Asarta o Enrique Sánchez García. Este último, junto con José Cazorla, intentaron ponerse en contacto con el Comité Provincial que se había formado en Madrid, utilizando salvoconductos falsos. Fugados del campo de Albatera, llegaron a la capital de España en fechas diferentes y una vez allí se entrevistaron con Amable Donoso, verdadero artífice de la reestructuración de las diferentes células comunistas y de la creación del Comité Provincial. A pesar de que los objetivos a cumplir eran los idóneos para una situación de clandestinidad (enlace con los grupos de camaradas organizados, difusión de agitación y propaganda, línea política común, etc.), la represión policial y la falta de infraestructura y de medios significó la detención de casi todos los miembros del Comité Provincial -entre los que se encontraba el dramaturgo Antonio Buero Vallejo por la falsificación de unos documentos- entre julio y septiembre de 1939.
Uno de los hechos que más conmoción creó entre las filas comunistas fue el fusilamiento de más de cincuenta jóvenes de la Juventudes Socialistas Unificadas (JSU), acusados del asesinato de un comandante de la guardia civil, Isaac Gabaldón, su hija y su chófer en Talavera de la Reina en julio de 1939, entre las que estaban trece jóvenes, conocidas por las «Trece Rosas» o «Trece Menores». La más que considerable arbitrariedad con que las autoridades franquistas resolvieron un juicio contra unos inculpados que no tenían nada que ver con las acusaciones formuladas pretendió ser una advertencia contra la organización de una posible resistencia u cualquier otro tipo de actividad que pretendiese poner a prueba el nuevo régimen. Las investigaciones y pesquisas policiales para esclarecer los asesinatos mostraban una trama bastante compleja detrás de los crímenes, donde además de la masonería se inculpaba también a importantes nombres como Manuel Gutiérrez Mellado. Sin embargo éstos tuvieron una motivación diferente, pues la causa más probable del triple asesinato fue el robo por parte de tres miembros de la JSU, creyendo erróneamente que era un comandante pagador en posesión de grandes cantidades de dinero, con el que se podía comprar la salida de tres dirigentes comunistas encarcelados en aquellos momentos en Madrid, Guillermo Ascanio, Domingo Girón y Eugenio Mesón y que al final fueron fusilados en julio de 1941.
Madrid constituía para el nuevo régimen un centro administrativo y neurálgico de primer orden en su calidad de capital del Estado. Los dirigentes del PCE, tanto del interior como del exterior, estimaron que para que la lucha antifranquista tuviera un mayor alcance y debido a su localización geográfica como centro de comunicación entre las diversas provincias españolas, había que establecer en Madrid las diferentes delegaciones del interior, erigir un Buró Político y enviar allí a los mejores cuadros y dirigentes políticos. Junto a ellos iba a ser igual o más esencial la labor anónima de miles de militantes en la clandestinidad, debido a la falta de una infraestructura permanente, pues no fueron pocas las detenciones y la desarticulación de aquellos grupos opositores. No obstante, la respuesta a las detenciones era rápida y tras una detención se articulaba con presteza un nuevo comité o un sector que intentaba unificar a los numerosos grupos.
Los miembros del Comité Provincial que no fueron detenidos tras la caída de la anterior reestructuración crearon una Comisión Central Reorganizadora con la ayuda de un comunista evadido de Albatera y que tuvo una labor fundamental en la articulación de los diferentes comités del PCE tanto en Madrid como en otras provincias, se trataba de Calixto Pérez Doñoro. Un ejemplo de la desorganización existente en el seno de las filas comunistas en Madrid a finales de 1940 fue que estuvieron actuando a la vez cuatro diferentes comités en las calles madrileñas. Los miembros de la Comisión Central Reorganizadora y en especial un polaco llamado José Wajsblum se dieron cuenta de que, para rentabilizar al máximo su labor, se hacía necesario la presencia de un militante con una preparación política, una formación marxista más destacada y un afán de liderazgo que no poseían ninguno de los pertenecientes a esa Comisión. Fue en este momento cuando salió a la palestra el nombre de Heriberto Quiñones González, militante comunista que utilizaba este nombre falso para ocultar su identidad como miembro de la Internacional Comunista (KOMINTERN). Heriberto Quiñones, parece tener procedencia moldava y llegó a España a principios de la década de los treinta, participó en la guerra y, con el fina de ésta, acabó ingresando en el campo de Albatera y posteriormente en la prisión de Valencia. Quiñones llegó a Madrid en abril de 1941 y tras comprobar la situación de la Comisión Central Reorganizadora y la de sus miembros, consideró que este organismo tenía que estructurarse como un verdadero Buró Político Central, cuya formación fue validada tras la celebración de una conferencia con diferentes miembros de los comités regionales y provinciales del PCE. Éstos diseñaron un organigrama directivo con un Comité Central a cuya cabeza situaron a un máximo responsable u organizador nacional, que recayó en la persona de Quiñones. Además contó con una secretaría de organización y otra de agitación y propaganda a escala nacional cuyos miembros serían elegidos en unas supuestas conferencias que se tendrían que realizar. Esta estructura se repetía en cada uno de los comités provinciales con una organización de base, unos responsables militares y unos servicios de información y recuperación en las cárceles. Era un organigrama político y militar parecido a los que diseñaron otros partidos políticos comunistas clandestinos pero adaptado a la realidad española. Sin embargo, muchas de aquellas iniciativas no pasaron de ser papel mojado, pues la falta de militantes que ocupasen cargos de responsabilidad, las continuas detenciones y la carencia de medios para desarrollar una estructura tan amplia y compleja condenaron al fracaso a muchos de aquellos planes.
La clandestinidad requería de unas fundamentales y básicas normas de seguridad con el fin de evitar las detenciones en masa. El encargado de establecer unas estrictas y severas instrucciones de comportamiento y actuación fue el propio Heriberto Quiñones. Es entonces cuando empiezan a generalizarse la adopción de nombres falsos, la reducción de las visitas a casas particulares, el ejercicio de una vida lo más discreta posible, el establecimiento de citas de seguridad, el pertrecho de documentación falsa, pero de buena calidad. Quiñones también dio mucha importancia a la secretaría de agitación y propaganda con la difusión de «Mundo Obrero» y de otras publicaciones, boletines y folletines, que eran a su vez reproducidos por otras direcciones provinciales comunistas donde trataban cuestiones organizativas, políticas, militares, sociales, de política internacional o de los presos políticos.
La línea política y los fundamentos del programa que iba a ser la base de actuación del quiñonismo fue redactada por el propio Heriberto Quiñones con la ayuda de Luis Sendín y Agustín Ibáñez de Zárate colaboradores cercanos en el Buró Político. Ese programa lo tituló «Anticipo de orientación política (Hasta que se redacte el Ante-proyecto de tesis)» donde además de las referencias a la situación internacional, aparecía la propuesta de la necesidad de crear una Unión Nacional de todos los antifranquistas para derrocar a los regímenes fascistas y autoritarios. Más allá del restablecimiento del Frente Popular como legalidad republicana permanente y existente, pedía una República Popular que garantizase el mantenimiento de la constitución de 1931 y la formación de un Gobierno en el exilio con Juan Negrín a la cabeza. Todo aquello quedó empero dentro del marco teórico que acompañaba a todas aquellas propuestas en tanto no se pudiera implantar una organización clandestina más madura que garantizase una oposición más fuerte contra Franco. Los problemas para Quiñones pronto vendrían también desde las filas del propio partido, pues las conexiones y comunicaciones entre los dirigentes del PCE en el exilio (divididos entre Francia, URSS y México) y el interior eran casi nulas, restringiéndose casi a la correspondencia entre el Buró Político del PCE en México con Vicente Uribe a la cabeza y el Comité Provincial de Euskadi. Las escasas cartas y directrices que llegaban de territorio americano manifestaban un verdadero desconocimiento de lo que realmente sucedía en España y sus postulados dejaban entrever puntos de vista divergentes con los hasta entonces desplegados por la política quiñonista. A esta falta de entendimiento se añadió pronto las críticas que Quiñones dirigió contra los dirigentes comunistas de España, a quienes reprochó su precipitada salida del país, calificándola de huida y de abandono político del partido, así como la desorganización existente en el exterior. Las directrices políticas seguidas por Quiñones eran las que señalaba la Internacional Comunista conjuntamente con las tomadas por el propio PCE, pero estas últimas de una manera más independiente y autónoma, incluso explicando como debían ser los militantes que pudieran llegar desde el exterior. Para un mayor control de la organización interior, Quiñones empezó a interesarse por la situación de la organización en el resto del país. Para ello utilizó a Calixto Pérez en la labor de enlace, con el fin de comunicar la línea de Unión Nacional a los Comités Provinciales de Andalucía, Euskadi y Valencia, que fueron los que pudieron contactar en un primer momento. Con los representantes de cada uno de los comités y con los dirigentes de Madrid se produjo una reunión en la capital de España en septiembre de 1941 donde se oficializó el Buró Político ideado por Quiñones. Se determinó el envío de propaganda a comunistas de otras provincias como Valladolid, León, Palencia, Oviedo y La Coruña. De esta forma se articulaba la presencia del quiñonismo en casi todos los organismos del PCE en el interior.
El Buró Político de México no veía con buenos ojos la línea política seguida por la nueva dirección del PCE en el país y empezó a estudiar la posibilidad de recuperar el control perdido con el envío de distintos comunistas que, con la ayuda de otros camaradas en España fieles a las directrices del PCE en ese exilio, procuraran cambiar la actividad y la estructura del máximo organismo directivo comunista español quiñonista. El llamado grupo de Lisboa liderado por Jesús Larrañaga, Manuel Asarta e Isidoro Diéguez que se habían exiliado desde Francia a tierras americanas, llegaron a Portugal para dirigir desde allí la esperada reestructuración del partido con la ayuda del Comité Regional del PCE de Vigo y el refuerzo de otros militantes llegados desde América. Pero las autoridades franquistas, enterados de la presencia del grupo de Lisboa, y en connivencia con la policía salazarista portuguesa detuvieron a los comunistas españoles, que fueron deportados a España para ser juzgados y fusilados en enero de 1942. Todo esto causó hondo malestar en Quiñones, quien comprendió el intento de desarticulación del organigrama que estaba estructurando, se enteró de las acusaciones provenientes del Buró Político de México y tenía que hacer frente a los malos resultados alcanzados en muchas de las metas y objetivos marcados, en gran medida causados por la eficacia policial en la desarticulación de las células comunistas. Este contexto llevó al propio Quiñones a restringir al mínimo cualquier contacto con la dirección del exterior y al cuidadoso estudio de las publicaciones llegadas desde América hasta el comité provincial de Euskadi. En esta tarea empleó a Calixto Pérez Doñoro, quien sirvió de enlace con sus camaradas vascos. Sin embargo, Uribe también utilizó al propio Pérez Doñoro para ponerse en contacto con la delegación del interior del PCE en Francia por medio de una carta a su en teoría máxima dirigente, Carmen de Pedro, aunque en la práctica era Jesús Monzón Repáraz quien actuaba como tal. El resultado de esas gestiones fue el envío de un enlace, Jesús Carreras Olascoaga para estudiar la situación del interior del país y poder entrevistarse con Quiñones, cosa que sucedió a finales del año 1941. En esta entrevista, celebrada en las cercanías de la Plaza de Cibeles, Quiñones le expuso la situación del cuerpo organizativo comunista en el interior del país (Buró Político, comités provinciales y regionales, su política de Unión Nacional), y también le manifestó su preocupación por la contradicción con los postulados del Comité Central de México, solicitando una posible ayuda económica por parte de la delegación del PCE en Francia. Por su parte Jesús Carreras le enseñó una carta de Uribe llegada a Francia donde quedaba claro que la única dirección válida del partido era la de los dirigentes del exilio. Con ello pretendía ganar tiempo y recuperar a toda costa el control del partido en el interior de España, tras el fiasco que supuso el envío del grupo de Lisboa. Carreras también le hizo entrega de varios ejemplares del periódico que se editaba en Francia por parte del PCE, «Reconquista de España», algo que fue acogido de buen grado por Quiñones para estudiar los postulados y las líneas de actuación en territorio galo. No ocurrió lo mismo cuando Carreras le solicitó los nombres que integraban su estructura organizativa para incluirlo en el informe que entregaría a la delegación en Francia, pues Quiñones se negó a ello por motivos de seguridad. Carreras quiso entonces y antes de abandonar España contrastar las opiniones que sobre la política de Quiñones tenían otros militantes en Euskadi. Éstos le expresaron su desconfianza en la exagerada estructura quiñonista y en la línea política marcada por el líder comunista. Asimismo eran conscientes de las profundas divergencias existentes entre los dirigentes comunistas españoles del exterior y del interior del país.
El alto índice de detenciones entre los militantes no sólo del Comité Provincial de Madrid, sino también de otros comités provinciales del resto de la geografía española, no podía por menos que generar preocupación a Quiñones, que quiso recibir informes acerca de la situación y el estado en que se encontraba la organización de resistencia comunista. A ello añadió severas críticas por la relajación en el cumplimiento de las normas de seguridad que con tanto hincapié había elaborado y en las que siempre había insistido. (…)
Heriberto Quiñones fue acusado de traidor, delator y agente británico, máxime tras su detención —denunciado por un compañero— y la caída de toda su estructura organizativa. Tras ser objeto de duros interrogatorios en las cárceles franquistas, que a punto estuvieron de costarle la vida, Quiñones fue fusilado en enero de 1942.
Desaparecido Heriberto Quiñones, la principal tarea de las siguientes reestructuraciones clandestinas del PCE fue la de intentar acabar con todo lo que quedara del organigrama quiñonista, ya fuera línea política, material o propaganda elaborada. Pero esta política de tabula rasa era inviable, pues no era posible comenzar desde cero. Las bases de la organización quiñonista fueron utilizadas por diferentes direcciones del PCE del interior durante varios años y algunos de sus colaboradores más cercanos fueron los encargados de la siguiente reestructuración con Jesús Bayón González como máxima figura, ayudado por Ramón Guerreiro, Agapito del Olmo, Trinidad García y Calixto Pérez Doñoro. La primera medida que tomó la nueva cabeza provincial del PCE fue asumir las directrices y la línea política del Buró Político de México y con ello romper con el trabajo de Heriberto Quiñones. En primer lugar, se establecieron unos consejos de trabajo con el fin de mejorar la organización en el interior del país. Estos consejos recibieron el encargo de diseñar las doctrinas y los trabajos a seguir para lograr la articulación y creación de una dirección más competente, que alcanzara también a otros comités regionales o provinciales. Asimismo asumieron también la responsabilidad en otros temas relacionados con la puesta en marcha de actividades de oposición más firmes de las que se estaban llevando a cabo hasta ese momento. El nuevo Comité Central Provisional actuó como tal hasta la llegada de un enviado de la delegación del PCE en Francia, que habría de tomar las riendas de la reorganización comunista en España.
Este enviado fue Jesús Carreras Olascoaga, quien había actuado con anterioridad de enlace con la dirección quiñonista. A pesar de que en un primer momento quedó como instructor de la dirección, ya en mayo de 1942 ocupó el puesto de máximo responsable nacional de la delegación del PCE en el interior del país. Este nuevo Comité directivo adoptó la línea política del C.C. de México donde la nueva orientación estaba basada en la lucha por la reconquista de una República Popular regida por un Gobierno presidido por Negrín y con una norma legislativa que comprendería las leyes dictadas por la República hasta 1939, según consta en un informe que enviaron tanto a Francia como a México.
Entre las novedades introducidas por la nueva dirección se contaba el reforzado papel que adquirió la secretaría de agitación y propaganda, con el lanzamiento de una edición de «Mundo Obrero» interior, apoyado con una intensificación en la elaboración de otra clase de manifiestos, propaganda y boletines. También determinaron la creación de una secretaría responsable de asuntos sindicales y el fortalecimiento del aparato de cárceles para la ayuda de los camaradas presos. Con la desmembración de la delegación interior quiñonista, se perdió el contacto con algunos Comités Provinciales y Regionales, desconectados en un principio con la nueva dirección. En este sentido y viendo la importancia que quiso dar Jesús Carreras a la ampliación de la estructura comunista a otras provincias españolas, utilizaron de nuevo a Calixto Pérez Doñoro para que enlazara con los grupos de comunistas dispersos y desconectados con la dirección en Madrid. Así se empezó una labor de captación, de ayuda financiera para gastos, manutención y materiales de propaganda, información de la nueva política a seguir y de reestructuración en los diferentes comités organizados en Galicia, Andalucía, Valencia, Euskadi y Cataluña.
En mayo de 1942 la policía franquista asestó un duro golpe con la detención de numerosos miembros del Comité Provincial de Madrid. Ante el grave riesgo de que se debilitasen los cuadros que habían de ocupar los puestos directivos y de responsabilidad, se decidió que la estructura orgánica del Comité Central se ciñese a una dirección esquemática con poco contacto con el aparato base, incluso estos serían los encargados de la distribución de los medios de propaganda, todo para salvaguardar una posible redada policial. En esta articulación organizativa tendría una gran importancia un colaborador cercano a Jesús Carreras, Félix Pascual Hernanz-Piedecasas, al que se le encargaron tareas de enlace, correspondencia, establecimiento de estafetas y la elaboración y custodia de un archivo con documentación, sellos de cotización y correspondencia pertenecientes algunas a la dirección quiñonista. En lo que parecía una tónica dentro de la reestructuración comunista en el interior de España, se produjo otra múltiple caída de dirigentes de la dirección madrileña entre los que se encontraban Jesús Bayón, Ramón Guerreiro y Agapito del Olmo. Esto hizo que Jesús Carreras se quedase casi en solitario como máxima figura directiva de la delegación del PCE en España, aunque cuestionado por algunos de sus compañeros, quienes lo tachaban de falto de liderazgo y de carecer de la formación política suficiente como para desempeñar el cargo que ocupaba. El propio Carreras no alcanzaba a entender como se producían tantas detenciones, creyendo que había un infiltrado de la policía en el seno del aparato clandestino comunista, por ello determinó ser más cauteloso en su trabajo y en el contacto con otros elementos de la reorganización. Pero la crónica necesidad de militantes y los problemas de infraestructura -llegó a pedir ayuda a la delegación del PCE en Francia para que enviara cuadros políticamente bien formados, capaces de ocupar puestos de responsabilidad que se necesitaban- impidieron articular un nuevo Comité Central. En su lugar, decidió rodearse de colaboradores como Luis Sendín y Calixto Pérez, todos los cuales asumieron las tareas de la secretaría de organización y de agitación y propaganda y, en el caso concreto de Madrid, hubo un intento de reagrupar y comunicar células comunistas que estuvieran aisladas tras las múltiples detenciones.
La reorganización de la delegación comunista empezó a dar sus primeros frutos. El número de simpatizantes creció de manera considerable y con él aumentaron también las cotizaciones. En el caso concreto del Comité Provincial de Madrid se llegó a un número de más de mil entre finales de 1942 y principios de 1943. En el trabajo de propaganda se consiguió editar «Mundo Obrero», imprimir sellos de cotización y aumentar el número de otra serie de boletines, manifiestos y publicaciones que contribuían a extender la línea política y doctrinal del partido. La comunicación entre las delegaciones del PCE en Francia y España experimentó asimismo un incremento y una mayor regularidad en el envío de comunicaciones, propaganda y correspondencia. De esta forma pudieron atenderse asuntos urgentes relacionados con peticiones de dinero para sufragar gastos y nuevas ayudas en cuanto a la llegada de dirigentes con funciones de responsabilidad en el interior.
Manuel Jimeno Matarredona fue el enlace que llegó a Madrid con una carta de la dirección comunista española en tierras galas -seguramente elaborada por el máximo dirigente en Francia, Jesús Monzón-. Carreras le entregó a cambio un informe de la marcha y el trabajo de la delegación en Madrid y con ella regresó a Francia, a pesar de que Carreras quiso retenerle en Madrid de cara a que le ayudase en los trabajos de la dirección clandestina. En cualquier caso, donde más evidente se hizo la intensificación de la labor de organización fue allí donde el PCE contaba ya con un grupo articulado, un Comité Provincial o Regional, cuyo reparto de influencias en esas zonas se hizo entre Calixto Pérez, Luis Espinosa y el propio Carreras. El primero se hizo cargo de Andalucía, el segundo del territorio levantino y el tercero de Euskadi y el norte de España. Este último dio muestras de un activo compromiso, llegándose incluso a desplazar a tierras vascas para entablar relación y conocer a una nueva hornada de camaradas llegados de Francia con los que reorganizó el Comité del PCE en Euskadi y a través de los cuales pudo también enviar documentación e informes al exterior. También aprovecharon la llegada de esta nueva terna de militantes procedentes de Francia para tantear el terreno en ciudades como Pamplona, Zaragoza y Barcelona, donde existían grupos clandestinos de comunistas, con los cuales podría pensarse en la creación de posibles Comités Provinciales.
En febrero de 1943 llegaron tres enlaces enviados por la delegación del PCE en Francia con la misión de informar acerca de la presencia en tierras portuguesas de cuadros enviados desde el C.C. en México para ayudar en las tareas de dirección y reestructuración comunista en España. Estos tenían la misión de ejercer un control de la línea política que se habría de seguir dentro de España, con el objetivo de evitar el desviacionismo practicado por Quiñones. Estos enlaces también hicieron entrega de un informe acerca de la celebración de una reunión de exiliados españoles en territorio galo, algo de dinero en divisa extranjera y algunas joyas para que con su venta se pudiera conseguir ayuda económica para la organización. También le fue entregada a Carreras una carta de Jesús Monzón para que buscara a un amigo personal, un abogado llamado Estanislao Aranzadi, alto cargo en la administración franquista, para ver si le podía ayudar con su influencia en la búsqueda de contactos con personas que estuvieran en contra de la dictadura y ocuparan puestos de responsabilidad en la estructura franquista y colaborar con su proyecto de Unión Nacional -Monzón ya empezaba a preparar su llegada a España, tanteando la situación del interior del país-. Carreras, a pesar de que se entrevistó con el abogado navarro, no consiguió nada. Uno de los enlaces regresó a Francia con la petición de la dirección del envío de cuadros dirigentes para que todos los Comités Provinciales tuvieran sus propios aparatos directivos independientes y que no recayese toda la responsabilidad en manos de la delegación del interior, liberándoles asimismo de tantas responsabilidades, dado el peligro que ello conllevaba. La labor propagandística se incrementó con la adquisición de una máquina multicopista y una máquina de imprimir por parte del Comité Provincial de Madrid y con el dinero procedente de las cotizaciones de los comunistas integrados en los radios y sectores madrileños.
Manuel Jimeno entró nuevamente en España, instando a la dirección de Carreras, tras estudiar los informes y propaganda que habían ido llegando desde el interior, a llevar a cabo una renovación en el aparato directivo que contemplara la posibilidad de formar una red más extensa. Para ello se pensó en el establecimiento de una serie de comisiones de estudio encargadas de evaluar las posibilidades reales de trabajo en cada secretaría. Sin embargo todo quedó en agua de borrajas porque, como estaba sucediendo desde el final de la guerra civil, en una operación policial fue detenido todo el aparato directivo de Carreras y con él uno de los archivos más importantes del PCE clandestino con documentación secreta, correspondencia, publicaciones y propaganda que fueron utilizados por el coronel de Infantería Enrique Eymar Fernández, juez militar en el Juzgado Militar Especial para los Delitos del Espionaje y Comunismo, en los procesos abiertos contra los detenidos y como justificación para las posteriores condenas.
La enésima caída de la cúpula comunista dejaba a Manuel Jimeno como máximo responsable nacional de la delegación hasta la llegada de Jesús Monzón. Mientras tanto, sus más directos apoyos los encontró en Dionisio Tellado y el Comité Provincial de Madrid. Se empezaron a preparar por parte de Jimeno los preámbulos de la estructura que Monzón reorganizó posteriormente, con el envío de colaboradores cercanos a la dirección comunista en Francia, como Gabriel León Trilla o Asensio Arriolabengoa. En el ámbito propagandístico se gestó la idea de importar la tirada del periódico «Reconquista de España», que había empezado a editarse en Francia en el verano de 1941, donde se evidenciaba la línea política de Unión Nacional seguida por la dirección monzonista en relación con otras fuerzas políticas antifranquistas y algunas más conservadoras. Esta se alejaba empero de las posturas y teorías del Buró Político en México, lo que generaría graves disputas con el paso del tiempo.
Uno de los objetivos que se marcó Jimeno fue el aumento en la divulgación de la propaganda para que la nueva línea política se conociera lo más rápidamente posible. Todo medio de impresión se consideró adecuado siempre y cuando sirviese para reproducir los panfletos y los folletines propagandísticos. Además, empezó a buscarse también un reparto más efectivo y amplio de la misma, de manera que lugares con grandes concentraciones de gentío, como podían ser campos de fútbol, cines o plazas de toros, fueron considerados con predilección a la hora de hacer el reparto de la misma. Sin embargo la dinámica de acontecimientos se volvía a repetir, porque entre julio y agosto de 1943 muchos miembros del Comité Provincial de Madrid, incluido Dionisio Tellado fueron detenidos —aunque éste último consiguió escapar y junto a otros dirigentes comunistas como Jesús Bayón o Ramón Guerreiro participaron en las guerrillas dentro de la lucha armada antifranquista—, dejando algo desmembrada la organización comunista en Madrid. (…)
La política de Unión Nacional defendida por Jesús Monzón era un intento de unificar a todos los partidos y personalidades, no sólo antifranquistas sino aquellos que también estuvieran en contra y en oposición al régimen dictatorial franquista. Incluso llegó a hacer invitaciones de adhesión a la política de Unión Nacional a carlistas, juanistas y católicos algo que conllevó posteriormente un choque con la dirección del PCE en América y en la URSS. El principal problema fue la falta de comunicación existente entre Francia y México, a pesar de los intentos de reforzar ésta a través de correspondencia, informes y propaganda. Era algo parecido a la falta de conexión entre la delegación del PCE en España y México, que conllevó de manera frecuente a un cruce de acusaciones, denuncias e intentos de recuperación del control del partido por parte de los dirigentes comunistas en América.
Jesús Monzón y sus colaboradores pusieron buena parte de sus anhelos en la extensión de la política de Unión Nacional a toda Francia y, por supuesto, en España. Por ello crearon el periódico «Reconquista de España» como órgano difusor de sus postulados y elaboraciones políticas, donde el lenguaje careció de la carga revolucionaria y propagandística que caracterizo a «Mundo Obrero». Éste había sido siempre el principal periódico de la dirección comunista y aunque se siguió editando, perdió protagonismo en relación con el nuevo órgano de expresión. El propio título era indicativo de los principales postulados que iban a marcar la política de Unión Nacional. Junto a los cambios de fondo y contenido, hubo también significativas transformaciones en la forma del periódico, pues ya en la cabecera no figuraba la rotulación tradicional de «Mundo Obrero», la formada por la hoz y el martillo y debajo el significativo título de «Proletarios de todo el mundo uníos». Ahora el encabezamiento se alteró al de «Unión Nacional, contra Franco y Falange». Como con anterioridad había sucedido con la dirección quiñonista, el B.P. del PCE en México contempló con recelo a Monzón, viendo en él antes bien una amenaza que un soporte para recuperar el control del partido en España y más aún cuando entró personalmente en el país y ajustó la política de Unión Nacional en algo que denominó Junta Suprema de Unión Nacional, olvidando la línea del PCE en el exilio.
Manuel Jimeno ya había preparado el viaje de Jesús Monzón a Madrid con la adquisición de documentación falsificada y la compra de un piso. Monzón llegó en la primavera de 1943, aunque su vida y actividad política fue muy restringida, celebrando pocas entrevistas y dejándose ver en público sólo en contadas ocasiones por temor a una posible detención. Por ello delegó en varios colaboradores la labor más ardua de reorganización de la dirección, como la preparación de la reunión de formación de la Junta Suprema de Unión Nacional con socialistas, republicanos y libertarios en septiembre de 1943, donde fue proclamado presidente el propio Monzón y aprobando un manifiesto que ya había elaborado Gabriel León Trilla en Francia con los principales puntos de la recién creada Junta Suprema. La existencia o no de esta organización dio lugar a una polémica porque para algunos investigadores y dirigentes “comunistas” como Santiago Carrillo fue un invento de Monzón y Trilla, no obstante se ha podido comprobar y constatar que sí existió y fueron sus objetivos y postulados los que se siguieron por parte de los comunistas en el interior del país hasta finales de 1944. Con la creación de un organismo de este tipo se culminó la unificación de posturas entre partidos políticos que había pensado Monzón en Francia para intentar derrocar a Franco. En ella tenían cabida comunistas, antifranquistas, aunque estuviesen más cercanos a grupos conservadores, monárquicos o carlistas, pero lo importante era su oposición al régimen dictatorial. Monzón incluso tuvo una entrevista en Sevilla con un miembro del Partido Popular Católico, Manuel Jiménez Fernández, perteneciente también a los Sindicatos Católicos Agrarios, ofreciéndole su ingreso en la JSUN (Junta Suprema de Unión Nacional), obteniendo por parte de Manuel Jiménez una promesa de pensarse la oferta. Incluso se rumoreó con la posibilidad de que se hubiese enviado un emisario de la JSUN a Portugal ofreciendo al líder de la CEDA, José María Gil Robles, el ingreso en la organización. La formación de la JSUN con unos planes de acción de gran envergadura, con intentos de adhesión de personalidades destacadas y con noticias y anuncios, incluso falsos, en la prensa antifranquista sólo pueden entenderse en el contexto de la época.
Se buscaba llamar la atención a escala internacional, tratando de ganarse la posible ayuda de las potencias aliadas en su lucha contra el fascismo.
Los colaboradores de Monzón como Trilla, Asensio Arriolabengoa y Apolinario Poveda liberaron a Monzón de mucho trabajo. Relegó asimismo a un segundo plano a aquellos hombres que habían sido mandados por Carrillo para ocupar su puesto, como Casto García Rozas y Ramón Ormazábal, dejándolos casi sin ninguna responsabilidad aparente. Toda esta serie de acontecimientos llevó a la dirección del PCE en el exilio a acusarle de traidor, hereje y desviacionista. Su aparente buena calidad de vida y el ejercicio de unos gustos algo más refinados de lo normal sirvieron de excusa para tacharlo de burgués y espía al servicio del enemigo. Monzón también empezó a tener problemas con dirigentes de los Comités Provinciales de Valencia, Cataluña y Euskadi, seguidores de la política del PCE en tierras americanas y que no veían con buenos ojos el trabajo de la JSUN. Todo este tipo de acontecimientos condujo a cierto desaliento entre los militantes de base, quienes no podían explicarse como sus dirigentes no unificaban posturas para conseguir la derrota del enemigo común. (…)
Carrillo criticó enseguida a Monzón sus errores políticos, el fracaso de la invasión guerrillera en el Valle de Arán y el invento de la organización de la JSUN. La idea proyectada por Monzón fue en verdad un sueño irreal ya que con sus llamamientos desde el interior estaba transformando la realidad, la sociedad española no se iba a levantar ante un régimen que no estaba dividido y que ejercía una represión efectiva contra los vencidos de la guerra. Carrillo empezó a enviar camaradas afines a su persona como Agustín Zoroa Sánchez conocido por «Darío», el cual intentó reestructurar la comisión militar y el aparato guerrillero, algo que no pudo realizar en un primer momento por la negativa de Monzón. La idea de la delegación del PCE en Francia era acabar con la JSUN y la política monzonista. Para ello se debía colocar en puestos claves de la dirección del PCE a dirigentes afines a Carrillo.
Aprovechando un viaje de Zoroa a Francia, a su regreso en marzo de 1945 entregó a Monzón una serie de documentos de la delegación comunista española en Francia para que emprendiese cambios en la política a desarrollar. Entre los documentos entregados había una «Carta abierta de la Delegación del C.C. del interior», escrita por el propio Carrillo, y en la que se denunciaba lo que hasta entonces había sido la organización monzonista. Sus principales dardos estaban dirigidos contra las debilidades manifiestas del sistema creado por Monzón y por la falta de confianza de las masas. Zoroa también comunicó a Monzón que debía ir a Francia junto con Pilar Soler para dar cuentas de su labor en la delegación del interior durante sus casi dos años en el cargo como máximo responsable. En un primer momento se negó ya que no creía que tuviera que dar cuenta alguna de su labor en lo que parecía un juicio político, pero al final decidió ir por sus propios medios y sin ayuda de los enlaces enviados por Carrillo. Monzón fue a Barcelona intentado cruzar los Pirineos varias veces, no obstante fue detenido y no pudo pasar a Francia, con la desesperación que eso supuso para Carrillo y sus colaboradores. Se esperaba entonces que fuera condenado a la pena máxima por el cargo que ostentaba en el interior del país, pero no fue así, debido no a la ayuda del PCE, sino a la prestada por amigos del propio Monzón con puestos de relevancia en el régimen franquista. Se le conmutó la pena de muerte por la de treinta años. Desde este momento se inició una campaña de desprestigio personal de Monzón, al que se acusó de traidor, hereje, mujeriego, prototipo de quien llevaba una vida de pequeño burgués, colaboracionista y aventurero. Aquello sirvió para que fuese expulsado definitivamente del partido, encontrándose ya encarcelado. La situación parecía repetirse y lo que había pasado años antes con Heriberto Quiñones se reproducía ahora de nuevo. Era necesario acabar con todo lo que de monzonismo pudiera quedar en la estructura y organización comunista española, relevando a los cuadros que ayudaron a Monzón e incluso con eliminaciones físicas como las de Gabriel León Trilla, Alberto Pérez Ayala y Pere Canals.
Carrillo instauró una estructura de partido más férrea y sólida, todo aquello que no fuera de su agrado era calificado de sospechoso y denunciado como agente provocador e infiltrado de la policía. Era evidente que en una situación de represión y control como era la que se vivía en aquellos momentos, elaborar una oposición clandestina se presentaba tarea harto compleja, más teniendo en cuenta el número elevado de detenciones, la falta de apoyo efectivo, de enlaces eficaces, cuadros preparados y de infraestructura. A ello había que añadir la profunda división interna que existía no sólo entre las fuerzas republicanas y antifranquistas, sino también en el seno del propio PCE. Carrillo disolvió, en definitiva, todo lo que tuviera que ver con la JSUN.
A principios de la década de los cincuenta el PCE daría un nuevo giro en sus líneas de actuación, tras abandonar la fracasada lucha armada por otra de entrada en el seno de los sindicatos verticales franquistas, cuyo principal objetivo fue una oposición sindical y obrera que se extendió hasta finales del régimen franquista.
La clandestinidad arrastraba consigo unas duras condiciones de vida, pero la conjunción de factores como fue la efectividad manifiesta de las fuerzas de seguridad franquistas a la hora de detener a los cuadros dirigentes comunistas y los abundantes enfrentamientos internos en el seno del PCE hicieron que la oposición y la resistencia nacidas de aquella ilegalidad se viesen sustancialmente restringidas. El fracaso, si entendemos por tal la no-consecución del objetivo último, el derrumbe de la dictadura, tuvo también mucho que ver con el alejamiento de la realidad española por parte de las direcciones del Partido Comunista en Francia y México. De este modo, toda lucha armada hubo de resentirse y buen ejemplo de ello fueron tanto la frustrada operación del Valle de Arán como la posterior dispersión de esfuerzos a través de grupos guerrilleros.
-Y más bibliografía imprescindible:
*Aproximación a la Historia del PCE.
Colectivo Martín Eizaguirre.
-http://www.presos.org.es/index.php/2014/09/16/aproximacion-a-la-historia-del-pce/
*‘Los cazadores de ciudad’, la guerrilla urbana madrileña en 1944 y 1945. Recordando a José Vitini.
-http://www.presos.org.es/index.php/2020/03/04/los-cazadores-de-ciudad-la-guerrilla-urbana-madrilena-en-1944-y-1945-recordando-a-jose-vitini/
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